En la noche, cuando estaba acostumbrándome apenas a manejar en el otro lado (equivocado) de la carretera al que mal se acostumbraron los Tailandeses, empecé a ver más de la pequeña ciudad fronteriza de Nong Khai. Me esperaba un pueblito fronterizo de nada, como los tantos que había cruzado y a los que me había acostumbrado: llenos de gente buscandose un dólar fácil, tráfico ilegal, apuestas y prostitución en caseríos oscuros y decadentes. Pero nada, me impresionó de primerazo porque era una ciudad eficiente, limpia, amable, sin los tiburones de dos patas que buscan estafarte hasta el último Baht que tengas.
Las carreteras modernas, bién señalizadas, a diferencia de las de Laos y Camboya, que fueron mi hogar los meses pasados. Y la ciudad, llena de puestos de comidas, muy bién organizados, que bombardeaban mi nariz con todos sus olores increíbles. Eventualmente llegué a Mut Mee, la guesthouse que sería mi hogar por un par de noches. Éste bonito hostal a orillas del Mekong era bastante nueva era, completo con su centro de yoga, meditación, pintura y música. Mucha gente llega acá y se queda varias semanas para estudiar cualquiera de éstas cosas.
El dorm esa noche afortunadamente estaba vacío, o sea que podía descansar a mi antojo. Pero curiosamente, al rato llegó la misma inglesa que me había estado encontrando en Laos en los lugares más raros, y justamente se iba a quedar estudiando Yoga por un par de semanas. Y así entre charla y charla se fue haciendo más y más tarde...
Al otro día desperté tempranito, para darme un buen desayuno estilo Thai, y como un buen montañero, a maravillarme de lo increíble que podía ser un supermercado, porque no había visitado uno de ese tamaño desde China, muchos meses más atrás. Y no es por nada, pero me gusta visitar los mercados de los diferentes paises que visito, porque te dan una idea de lo que es el estilo de vida y gustos de la gente, y sobretodo, los precios, para que ningún vendedor te de en la cabeza por ignorante.
En el día estuve visitando también varios templos, y el famoso parque de esculturas de Sala Kae Kwo, construído durante toda la vida de un excéntrico escultor que se volvió místico y decidió enseñar a través de esculturas. Bizarro, pero interesante.
Pero justamente, me quería quedar en Nong Khai (la ciudad fronteriza) porque cerca había uno de los monasterios más reconocidos en meditación en toda Tailandia. Éste es uno de los pocos monasterios de la tradición del bosque (forest monastery) en los que los monjes siguen las reglas austeras y ascéticas que Buda dejó hace más de 2,500 años.
Ya veremos como nos vaya allí.
martes, 30 de septiembre de 2008
domingo, 28 de septiembre de 2008
Van, van a Vang Vieng
Vang Vieng. El pueblo tranquilo encerrado en un escenario increíble, convertido en el sitio backpacker por excelencia. Y eso no es un cumplido. Bueno, vamos por partes. La subida a Vang Vieng fue por un camino empinado, a veces destapado, difícil. Hacía ya varios miles de kilómetros que no me tocaban carreteras por montañas y pues ya se nos estaba olvidando, a mi y a mis piernas, de como era el tema con eso. La distancia desde Vietnam era algo así como 150kms y optimista pensé que los hacía en un día. Pero noooo.... Me tocó quedarme en un albergue a mitad de camino, porque había muchos baches, subidas, bajadas y además con una lluvia matadora.
Finamlente llegué a Vang Vieng, hice el check-in en la guesthouse tranquila que me habían recomendado antes, al lado de una pista de aterrizaje olvidada. Y luego de dejar remojando la ropa terminalmente sucia que tenía pendiente, salí a recorrerme el famoso pueblo de Vang Vieng. Basicamente, es una única calle llena de restaurantes, bares y café internet, y no parecés ni en Laos ni hasta en Asia, porque todos los letreros de neón iluminados están escritos en inglés, casi nada en idioma local.
La mayoría de bares tienen varias pantallas de TV presentando permanentemente reencauchados episodios de Friends, Los Simpsons, Family Guy y otros. Y en vez de sillas, las mesas tienen una especie de cama con muuuchos cojines para que la gente que llega simplemente se acueste y se sienta como en casa. Pero se pasan, hay un lugar en la calle en el que te paras y puedes ver simultáneamente 5 episodios diferentes de Friends en 5 diferentes bares. Al principio tantas cosas occidentales te seducen por lo cómodo y fácil, pero al rato se vuelven muy, muy repetitivas y aburridas.
Como decía, Vang Vieng es un pueblito metido en montañas hermosas y alucinantes, al borde de un río limpio y tranquilo. Cerca en la bici se puede recorrer caminos destapados que lo llevan a uno a cavernas grandes y oscuras, y a piscinas naturales de agua fresca y cristalina. El recorrido completo por los alrededores son unos 40kms y se lleva un día completo, para ver la naturaleza con calma.
Y el último día, fue el día para hacer el famoso Tubing en Vang Vieng. Esa es una de las actividades más famosas en el SE Asia, contada una y otra vez por los viajeros en todas partes. Y la idea es tan simple como exitosa: Basicamente es rentar un flotador enorme hecho con el neumático de la llanta de un tractor, y con ésta, te llevan en un tuk tuk río arriba y te lanzas al río. Mientras bajas lentamente, por entre ese alucinante paisaje, van apareciendo bares y restaurantes a las orillas y si quieres, te lanzan una cuerda al río para que te quedes un rato ahí antes de seguir flotando despacito río abajo. En la mayoría de bares te ofrecen whiskey de arroz gratis para que te quedes ahí, y muchísimos tienen toboganes, canopy, trapecios y cuerdas desde plataformas altísimas para lanzarse al agua. Un plan para un día de estar en el agua. Coincidencialmente empezando conocí a una gente de Chile y Uruguay y en dos segundos armamos el combo Suramerica... Latin Power en Laos.
En el remate, cuando estás con un poco de frío y llegas nuevamente a la ciudad, hay unos bares en los que puedes parar que tienen música en vivo y una enorme fogata en la que todo el mundo se calienta y se seca, luego de todo un día de andar jugando como niños en el agua. La rumba se extiende más allá de la medianoche, hora del toque de queda de Laos, y terminás hablando con gente de todos los rincones del planeta...
Al otro día, me levanté como pude para tomar un bus que nos llevara a Alma y a mi a Vientiane, y de ahí salir directo a Tailandia. El bus lo tomé echando dedo en la carretera como a las 3.00pm, y coincidencialmente me encontré con la inglesita que había conocido días atrás en Tha Kaek, que venía ésta vez de Luang Prabang en el mismo bus. Fueron unas cuatro horas de recorrido que antes me había tomado a mi dos días de intenso esfuerzo... Y llegué a Vientiane de noche ya, y me tocó romper mi regla de no viajar nunca de noche por el solo hecho que era mi último día de visa, y salir a oscuras por la carretera que me llevaba a la frontera con Tailandia, a unos 30 kms de distancia abajo en el Mekong. Llegué como a las 9.00pm al puesto fronterizo, como siempre dejandolo todo a última hora.
Él cruce de frontera, sin problema, nada de preguntas excesivas ni requisas de las maletas. Del lado de Tailandia me tocó un oficial lo más de buena gente que se quedó preguntandome bastante rato sobre mi viaje, porque no había nadie a esa hora cruzando la frontera. Al rato me dejó ir finalmente, y me di cuenta a la brava (casi me lleva un carro por delante) que Tailandia tiene la mala costumbre, como los ingleses y japoneses, de manejar al lado equivocado de la vía...
Bienvenido, finalmente, a Tailandia.
Finamlente llegué a Vang Vieng, hice el check-in en la guesthouse tranquila que me habían recomendado antes, al lado de una pista de aterrizaje olvidada. Y luego de dejar remojando la ropa terminalmente sucia que tenía pendiente, salí a recorrerme el famoso pueblo de Vang Vieng. Basicamente, es una única calle llena de restaurantes, bares y café internet, y no parecés ni en Laos ni hasta en Asia, porque todos los letreros de neón iluminados están escritos en inglés, casi nada en idioma local.
La mayoría de bares tienen varias pantallas de TV presentando permanentemente reencauchados episodios de Friends, Los Simpsons, Family Guy y otros. Y en vez de sillas, las mesas tienen una especie de cama con muuuchos cojines para que la gente que llega simplemente se acueste y se sienta como en casa. Pero se pasan, hay un lugar en la calle en el que te paras y puedes ver simultáneamente 5 episodios diferentes de Friends en 5 diferentes bares. Al principio tantas cosas occidentales te seducen por lo cómodo y fácil, pero al rato se vuelven muy, muy repetitivas y aburridas.
