domingo, 12 de agosto de 2007

Descubriendo y recordando

Descubrir el encanto verdadero de una ciudad a veces puede ser complicado. Enga~noso. Dificil. En Guilin, aparentemente, el encanto esta en las alucinantes formaciones rocosas que parecen salir asi no mas de entre la tierra. En sus cavernas llenas de estalactitas, luces de neon y grupos organizados de turistas. En su rio, por el que pasan perezosamente botes y barquitas de bambu, de esas que hacen a mano los pescadores. Esas mismas que lamen de a poquitos las olas minusculas que producen otros barcos, mas grandes, mas llenos de gente tomando fotos. Aparentemente, eso es Guilin, y no hay nada mas.

Pero es solo salir y dar un paseo un poco mas temprano, cuando las tiendas y mercados de frutas y verdudas apenas estan abriendo, liberando olores de fruta tan fresca, tan colorida. Lychees, maracuyas, lulos, cocos, peras, duraznos, algarrobos y carambolos danzan de mano en mano, de persona a persona. Solo es acercarse al rio, y meter los pies, ver como los ni~nos y los no tan ni~nos escapan de ese calor de verano dentro del agua, involucrados en las mas intensas batallas de agua.

Silencioso y siempre al asecho, esta tambien en el borde de ese rio ese reducido ejercito de veteranos pescadores, que con ca~nas de pescar rusticas esperan y esperan y esperan un poco mas. Y de repente, asi de la nada, una sacudida, un chapuzon rompen la quietud, el hechizo. Los ojos del pescador victorioso se alumbran un poquito mas, porque por mas acostumbrado que este a esas peque~nas batallas ganadas en el dia a dia, siempre se alegra al atrapar al hermano pez.

Y asi, tan de subito como el pescador tira del anzuelo, asi llegan a mi mente y a mi corazon los recuerdos algo lejanos de ese hombre llamado Gregorio, y de ese ni~no llamado como su abuelo, que en un lago miran juntos el agua. Uno, con la mirada confiada, serena y tranquila. Una mirada de alguien que ha visto de una batalla, mas de un cielo, mas de una mujer. Y el otro, con mirada infantil, inquieta, que persigue los peces y las aves, los arboles cargados de naranjas y aguacates. Unas manos oscuras, arrugadas y llenas de venitas recogen lenta y casi ceremonialmente el sedal y el anzuelo. Y aunque el ni~no, inquieto, quiere perderse en historias de piratas y corsarios, de exploradores y aventureros, aunque quiera subirse a los arboles y desde alli ser rey de castillos imaginarios, se queda ahi sentado y callado, de vez en cuando soltando una pregunta que no puede aguantar mas. Se queda sentado, muy quieto, porque le gusta estar ahi, al lado del abuelo, que de vez en cuando tambien rompe el silencio del ritual de la pesca y le cuenta una, dos, tres historias maravillosas. De esas historias que, en este rio, si cierro los ojos y pongo atencion, aun puedo escuchar.

Y de repente, un trompetazo al otro lado, en la otra orilla me saco de mi ensue~no con un golpe, un coletazo inesperado de bebop, de esos que te manda un corrientazo electrico por la espalda, y te lleva sin aviso a lugares tan lejanos, a San Juan, a La Candelaria, a noches tibias, sabanas blancas y gastadas, peleas y cuerpos debriles. A esas callecitas que se esconden muy bien en el Barrio Frances, y a las que solo es posible llegar dejandose guiar por las notas que los jazzistas siempre humeantes, siempre sudorosos, dejan en libertad.

Mas sin embargo, no me he movido en absoluto, sigo aca con los pies en el rio, mirando silenciosamente a pescadores, remeros, ni~nos y recuerdos olvidados.


...y aun ahora, puedo sentir en mi boca el sabor de la madrugada, el olor a fruta fresca, puedo tambien escuchar a lo lejos la magia demoniaca de un Parker poseido, tocando debajo de un puente cualquiera...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A esto me refería el otro día....

G. dijo...

Pa´ que luego no digan que no se le da gusto!!!