Como decía, Vang Vieng es un pueblito metido en montañas hermosas y alucinantes, al borde de un río limpio y tranquilo. Cerca en la bici se puede recorrer caminos destapados que lo llevan a uno a cavernas grandes y oscuras, y a piscinas naturales de agua fresca y cristalina. El recorrido completo por los alrededores son unos 40kms y se lleva un día completo, para ver la naturaleza con calma.
Y el último día, fue el día para hacer el famoso Tubing en Vang Vieng. Esa es una de las actividades más famosas en el SE Asia, contada una y otra vez por los viajeros en todas partes. Y la idea es tan simple como exitosa: Basicamente es rentar un flotador enorme hecho con el neumático de la llanta de un tractor, y con ésta, te llevan en un tuk tuk río arriba y te lanzas al río. Mientras bajas lentamente, por entre ese alucinante paisaje, van apareciendo bares y restaurantes a las orillas y si quieres, te lanzan una cuerda al río para que te quedes un rato ahí antes de seguir flotando despacito río abajo. En la mayoría de bares te ofrecen whiskey de arroz gratis para que te quedes ahí, y muchísimos tienen toboganes, canopy, trapecios y cuerdas desde plataformas altísimas para lanzarse al agua. Un plan para un día de estar en el agua. Coincidencialmente empezando conocí a una gente de Chile y Uruguay y en dos segundos armamos el combo Suramerica... Latin Power en Laos.
En el remate, cuando estás con un poco de frío y llegas nuevamente a la ciudad, hay unos bares en los que puedes parar que tienen música en vivo y una enorme fogata en la que todo el mundo se calienta y se seca, luego de todo un día de andar jugando como niños en el agua. La rumba se extiende más allá de la medianoche, hora del toque de queda de Laos, y terminás hablando con gente de todos los rincones del planeta...
Al otro día, me levanté como pude para tomar un bus que nos llevara a Alma y a mi a Vientiane, y de ahí salir directo a Tailandia. El bus lo tomé echando dedo en la carretera como a las 3.00pm, y coincidencialmente me encontré con la inglesita que había conocido días atrás en Tha Kaek, que venía ésta vez de Luang Prabang en el mismo bus. Fueron unas cuatro horas de recorrido que antes me había tomado a mi dos días de intenso esfuerzo... Y llegué a Vientiane de noche ya, y me tocó romper mi regla de no viajar nunca de noche por el solo hecho que era mi último día de visa, y salir a oscuras por la carretera que me llevaba a la frontera con Tailandia, a unos 30 kms de distancia abajo en el Mekong. Llegué como a las 9.00pm al puesto fronterizo, como siempre dejandolo todo a última hora.
Él cruce de frontera, sin problema, nada de preguntas excesivas ni requisas de las maletas. Del lado de Tailandia me tocó un oficial lo más de buena gente que se quedó preguntandome bastante rato sobre mi viaje, porque no había nadie a esa hora cruzando la frontera. Al rato me dejó ir finalmente, y me di cuenta a la brava (casi me lleva un carro por delante) que Tailandia tiene la mala costumbre, como los ingleses y japoneses, de manejar al lado equivocado de la vía...
Bienvenido, finalmente, a Tailandia.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Rumbo a Vientiane, capital de Laos
Salí de mañanita de Tha Kaek, todavía dudando si iba al pintoresco paso montañoso de Cau Treo, que tanto me había recomendado Dryan. Pero la verdad, una vez que pasé por ahí no me animé a subir, porque en mi visa me quedaban poquísimos días, apenas para una visita rápida a Vientiane y tal vez a Vang Vieng. En el camino a Vientiane, me quedé en dos caseríos anónimos cuyos nombres olvidé ya, y en la carretera se veían los residuos de la inundación que hasta hace apenas pocos días se había tragado sin avisar campos fértiles, caminos y familias enteras... De hecho la inflación por éstos lugares estaba jodida, y los precios eran el doble de lo que usualmente eran. Lástima, pobre gente, de un día para otro perderlo todo, absolutamente todo, por un capricho de la madre naturaleza.
Los días pasaron rápido y sin eventualidades, hasta llegar a Vientiane, la capital de Laos, que me recibió al fin con un muy buen clima y una foto del Ché en tamaño gigante. Valga la pena aclarar que en Laos por alguna extraña razón aman al Ché Guevara, y lo ponen en camisetas, posters, y calcomanías o stickers que adornan cuanta moto, tuk tuk o camión pase por ahí. Seguro el hombre por allá en su tumba anónima de suramerica se estaría riendo.
Vientiane es una capital muy tranquila, diría que es la que más me ha agradado de todo lo que llevo de Asia. Y no es porque abunden las cosas que hacer, no, al contrario, se pasa de tranquila. Pero justamente ahí está su encanto, en que es pequeña, manejable, la gente es muy amable y no se escucha en la calle absolutamente nada. La gente no abusa de los pitos del carro, lo cual es algo totalmente loable! En realidad parecería una ciudad pequeña provincial de cualquier otro país. Pero sí, la cantidad de embajadas que hay por todas partes te indican claramente que Vientiane es capital.
Todos las guesthouse baratas de la ciudad estaban totalmente llenas, así que compartí habitación con un japonés que a duras penas hablaba inglés y llevaba bastantes meses recorriendo así el mundo. Como? Ni idea, supongo por la misericordia del espiritu santo porque no se me ocurre otra... También me volví a encontrar con un guey de Israel que había conocido en Camboya y que lleva viajando por el mundo casi ocho años, el verdadero y moderno ejemplo del judío errante definitivamente.
En Vientiane las opciones para hacer turismo son bastante reducidas. Pasando por Patuxai, la versión Lao del Arco del Triunfo en Paris, se le llama en broma el aeropuerto vertical, por la sencilla razón que fue construída con el cemento y materiales que donó hace muchos años el gobierno de Estados Unidos con el fín de construir un moderno aeropuerto. Pero al parecer, el gobernante de turno prefirió convertirlo en un monumento a su grandeza... Éstas cosas no solo pasan en el país del sagrado corazón. Luego, estan todos los monasterios con paredes viejas viejísimas, que muestran los siglos de antigüedad que tienen.
Y aproveché éstos días también para revisar la extensión de la visa de Laos, pero pagar el precio de 3 dólares por día me pareció un poco exagerado, y me obligó a salir del país y cortar mi viaje por el norte. A lo sumo, alcanzaría a llegar a la famosa ciudad de Vang Vieng y dejar la capital atrás, la más calmada de todo el Sureste Asiático.
Los días pasaron rápido y sin eventualidades, hasta llegar a Vientiane, la capital de Laos, que me recibió al fin con un muy buen clima y una foto del Ché en tamaño gigante. Valga la pena aclarar que en Laos por alguna extraña razón aman al Ché Guevara, y lo ponen en camisetas, posters, y calcomanías o stickers que adornan cuanta moto, tuk tuk o camión pase por ahí. Seguro el hombre por allá en su tumba anónima de suramerica se estaría riendo.
Vientiane es una capital muy tranquila, diría que es la que más me ha agradado de todo lo que llevo de Asia. Y no es porque abunden las cosas que hacer, no, al contrario, se pasa de tranquila. Pero justamente ahí está su encanto, en que es pequeña, manejable, la gente es muy amable y no se escucha en la calle absolutamente nada. La gente no abusa de los pitos del carro, lo cual es algo totalmente loable! En realidad parecería una ciudad pequeña provincial de cualquier otro país. Pero sí, la cantidad de embajadas que hay por todas partes te indican claramente que Vientiane es capital.
Todos las guesthouse baratas de la ciudad estaban totalmente llenas, así que compartí habitación con un japonés que a duras penas hablaba inglés y llevaba bastantes meses recorriendo así el mundo. Como? Ni idea, supongo por la misericordia del espiritu santo porque no se me ocurre otra... También me volví a encontrar con un guey de Israel que había conocido en Camboya y que lleva viajando por el mundo casi ocho años, el verdadero y moderno ejemplo del judío errante definitivamente.
En Vientiane las opciones para hacer turismo son bastante reducidas. Pasando por Patuxai, la versión Lao del Arco del Triunfo en Paris, se le llama en broma el aeropuerto vertical, por la sencilla razón que fue construída con el cemento y materiales que donó hace muchos años el gobierno de Estados Unidos con el fín de construir un moderno aeropuerto. Pero al parecer, el gobernante de turno prefirió convertirlo en un monumento a su grandeza... Éstas cosas no solo pasan en el país del sagrado corazón. Luego, estan todos los monasterios con paredes viejas viejísimas, que muestran los siglos de antigüedad que tienen.
Y aproveché éstos días también para revisar la extensión de la visa de Laos, pero pagar el precio de 3 dólares por día me pareció un poco exagerado, y me obligó a salir del país y cortar mi viaje por el norte. A lo sumo, alcanzaría a llegar a la famosa ciudad de Vang Vieng y dejar la capital atrás, la más calmada de todo el Sureste Asiático.
viernes, 19 de septiembre de 2008
Tha Khaek
Antes de salir de Savan, llené las alforjas de khao ji pa te, o sandwichs de pan francés rellenos de paté, especialidad de Laos, que me recuerdan de una manera vaga a los banh mi thit gloriosos del sur de Vietnam. A unos 30 o 40kms después vi el seno más grande de mi vida, una diminuta ciudad orgullosamente llamada así. Más adelante, el cielo se empezó a oscurecer y detrás de mí empezaron a caer ruidosamente rayos, pero también un fuertísimo viento de cola empezó a soplar y me empujaba fuertísimo, dándome unos 10 o 15 km/h adicionales, lo que me ponía competitivo con las moticos y tractores que iban en la misma dirección. Aparte, el sentir que una tormenta te está lamiendo los talones te da motivación para empujar adelante y pedalear muchísimo más fuerte.
Pero luego de una hora de ese ritmo increíblemente rápido, eventualmente me agarró el agua y me tocó escampar en un pueblito X, en el 'concesionario' de venta de motocicletas KoLao, el nombre que Hyundai o Daewoo o alguna compañía Koreana tiene en Laos. Se ven por todas partes y son muy, pero muy baratas.
Y la tormenta nada que bajaba. Seguía lloviendo fuertísimo, sin intenciones al parecer de detenerse, y como la verdad no tenía intenciones de quedarme acampando en la mitad de la nada bajo una lluvia persistente, decidí seguir empujando hacia Tha Kaek, la siguiente ciudad de tamaño decente. No había más remedio que quitarse la camiseta, cubrir las alforjas NO resistentes al agua con bolsas de basura que hacen un improvisado impermeable y seguir bajo las fuertes pero refrescantes lluvias del monsón.
Ya entrada bién la noche llegué a Tha Kaek, hecho una sopa, mojado, cansado, pero satisfecho. De entrada me quedé en el Travel Lodge, una guesthouse lo más de acogedora que me recibió con una fogata en el medio y gente tocando guitarra y cantandole a la luna. Necesito pedir algo más? Me acordó vagamente de todas las noches en fincas, en las que a la luz del fuego nos mirabamos las caras y las almas. Y como no, de las noches de Luna Bohemia en la U, tan lejanas. El tiempo pasa, pasa.
En fin. Había un dormitorio como de 10 camas totalmente vacío, pero al rato llegó un canadiense que recién llegó y decidimos compartir una habitación que salía lo mismo que el dormitorio, pero muchísimo más segura, porque el dorm no tenía manera de ponerle seguro. Yo estaba virtualmente destrozado por el viaje y el esfuerzo de estar peleando con la tormenta, pero igual decidimos salir a dar una vuelta al centro a comer algo, a ver el Mekong y a la iluminada Tailandia del otro lado. El hombre comió su comida super western y yo mi comida super local, recién pescada y a menos de un dólar. Me imagino que en el comienzo del viaje ni me atrevería a comer algo así, pero a estas alturas del partido lo que no me mata me vuelve más fuerte (literalmente).
Y estando en esas, nos encontramos con la chica que es duena del hotel en el que nos estabamos quedando y nos invito a rumbear, estilo Laos. La idea es que primero uno se entona con unas cervecillas y cantando karaoke thai (ugh!) y luego cuando ya los motores ya estan prendidos, se cruza la calle y se monta uno en un barco enorme llamado "Smile Bar" que está sobre el Mekong a un tiro de piedra de Tailandia. Y ahi la rumba si se pone pesada, empiezan a llover del cielo las cervezas con hielo (doble ugh!) y los ríos imparables de Lao Lao.
Al otro día con un dolor de cabeza cortesía obviamente de la obra y gracia del espiritu santo (no, el alcohol de dudosa procedencia no tiene NADA que ver ahí), rentamos una moto para conocer las tierras cercanas, famosas por sus cavernas, cascadas, e increíbles formaciones de karst. Pero lo mejor fué la caverna de los Budas, una caverna que fué descubierta por casualidad hace apenas un par de a~os por un tipo que buscaba murcielagos para poner en el plato del almuerzo (si, en Laos se comen todo lo que se mueva). No encontró murciélagos, pero lo que encontró fue una hermosa caverna escondida en lo alto de una montana inaccesible llena de esculturas y figuras de Buda con mas de 1,500 a~os de antigüedad! Lo más alucinante es que el lugar lo dejaron tal como estaba antes, así que se respira en el ambiente de la caverna una sensación rara, sobrecogedora, como si el tiempo se hubiera quedado congelado y no muchas cosas hubieran pasado en ese sitio en el último milenio y medio. Y claro, el tipo que la descubrió se volvió una especie de celebridad en el JetSet local, por traer los dólares turistas a esa región olvidada, que tantos los necesita...
En el recorrido también pasamos por el Tha Falang, un balneario que usaban los franceses en su época de colonia lo más de bonito, también la cueva del elefante (llamada así porque alguna persona con un poco de alucinógenos en la sangre se imaginó que tenía algún parecido con un elefante), y otras cavernas a las que no pudimos entrar por el hecho que estaban inundadas cortesía de la temporada de lluvias. Las mismas lluvias que como siempre volvían las carreteras nada, las dejaban tan destrozadas como yo por esos momentos.
Por eso cuando llegué de vuelta al guesthouse la ducha, y la cama, fueron una bendición. Ni ganas me dieron de salir a la fogata, a pasar la noche con el canadiense, unos japoneses y una inglesilla que llegó esa misma noche.
Pero luego de una hora de ese ritmo increíblemente rápido, eventualmente me agarró el agua y me tocó escampar en un pueblito X, en el 'concesionario' de venta de motocicletas KoLao, el nombre que Hyundai o Daewoo o alguna compañía Koreana tiene en Laos. Se ven por todas partes y son muy, pero muy baratas.
Y la tormenta nada que bajaba. Seguía lloviendo fuertísimo, sin intenciones al parecer de detenerse, y como la verdad no tenía intenciones de quedarme acampando en la mitad de la nada bajo una lluvia persistente, decidí seguir empujando hacia Tha Kaek, la siguiente ciudad de tamaño decente. No había más remedio que quitarse la camiseta, cubrir las alforjas NO resistentes al agua con bolsas de basura que hacen un improvisado impermeable y seguir bajo las fuertes pero refrescantes lluvias del monsón.
Ya entrada bién la noche llegué a Tha Kaek, hecho una sopa, mojado, cansado, pero satisfecho. De entrada me quedé en el Travel Lodge, una guesthouse lo más de acogedora que me recibió con una fogata en el medio y gente tocando guitarra y cantandole a la luna. Necesito pedir algo más? Me acordó vagamente de todas las noches en fincas, en las que a la luz del fuego nos mirabamos las caras y las almas. Y como no, de las noches de Luna Bohemia en la U, tan lejanas. El tiempo pasa, pasa.
En fin. Había un dormitorio como de 10 camas totalmente vacío, pero al rato llegó un canadiense que recién llegó y decidimos compartir una habitación que salía lo mismo que el dormitorio, pero muchísimo más segura, porque el dorm no tenía manera de ponerle seguro. Yo estaba virtualmente destrozado por el viaje y el esfuerzo de estar peleando con la tormenta, pero igual decidimos salir a dar una vuelta al centro a comer algo, a ver el Mekong y a la iluminada Tailandia del otro lado. El hombre comió su comida super western y yo mi comida super local, recién pescada y a menos de un dólar. Me imagino que en el comienzo del viaje ni me atrevería a comer algo así, pero a estas alturas del partido lo que no me mata me vuelve más fuerte (literalmente).
Y estando en esas, nos encontramos con la chica que es duena del hotel en el que nos estabamos quedando y nos invito a rumbear, estilo Laos. La idea es que primero uno se entona con unas cervecillas y cantando karaoke thai (ugh!) y luego cuando ya los motores ya estan prendidos, se cruza la calle y se monta uno en un barco enorme llamado "Smile Bar" que está sobre el Mekong a un tiro de piedra de Tailandia. Y ahi la rumba si se pone pesada, empiezan a llover del cielo las cervezas con hielo (doble ugh!) y los ríos imparables de Lao Lao.
Al otro día con un dolor de cabeza cortesía obviamente de la obra y gracia del espiritu santo (no, el alcohol de dudosa procedencia no tiene NADA que ver ahí), rentamos una moto para conocer las tierras cercanas, famosas por sus cavernas, cascadas, e increíbles formaciones de karst. Pero lo mejor fué la caverna de los Budas, una caverna que fué descubierta por casualidad hace apenas un par de a~os por un tipo que buscaba murcielagos para poner en el plato del almuerzo (si, en Laos se comen todo lo que se mueva). No encontró murciélagos, pero lo que encontró fue una hermosa caverna escondida en lo alto de una montana inaccesible llena de esculturas y figuras de Buda con mas de 1,500 a~os de antigüedad! Lo más alucinante es que el lugar lo dejaron tal como estaba antes, así que se respira en el ambiente de la caverna una sensación rara, sobrecogedora, como si el tiempo se hubiera quedado congelado y no muchas cosas hubieran pasado en ese sitio en el último milenio y medio. Y claro, el tipo que la descubrió se volvió una especie de celebridad en el JetSet local, por traer los dólares turistas a esa región olvidada, que tantos los necesita...
En el recorrido también pasamos por el Tha Falang, un balneario que usaban los franceses en su época de colonia lo más de bonito, también la cueva del elefante (llamada así porque alguna persona con un poco de alucinógenos en la sangre se imaginó que tenía algún parecido con un elefante), y otras cavernas a las que no pudimos entrar por el hecho que estaban inundadas cortesía de la temporada de lluvias. Las mismas lluvias que como siempre volvían las carreteras nada, las dejaban tan destrozadas como yo por esos momentos.
Por eso cuando llegué de vuelta al guesthouse la ducha, y la cama, fueron una bendición. Ni ganas me dieron de salir a la fogata, a pasar la noche con el canadiense, unos japoneses y una inglesilla que llegó esa misma noche.
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lunes, 15 de septiembre de 2008
Tribus y espíritus y búfalos y selvas
Pero bueno, a los alrededores de Savan hay muchísimas tribus de montañeros o minorías en la montaña, y conocí a un tipo que era guía en varias excursiones a pie, y la idea es que uno se metía en grupo a la selva y visitaba las aldeas de las minorías y se quedaba durmiendo allí, conociendo sus costumbres. Y pues me animé a hacerle al trek de unos dias, sobretodo por conocer esa parte de Laos que uno no conoce muy bién por cuestiones prácticas: la gente.
Para la caminata te recogen en un camión para sacarte de la ciudad y dejarte más cerca de la selva, del camino destapado que te llevará por aldeas y aldeas. En la primera aldea te muestra la vida de las minorías, como trabajan el campo, como los búfalos son sus mejores amigos. Pero también cuentan que el trabajo fuerte en Laos solamente es 3 o 4 meses al año, en la temporada de lluvias que es la adecuada para cultivar el arroz. El resto, bueno, no es muy activa que digamos. Los que se quieren mantener ocupados, se van a la pesca o a la caza en las selvas. Los que no... se quedan en los pueblos viendo la hierba crecer, o bebiendo alcohol, o buscando mujeres, mujeres y pelea... No particularmente un buen ejemplo para los hijos y las nuevas generaciones, muchos jóvenes están hartándose de la vida en el campo y se van a buscar suerte a las ciudades en las que terminaran trabajando en fábricas enormes e impersonales, o manejando tuctuc, o simplemente, tristemente, desempleados...
La jerarquía en éstas aldeas es liderada por el consejo de ancianos, algo así como el partido político dominante en la tribu. Son los que dan la aprobación de las fechas de cultivo, bendición en los matrimonios, y la última palabra en la resolución de conflictos. Aparte, como la mayoría de tribus en Laos, esta es de fuerte influencia animista, es decir, creen que las personas viven día a día con espíritus, y ellos tienen la capacidad de hablar y consultar con los espíritus también. Y como éstos espiritus son venerados y respetados, hay muchas cosas consideradas como tabú porque irrespetan a los espiritus y los hacen enloquecer de la rabia. Por ejemplo, los hombres solteros y las mujeres no pueden dormir en la misma habitación, por eso las mujeres duermen dentro de las chozas en una habitacioncita, y los hombres duermen en el suelo en el area destinada como comedor o sala de estar (o living, che!).
Bueno y como comentaba antes, acá también está el tema que si una pareja tiene sexo sin permiso de los venerables ancianos, los espiritus se enloquecen y la unica manera de apaciguarlos es mediante un sacrificio de un búfalo, o en su defecto, de una inocente vaquita. El mismo sacrificio para apaciguar a los señores espiritus se ejecuta si las personas dentro de la casa les da por ejecutar el temible acto de.... aplaudir. Si, aplaudir, juntar sonoramente las dos manos. Porque (usted lo ha adivinado), este aparentemente inocente acto es uno de los peores tabú dentro de las sociedades animistas de Laos.
Le tienen tanto respeto a sus amigos invisibles, que a la entrada de todas las casas le hacen una especie de templo en miniatura, y permanentemente le hacen ofrendas de dinero, agua y alimentos. Y cuando la prosperidad llega y la casa de las personas es remodelada o ampliada, también el mini-templo donde supuestamente viven los espíritus es consecuentemente remodelado...
Bueno y recordando los ataúdes que había visto debajo de las casas por el Bolaven Plateau... resulta que la gente vive el sabio concepto de la impermanencia de la vida desde muy chicos. De hecho, desde que son niños, cada persona construye su propio ataúd, ataúd que será usado cuando el momento llegue. Y eventualmente, cuando los difuntos son enterrados, sobre la tumba se dejan los objetos que la persona más quiso, botellas de alcohol, fotos de mujeres, herramientas de trabajo, o bicicletas... todo para recordar que todas las ilusiones y deseos que uno tiene en vida, finalmente se van al garete al morir. Polvo somos...
La comida en las aldeas es simple pero buena. La orden del día se la lleva el arroz glutinoso o sticky rice. Y con el, se mezclan vegetales, chiles picantes, y algún pedazo de gallina raquítica que fue sacrificada por el bién comunal. Por las noches, además de la comida se ofrece un licor similar al lao lao, pero destilado caseramente con ingredientes de dudosa procedencia... Este licor lo entierran en enormes tinajas, y cuando está listo lo sacan y lo ponen en el centro de la sala de estar. Le ponen un montón de pitillos (popotes, pajillas, etc.) e invitan a toda la comunidad a tomar y claro, celebrar, olvidar, recordar, lo que sea!!!
En las tardes, una de las actividades comunales mas importantes es el baño. Y no es que todo el mundo tome una ducha caliente, no, es algo más rústico. A eso de las 4, 5 de la tarde hombres, mujeres y niños van con sus sarongs al río y allí proceden a sacar los jabones y sacarse también el diablo de sus cuerpos. Mientras más mejor, en el baño comunal se habla, se bromea, se cuentan los chismes y últimas noticias. Y lo más importante, se refresca el cuerpo luego de unas largas jornadas de calor. Y todo va bién hasta que un búfalo le da por aliviar sus necesidades corporales río arriba...
Pero en fin, la experiencia fue linda, paisajes bonitos, gente increíble, situaciones en las que nunca, nunca me hubiera imaginado estar...
Laos, Laos...
Para la caminata te recogen en un camión para sacarte de la ciudad y dejarte más cerca de la selva, del camino destapado que te llevará por aldeas y aldeas. En la primera aldea te muestra la vida de las minorías, como trabajan el campo, como los búfalos son sus mejores amigos. Pero también cuentan que el trabajo fuerte en Laos solamente es 3 o 4 meses al año, en la temporada de lluvias que es la adecuada para cultivar el arroz. El resto, bueno, no es muy activa que digamos. Los que se quieren mantener ocupados, se van a la pesca o a la caza en las selvas. Los que no... se quedan en los pueblos viendo la hierba crecer, o bebiendo alcohol, o buscando mujeres, mujeres y pelea... No particularmente un buen ejemplo para los hijos y las nuevas generaciones, muchos jóvenes están hartándose de la vida en el campo y se van a buscar suerte a las ciudades en las que terminaran trabajando en fábricas enormes e impersonales, o manejando tuctuc, o simplemente, tristemente, desempleados...
La jerarquía en éstas aldeas es liderada por el consejo de ancianos, algo así como el partido político dominante en la tribu. Son los que dan la aprobación de las fechas de cultivo, bendición en los matrimonios, y la última palabra en la resolución de conflictos. Aparte, como la mayoría de tribus en Laos, esta es de fuerte influencia animista, es decir, creen que las personas viven día a día con espíritus, y ellos tienen la capacidad de hablar y consultar con los espíritus también. Y como éstos espiritus son venerados y respetados, hay muchas cosas consideradas como tabú porque irrespetan a los espiritus y los hacen enloquecer de la rabia. Por ejemplo, los hombres solteros y las mujeres no pueden dormir en la misma habitación, por eso las mujeres duermen dentro de las chozas en una habitacioncita, y los hombres duermen en el suelo en el area destinada como comedor o sala de estar (o living, che!).
Bueno y como comentaba antes, acá también está el tema que si una pareja tiene sexo sin permiso de los venerables ancianos, los espiritus se enloquecen y la unica manera de apaciguarlos es mediante un sacrificio de un búfalo, o en su defecto, de una inocente vaquita. El mismo sacrificio para apaciguar a los señores espiritus se ejecuta si las personas dentro de la casa les da por ejecutar el temible acto de.... aplaudir. Si, aplaudir, juntar sonoramente las dos manos. Porque (usted lo ha adivinado), este aparentemente inocente acto es uno de los peores tabú dentro de las sociedades animistas de Laos.
Le tienen tanto respeto a sus amigos invisibles, que a la entrada de todas las casas le hacen una especie de templo en miniatura, y permanentemente le hacen ofrendas de dinero, agua y alimentos. Y cuando la prosperidad llega y la casa de las personas es remodelada o ampliada, también el mini-templo donde supuestamente viven los espíritus es consecuentemente remodelado...
Bueno y recordando los ataúdes que había visto debajo de las casas por el Bolaven Plateau... resulta que la gente vive el sabio concepto de la impermanencia de la vida desde muy chicos. De hecho, desde que son niños, cada persona construye su propio ataúd, ataúd que será usado cuando el momento llegue. Y eventualmente, cuando los difuntos son enterrados, sobre la tumba se dejan los objetos que la persona más quiso, botellas de alcohol, fotos de mujeres, herramientas de trabajo, o bicicletas... todo para recordar que todas las ilusiones y deseos que uno tiene en vida, finalmente se van al garete al morir. Polvo somos...
La comida en las aldeas es simple pero buena. La orden del día se la lleva el arroz glutinoso o sticky rice. Y con el, se mezclan vegetales, chiles picantes, y algún pedazo de gallina raquítica que fue sacrificada por el bién comunal. Por las noches, además de la comida se ofrece un licor similar al lao lao, pero destilado caseramente con ingredientes de dudosa procedencia... Este licor lo entierran en enormes tinajas, y cuando está listo lo sacan y lo ponen en el centro de la sala de estar. Le ponen un montón de pitillos (popotes, pajillas, etc.) e invitan a toda la comunidad a tomar y claro, celebrar, olvidar, recordar, lo que sea!!!
En las tardes, una de las actividades comunales mas importantes es el baño. Y no es que todo el mundo tome una ducha caliente, no, es algo más rústico. A eso de las 4, 5 de la tarde hombres, mujeres y niños van con sus sarongs al río y allí proceden a sacar los jabones y sacarse también el diablo de sus cuerpos. Mientras más mejor, en el baño comunal se habla, se bromea, se cuentan los chismes y últimas noticias. Y lo más importante, se refresca el cuerpo luego de unas largas jornadas de calor. Y todo va bién hasta que un búfalo le da por aliviar sus necesidades corporales río arriba...
Pero en fin, la experiencia fue linda, paisajes bonitos, gente increíble, situaciones en las que nunca, nunca me hubiera imaginado estar...
Laos, Laos...
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viernes, 12 de septiembre de 2008
Savannakhet (Laos)
Y llegó la hora de decirle adios a Pakse.
Una de las cosas de viajar en bicicleta es que ésta no tiene espejo retrovisor. Al parecer es una tontería, pero adquiere significado porque te obliga a estar mirando al frente, en el presente, y no te deja mirar atrás, a los lugares que despides y no volverás a ver. Si alguna lágrima de nostalgia se te escapa, el viento de cara pronto te la hace desaparecer.
El orden del día era proseguir a Khong Sedong, a 60 kilómetros del lugar, por eso no tuve que madrugar y gocé de una mañana aperezada, lenta, esas mañanas llenas de despedida. En ese pueblito había una única Guesthouse que me dió la oportunidad de no dormir bajo dos árboles isno bajo un techo estable. A la mañana siguiente fue seguir unos 100kms hacia Paksong, y en su guesthouse había unos tipos de Laos y China cenando. Y desempolvando el chino que sabía, me les uní a la conversación (y por consiguiente a su banquete de cena), hasta que llenísimo y cansado me les despedí luego de una velada muy amañadora, porque el día siguiente también sería de camino, camino que eventualmente me llevaría a Savannakhet.
Por el camino, dos motociclistas gay lo más de buena gente pero muy jodidamente insistentes me estuvieron acompañando por bastantes kilómetros, hasta que desistieron de repetirme una y otra vez su argumento de 'para que pagar hotel si te puedes quedar en nuestra casa?'.
No hubo más eventualidades, lo mismo de todos los días de viaje... días hermosos, compartir el almuerzo con los pastores de cabras y búfalos, ser casi devorado por las hormigas...
Al final llegué a Savannakhet, entrada ya la tarde y muy cansado. Es una ciudad que se está cayendo a pedacitos, con una fuerte influencia francesa en las casas y edificaciones. A veces parece una ciudad fantasma, porque no se ve a nadie pasar, no se escuchan muchos ruidos. Yo estaba allí porque en Savan (como le dicen cariñosamente los locales) hay un consulado de Tailandia, y podía aprovechar para hacer mis vueltas y trámites migratorios mientras espero también a que más al norte las carreteras mejoren luego del devastador invierno y creciente de los ríos.
Enla ciudad el pueblo también hay un bizarro museo arqueológico de dinosaurios, porque hace unos miles de años la región estaba bajo el mar y abundaba la fauna prehistórica. El curador del museo es el mismo paleontólogo que encontró algunos de los huesos fosilizados y estuvo presente en todas las excavaciones. El tipo es el paleontólogo más entusiasmado que conozco (bueno, de hecho es el único que conozco) y se motiva con vos y te muestra todas las exhibiciones, los fósiles, todo! De hecho, le quita el seguro a los mostrarios y te deja tocar los fósiles de MILLONES de años. Tengo que decir que la sensación de tocar y oler las mariposas y reptiles de millones de años es en realidad extraña, bizarra, como sacada de un sueño pesado, denso. Nunca, nunca supuse que iba a hacer eso, y sin embargo, en ésta tierra olvidada de todo y por todos, lo hice.
Aparte, Savan fue buena en el sentido que me desatrasé de cientos de mails en Internet y me llené hasta la saciedad de sandwichs de baguettes... mmmm... Por cierto, mientras andaba esperando a que me prepararan mi dosis personal de baguettes con paté, una señora thai, la dueña de un banco nuevo me invitó a comer con ella, solo por el hecho que muy caballerosamente le cedí la silla en la que estaba sentado esperando, a su hijita. Tan querida, hasta me invitaron a su casa del otro lado del Mekong, en tierra Thailandesa, pero desafortunadamente no tenía ni visa ni ganas de terminar mi viaje en Laos prematuramente... En todo caso me decía la señora que era difícil ver un turista decente en el SE de Asia, porque según ella, la mayoría de turistas no eran más que chimpancés sin pelo, andando borrachos, ensuciando, irrespetando la cultura, drogándose y fornicando todo el tiempo... Que triste que la imágen que tengan de los visitantes del mundo occidental sea esa, pero al mismo tiempo la entiendo, porque en muchos casos esa es la verdad.
Y como remate, de la comida, me llené más y más comiendo postres de Lao, llenos de coco y mango y frutas frescas... como me van a hacer falta cuando deje el país!
Una de las cosas de viajar en bicicleta es que ésta no tiene espejo retrovisor. Al parecer es una tontería, pero adquiere significado porque te obliga a estar mirando al frente, en el presente, y no te deja mirar atrás, a los lugares que despides y no volverás a ver. Si alguna lágrima de nostalgia se te escapa, el viento de cara pronto te la hace desaparecer.
El orden del día era proseguir a Khong Sedong, a 60 kilómetros del lugar, por eso no tuve que madrugar y gocé de una mañana aperezada, lenta, esas mañanas llenas de despedida. En ese pueblito había una única Guesthouse que me dió la oportunidad de no dormir bajo dos árboles isno bajo un techo estable. A la mañana siguiente fue seguir unos 100kms hacia Paksong, y en su guesthouse había unos tipos de Laos y China cenando. Y desempolvando el chino que sabía, me les uní a la conversación (y por consiguiente a su banquete de cena), hasta que llenísimo y cansado me les despedí luego de una velada muy amañadora, porque el día siguiente también sería de camino, camino que eventualmente me llevaría a Savannakhet.
Por el camino, dos motociclistas gay lo más de buena gente pero muy jodidamente insistentes me estuvieron acompañando por bastantes kilómetros, hasta que desistieron de repetirme una y otra vez su argumento de 'para que pagar hotel si te puedes quedar en nuestra casa?'.
No hubo más eventualidades, lo mismo de todos los días de viaje... días hermosos, compartir el almuerzo con los pastores de cabras y búfalos, ser casi devorado por las hormigas...
Al final llegué a Savannakhet, entrada ya la tarde y muy cansado. Es una ciudad que se está cayendo a pedacitos, con una fuerte influencia francesa en las casas y edificaciones. A veces parece una ciudad fantasma, porque no se ve a nadie pasar, no se escuchan muchos ruidos. Yo estaba allí porque en Savan (como le dicen cariñosamente los locales) hay un consulado de Tailandia, y podía aprovechar para hacer mis vueltas y trámites migratorios mientras espero también a que más al norte las carreteras mejoren luego del devastador invierno y creciente de los ríos.
En
Aparte, Savan fue buena en el sentido que me desatrasé de cientos de mails en Internet y me llené hasta la saciedad de sandwichs de baguettes... mmmm... Por cierto, mientras andaba esperando a que me prepararan mi dosis personal de baguettes con paté, una señora thai, la dueña de un banco nuevo me invitó a comer con ella, solo por el hecho que muy caballerosamente le cedí la silla en la que estaba sentado esperando, a su hijita. Tan querida, hasta me invitaron a su casa del otro lado del Mekong, en tierra Thailandesa, pero desafortunadamente no tenía ni visa ni ganas de terminar mi viaje en Laos prematuramente... En todo caso me decía la señora que era difícil ver un turista decente en el SE de Asia, porque según ella, la mayoría de turistas no eran más que chimpancés sin pelo, andando borrachos, ensuciando, irrespetando la cultura, drogándose y fornicando todo el tiempo... Que triste que la imágen que tengan de los visitantes del mundo occidental sea esa, pero al mismo tiempo la entiendo, porque en muchos casos esa es la verdad.
Y como remate, de la comida, me llené más y más comiendo postres de Lao, llenos de coco y mango y frutas frescas... como me van a hacer falta cuando deje el país!
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miércoles, 10 de septiembre de 2008
Bolaven Plateau, Laos (2)
La primera parte la encuentras acá.
En donde íbamos? Ah si, en Tad Faek. En esa cascada en particular dicen que hay unos peces que tienen dientes afiladísimos y por alguna razón oscura muerden con una impresionante precisión el organo que diferencia los hombres de los mujeres, cortando de raíz futuras noches sin sueño, por lo que no me animé mucho a nadar... Me quedé en el mirador y de la nada apareció una señora culebra enorme, que no le importó mucho al parecer que estuviera ahí. Si yo hubiera nacido en Laos, muy seguramente la habría visto con ojos hambrientos, mirándola como la suculenta cena de la noche. Pero como no soy ni de Laos ni cazador, no me llamó mucho la atención quedarme hablando con ella, así que al rato salimos hacia Nam Tok Katamtok, una de las cascadas más grandes de Asia y la segunda, después de Tad Fane que visitaríamos eventualmente.
El tema es que nuevamente había llovido a cántaros y la carrtera estaba impasable aparentemente por un río que no tenía puente. Algo que superaba las capacidades de la querida 115cc China que nos transportaba a sus espaldas. Pero bueno, nada que hacer, así es el monsón. Entonces como plan B, nos tocó devolvernos a Sekong y de ahí a Paksong, la ciudad más importante de la región y la principal (o única?) productora de café. Encontramos un holandés que tenía un lugarcito que vendía café recogido y tostado en el mismo día que se tomaba. Nos invitó a pasar a tomarnos un tinto recién hecho y tengo que decir que compite con el café de mi amada Colombia! Suave, buen aroma, buen gusto... Ah! Me sentí en casa con ese café recién tostado. Para los que estén perdidos por Paksong y se quieran dar una vuelta por la región cafetera, o simplemente tomarse un buen café, hacer click acá para ir al sitio del holandés.
Luego de la parada técnica y llenar el tanque, seguimos a Tad Niang, unas cascadas gemelas, grandotas, ruidosísimas. Lo bueno es que puedes arrancar desde la parte de arriba y hacer un minitrek hasta la caída como tal, donde el que puede, vence el ruído y el miedo de irse de cara en el suelo, para llegar a la base y ensordecerse, y mojarse, y quedar boquiabierto por el poder de la naturaleza... lo de empaparse es literal, porque el viento te golpea con tanta furia, que tan solo pasados apenas unos instantes terminas como si te hubieras metido a nadar al río con ropa y todo.
Al rato, no quedaba otra entonces que usando el krama como toalla, quitarse toda la ropa y colgarla un rato al sol para que se seque. Luego de eso, nuevamente sobre la moto para comerme los pocos kilómetros que nos separaban de Tad Fane, una cascada escondida en la selva profunda, la más grande de Laos y casi del Sureste Asiático. Por caminos destrozados, y bajo una lluvia que previsiblemente reapareció, la moto sufría por llegar y si ella hablara, muy seguramente me estaría echando la madre y parecidas, recordandome que ella no había nacido para éstos trotes. Pero entre quejidos y gruñidos mecánicos, llegamos a un hotelito que quedaba al frente de esa inmensa caída, con su eterno rugir, metida en el centro de la más densa manigua, como sacada de la escenografía de Jurassik Park (la uno!). Ante semejante vista, más que cualquier palabra lo que uno hace es abrir los ojos y también, como un imbécil, abrir la boca sin decir nada.
Había leído en alguna parte que se podía bajar a la base de Tad Fane, haciendo una caminata de algunas horas entre la selva. Motivado entonces por la vista, arrancamos camino abajo con unos alemanes y holandesas que tenían el kit completo de Indiana Jones: sombrero de safari africano, botas para hiking alpino, pantalones a prueba de agua y misiles transcontinentales, camisetas camufladas, morrales ultralivianos con depósito de agua... en fin, basicamente creo que pagaron por el disfraz de aventurero lo equivalente a lo que pagaría yo por seis meses de viaje (y tal vez más!). En últimas, me miraban tan raro a mi como yo a ellos... porque supongo que sería blasfemia retar la selva en el estado que estaba yo: sandalias, pantalones sucios y una camiseta cualquiera, completamente empapada. Uno de ellos, el mismísimo Indiana Jones en calzoncillos tomó la delantera porque según comentaba repetidas veces, tenía experiencia en selvas y arrancamos entonces en una organizada fila india el camino resbaladizo, monte abajo. Y empieza cristo a padecer... Cada cinco pasos se detenían a mirar la brújula y su mapa (!!!????), momento apropiado para que alguna de las chicas se resbalara y fuera a limpiar el suelo con su trasero cubierto con Goretex. Los demás nerviosos miraban por todas partes y se echaban repelente de mosquitos. Luego seguimos hasta que uno de ellos se sintiera cansado, o se fuera a besar el piso, o el gran líder consultara con su gran sabiduría y le hiciera preguntas al espiritu de la selva.
Paso a paso, bajando, agarrándonos de lianas, troncos caídos, ramas, lo que fuera... a paso tortuosamente lento. Tenía que aguantarme el ritmo porque solo había un camino estrecho de bajada por el que solo cabía una persona. El grupo se iba estresando porque era la terrible selva, y estaban esperando a que llegara la terrible anaconda por ellos y se los llevara en sus terribles fauces. La verdad es que bueno, sí era selva, pero nada fuera de lo común, no había que sacar machete para abrir camino, ni tirarse en rappel sobre cuerdas para descender. Es la misma selva en la que jugaba de niño en el colegio, pero Lao-style. Pero claro, para ellos era LA selva, un sueño, acostumbrados ya a las sociedades esterilizadas y desinfectadas de occidente, donde las selvas y los bosques son sepultados por toneladas de concreto y acero inoxidable que se convierten a su vez en autopistas, multifamiliares y prisiones corporativas de decenas de pisos.
Para seguir con el tema y no desvariar más, el cuento va a que llegamos a un camino con matorrales y bastante empinado, un poco difícil de bajar. El tipo consultaba seriamente con su brújula (aunque la cascada se veía AHI, de frente!) hasta que hubo motín en el grupo de boy scouts improvisados: estaban cansados, el camino de adelante estaba imposible, y la verdad, según uno de ellos, no valía la pena por ver agua cayendo. Le dije a Indiana que si quería yo pasaba y miraba si era posible el camino, y en su inmensa sabiduría me lo permitió. Me dieron paso y el camino efectivamente seguía un poco más difícil, pero ahi estaba. Me devolví y le comenté al tipo que no había rollo, pero ya estaban súper paranoicos y decidieron volver. Yo preferí seguir adelante, porque ya estaba ahí, y bajando rapidito llegué eventualmente al mirador, donde se veía la furia de la naturaleza, el poder, la belleza, lo insignificante que es uno en comparación de la naturaleza, del planeta... Y si, ahí abajo con frío y casi perdido, sentí que todo, todo valió la pena, todo el viaje, todas las caídas, los altibajos, los percances, todo valió la pena por ver ésa, ésta agua cayendo.
De vuelta la subida estaba más difícil, porque estaba lloviendo más fuerte. Arriba, uno de los empleados me preguntó intresado en si había estado abajo, porque resulta que en temporada de lluvias solo se podía bajar con guía, por lo jodido del camino... A buena hora me contó!!!
Y bueno, nada... hora de volver a Pakse, a la civilización, luego de éstos días de contacto increíble con la naturaleza y su fuerza. Y para cerrar con broche de oro, al llegar me dí uno de esos lujos que no tenía desde hacía muchos meses... Pizza!!!!!!!!!!
En donde íbamos? Ah si, en Tad Faek. En esa cascada en particular dicen que hay unos peces que tienen dientes afiladísimos y por alguna razón oscura muerden con una impresionante precisión el organo que diferencia los hombres de los mujeres, cortando de raíz futuras noches sin sueño, por lo que no me animé mucho a nadar... Me quedé en el mirador y de la nada apareció una señora culebra enorme, que no le importó mucho al parecer que estuviera ahí. Si yo hubiera nacido en Laos, muy seguramente la habría visto con ojos hambrientos, mirándola como la suculenta cena de la noche. Pero como no soy ni de Laos ni cazador, no me llamó mucho la atención quedarme hablando con ella, así que al rato salimos hacia Nam Tok Katamtok, una de las cascadas más grandes de Asia y la segunda, después de Tad Fane que visitaríamos eventualmente.
El tema es que nuevamente había llovido a cántaros y la carrtera estaba impasable aparentemente por un río que no tenía puente. Algo que superaba las capacidades de la querida 115cc China que nos transportaba a sus espaldas. Pero bueno, nada que hacer, así es el monsón. Entonces como plan B, nos tocó devolvernos a Sekong y de ahí a Paksong, la ciudad más importante de la región y la principal (o única?) productora de café. Encontramos un holandés que tenía un lugarcito que vendía café recogido y tostado en el mismo día que se tomaba. Nos invitó a pasar a tomarnos un tinto recién hecho y tengo que decir que compite con el café de mi amada Colombia! Suave, buen aroma, buen gusto... Ah! Me sentí en casa con ese café recién tostado. Para los que estén perdidos por Paksong y se quieran dar una vuelta por la región cafetera, o simplemente tomarse un buen café, hacer click acá para ir al sitio del holandés.
Luego de la parada técnica y llenar el tanque, seguimos a Tad Niang, unas cascadas gemelas, grandotas, ruidosísimas. Lo bueno es que puedes arrancar desde la parte de arriba y hacer un minitrek hasta la caída como tal, donde el que puede, vence el ruído y el miedo de irse de cara en el suelo, para llegar a la base y ensordecerse, y mojarse, y quedar boquiabierto por el poder de la naturaleza... lo de empaparse es literal, porque el viento te golpea con tanta furia, que tan solo pasados apenas unos instantes terminas como si te hubieras metido a nadar al río con ropa y todo.
Al rato, no quedaba otra entonces que usando el krama como toalla, quitarse toda la ropa y colgarla un rato al sol para que se seque. Luego de eso, nuevamente sobre la moto para comerme los pocos kilómetros que nos separaban de Tad Fane, una cascada escondida en la selva profunda, la más grande de Laos y casi del Sureste Asiático. Por caminos destrozados, y bajo una lluvia que previsiblemente reapareció, la moto sufría por llegar y si ella hablara, muy seguramente me estaría echando la madre y parecidas, recordandome que ella no había nacido para éstos trotes. Pero entre quejidos y gruñidos mecánicos, llegamos a un hotelito que quedaba al frente de esa inmensa caída, con su eterno rugir, metida en el centro de la más densa manigua, como sacada de la escenografía de Jurassik Park (la uno!). Ante semejante vista, más que cualquier palabra lo que uno hace es abrir los ojos y también, como un imbécil, abrir la boca sin decir nada.
Había leído en alguna parte que se podía bajar a la base de Tad Fane, haciendo una caminata de algunas horas entre la selva. Motivado entonces por la vista, arrancamos camino abajo con unos alemanes y holandesas que tenían el kit completo de Indiana Jones: sombrero de safari africano, botas para hiking alpino, pantalones a prueba de agua y misiles transcontinentales, camisetas camufladas, morrales ultralivianos con depósito de agua... en fin, basicamente creo que pagaron por el disfraz de aventurero lo equivalente a lo que pagaría yo por seis meses de viaje (y tal vez más!). En últimas, me miraban tan raro a mi como yo a ellos... porque supongo que sería blasfemia retar la selva en el estado que estaba yo: sandalias, pantalones sucios y una camiseta cualquiera, completamente empapada. Uno de ellos, el mismísimo Indiana Jones en calzoncillos tomó la delantera porque según comentaba repetidas veces, tenía experiencia en selvas y arrancamos entonces en una organizada fila india el camino resbaladizo, monte abajo. Y empieza cristo a padecer... Cada cinco pasos se detenían a mirar la brújula y su mapa (!!!????), momento apropiado para que alguna de las chicas se resbalara y fuera a limpiar el suelo con su trasero cubierto con Goretex. Los demás nerviosos miraban por todas partes y se echaban repelente de mosquitos. Luego seguimos hasta que uno de ellos se sintiera cansado, o se fuera a besar el piso, o el gran líder consultara con su gran sabiduría y le hiciera preguntas al espiritu de la selva.
Paso a paso, bajando, agarrándonos de lianas, troncos caídos, ramas, lo que fuera... a paso tortuosamente lento. Tenía que aguantarme el ritmo porque solo había un camino estrecho de bajada por el que solo cabía una persona. El grupo se iba estresando porque era la terrible selva, y estaban esperando a que llegara la terrible anaconda por ellos y se los llevara en sus terribles fauces. La verdad es que bueno, sí era selva, pero nada fuera de lo común, no había que sacar machete para abrir camino, ni tirarse en rappel sobre cuerdas para descender. Es la misma selva en la que jugaba de niño en el colegio, pero Lao-style. Pero claro, para ellos era LA selva, un sueño, acostumbrados ya a las sociedades esterilizadas y desinfectadas de occidente, donde las selvas y los bosques son sepultados por toneladas de concreto y acero inoxidable que se convierten a su vez en autopistas, multifamiliares y prisiones corporativas de decenas de pisos.
Para seguir con el tema y no desvariar más, el cuento va a que llegamos a un camino con matorrales y bastante empinado, un poco difícil de bajar. El tipo consultaba seriamente con su brújula (aunque la cascada se veía AHI, de frente!) hasta que hubo motín en el grupo de boy scouts improvisados: estaban cansados, el camino de adelante estaba imposible, y la verdad, según uno de ellos, no valía la pena por ver agua cayendo. Le dije a Indiana que si quería yo pasaba y miraba si era posible el camino, y en su inmensa sabiduría me lo permitió. Me dieron paso y el camino efectivamente seguía un poco más difícil, pero ahi estaba. Me devolví y le comenté al tipo que no había rollo, pero ya estaban súper paranoicos y decidieron volver. Yo preferí seguir adelante, porque ya estaba ahí, y bajando rapidito llegué eventualmente al mirador, donde se veía la furia de la naturaleza, el poder, la belleza, lo insignificante que es uno en comparación de la naturaleza, del planeta... Y si, ahí abajo con frío y casi perdido, sentí que todo, todo valió la pena, todo el viaje, todas las caídas, los altibajos, los percances, todo valió la pena por ver ésa, ésta agua cayendo.
De vuelta la subida estaba más difícil, porque estaba lloviendo más fuerte. Arriba, uno de los empleados me preguntó intresado en si había estado abajo, porque resulta que en temporada de lluvias solo se podía bajar con guía, por lo jodido del camino... A buena hora me contó!!!
Y bueno, nada... hora de volver a Pakse, a la civilización, luego de éstos días de contacto increíble con la naturaleza y su fuerza. Y para cerrar con broche de oro, al llegar me dí uno de esos lujos que no tenía desde hacía muchos meses... Pizza!!!!!!!!!!
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domingo, 7 de septiembre de 2008
Bolaven Plateau, Laos (1)
La carretera hacia el plateau empieza bién, pronostica un buen tiempo. A unos 20kms de Pakse está Tad Paxuan, una cascada pintoresca, en forma de cuadro (o cubo), muy bién conservada. Curiosamente había una oficina móvil de la embajada de Tailandia dando visas el mismo día, pero como yo no tenía ni idea, no había sacado fotos ni nada para sacarla... Me hubiera ahorrado un par de días, pero bueno... Que se va a hacer!! En Tad Paxuan hay una aldea de esas animistas y la gente se puede quedar en un homestay ahí. Lo chistoso, es que hay letreros por todas partes que indican que tener sexo sin consentimiento de los ancianos que lideran la aldea, tiene como consecuencia una penalidad avaluada en un búfalo... porque la gente cree que los espíritus que habitan por ahí se molestan cuando extraños e invitados a la aldea se pasan de íntimos. Así que ojo, si van a Tad Paxuam, castidad porque o si no el búfalo se gana la lotería sin comprarla... En esa aldea cercana a la cascada y en el medio de la selva, los mosquitos del tamaño de una pelota de tennis te acribillan permanentemente, lo que hace que te tengás que cubrir de pies a cabeza con repelente de insectos... Que termina uno oliendo a planta química, pero al menos sirve de algo...
De ahí el camino sigue hacia Tad Lo, un pueblito incrustado en las montañas de unas 10 casas. Alrededor está lleno de rios y cascadas, enmarcadas en un paisaje hermoso. Esas noches dormimos en una choza al lado del río, sin luz, sin electricidad, solo escuchando el agua del río pasar y los sonidos alejados de las cascadas, enmudecidos a veces por el viento que sacudía suavecito las hojas. Por la mañanas, no son los gallos los que despiertan a la gente, sino las vacas que muerden las paredes de hojas secas de la choza... no es un material muy duradero al parecer, pero barato si es. Pero la despertada temprano estuvo bién, porque el tema era buscar una cascada en la cima de la montaña. Lo difícil era que llovía a cantaros y la carretera destapada estaba hecha un desastre. La moto no estaba muy contenta que digamos, peleaba contra el pantano, perdía el equilibrio y trataba de seguir adelante... pero eventualmente el arma china de destrucción masiva logró pasar la prueba en una sola pieza.
Y en realidad valió la pena, porque nos esperaba una cascada altísima con una piscina de aguas clarisimas en la cima, perfectas para bañarse uno. El paisaje, incambiable. A lo lejos se veían las aldeas que invadían la planicie. Había un campamento ahí en la cima, que sirve como refugio de la lluvia y del frío, sobre la cascada, viendo como un sol lucha por aparecer aún detrás de las nubes...
Al otro día, le llegaba la hora a Thateng, a 30 kilómetros de carretera destapada y jodidamente peligrosa en moto, subiendo hacia la meseta. Barro por todas partes, con rocas puntiagudas que amenazaban la seguridad de las llantas de dudosa calidad de la moto rentada. Pero al parecer que el panteón de dioses de Laos tuvo compasión conmigo y no pasó absolutamente nada. En el camino habían regadas aquí y allá aldeas, y lo interesante es que muchas casas tenían ataúdes debajo de las casas, ataúdes vacíos, que luego nos explicaron para que servían. En todo caso, la que si necesito ataúd fue una gallina escuálida e inepta que salió de la nada directamente hacia la moto que venía imparable... y claro, aunque traté de esquivarla nada que hacer, le di con el carenaje (que sufrió estragos) y la convertí precipitadamente en la cena de la noche. Lo siento aldeano y gallina... pero fue sin querer queriendo.
Eventualmente el camino mejora y nos lleva a Sekong donde pasamos la noche en un guesthouse que en realidad era un centro de educación para la malaria y el dinero que uno pagaba por la noche se iba con ese fin. Lo cual está bien. De ahi nos metimos a la selva una vez mas para visitar las cascadas de Tad Feak y de Tad Huai Khon, y se empieza a despertar el sentimiento de que estoy entrando en una sobredosis de cascadas... Pero a eso fue que habia venido, asi que cero estrés como de costumbre. El camino estuvo francamente peor que los días anteriores porque estaba destapado como de costumbre, pero era de poquísimo uso por lo que la carretera se la comían por partes los ríos desbordados, alimentados por las lluvias del monsón. Además que por una de esas bifurcaciones imperceptibles me perdí, pero afortunadamente un cazador completamente equipado con su rifle artesanal y unas aves colgándole de la espalda me indicó la ruta correcta... Y estuve de buenas, porque o si no quién sabe donde estaría...
De ahí el camino sigue hacia Tad Lo, un pueblito incrustado en las montañas de unas 10 casas. Alrededor está lleno de rios y cascadas, enmarcadas en un paisaje hermoso. Esas noches dormimos en una choza al lado del río, sin luz, sin electricidad, solo escuchando el agua del río pasar y los sonidos alejados de las cascadas, enmudecidos a veces por el viento que sacudía suavecito las hojas. Por la mañanas, no son los gallos los que despiertan a la gente, sino las vacas que muerden las paredes de hojas secas de la choza... no es un material muy duradero al parecer, pero barato si es. Pero la despertada temprano estuvo bién, porque el tema era buscar una cascada en la cima de la montaña. Lo difícil era que llovía a cantaros y la carretera destapada estaba hecha un desastre. La moto no estaba muy contenta que digamos, peleaba contra el pantano, perdía el equilibrio y trataba de seguir adelante... pero eventualmente el arma china de destrucción masiva logró pasar la prueba en una sola pieza.
Y en realidad valió la pena, porque nos esperaba una cascada altísima con una piscina de aguas clarisimas en la cima, perfectas para bañarse uno. El paisaje, incambiable. A lo lejos se veían las aldeas que invadían la planicie. Había un campamento ahí en la cima, que sirve como refugio de la lluvia y del frío, sobre la cascada, viendo como un sol lucha por aparecer aún detrás de las nubes...
Al otro día, le llegaba la hora a Thateng, a 30 kilómetros de carretera destapada y jodidamente peligrosa en moto, subiendo hacia la meseta. Barro por todas partes, con rocas puntiagudas que amenazaban la seguridad de las llantas de dudosa calidad de la moto rentada. Pero al parecer que el panteón de dioses de Laos tuvo compasión conmigo y no pasó absolutamente nada. En el camino habían regadas aquí y allá aldeas, y lo interesante es que muchas casas tenían ataúdes debajo de las casas, ataúdes vacíos, que luego nos explicaron para que servían. En todo caso, la que si necesito ataúd fue una gallina escuálida e inepta que salió de la nada directamente hacia la moto que venía imparable... y claro, aunque traté de esquivarla nada que hacer, le di con el carenaje (que sufrió estragos) y la convertí precipitadamente en la cena de la noche. Lo siento aldeano y gallina... pero fue sin querer queriendo.
Eventualmente el camino mejora y nos lleva a Sekong donde pasamos la noche en un guesthouse que en realidad era un centro de educación para la malaria y el dinero que uno pagaba por la noche se iba con ese fin. Lo cual está bien. De ahi nos metimos a la selva una vez mas para visitar las cascadas de Tad Feak y de Tad Huai Khon, y se empieza a despertar el sentimiento de que estoy entrando en una sobredosis de cascadas... Pero a eso fue que habia venido, asi que cero estrés como de costumbre. El camino estuvo francamente peor que los días anteriores porque estaba destapado como de costumbre, pero era de poquísimo uso por lo que la carretera se la comían por partes los ríos desbordados, alimentados por las lluvias del monsón. Además que por una de esas bifurcaciones imperceptibles me perdí, pero afortunadamente un cazador completamente equipado con su rifle artesanal y unas aves colgándole de la espalda me indicó la ruta correcta... Y estuve de buenas, porque o si no quién sabe donde estaría...
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