«Y le preguntó: "Si hoy fuese el primer día de su vida, ¿qué estaría haciendo?"»
Muchas, muchas cosas han pasado desde la última vez que me senté acá a enfrentarme de cerca con éste monstruo de memoria perfecta al que le digo 'Blog'. Muchas lunas. Muchas historias. Encuentros y desencuentros hasta que, finalmente, por brevísimos instantes, me encontré a 'mí'.
Y de esos encuentros, quedan algunas cosas claras. Que en ésta vida, mi única responsabilidad por la que debo vivir día a día es el ser feliz. Punto. No estoy viviendo por nadie y nadie vive por mí. No importa, en últimas, lo que la gente piense de uno. No importa llenarse los bolsillos de billetes o sentarse en la silla más alta, poderosa e imponente de la ciudad. No es llenar el mapamundi de banderitas, ni acostarse con decenas de mujeres e ir llenando el cinturón de marquitas. No. Ojalá fuera tan fácil y tan sencillo.
La búsqueda de esa elusiva felicidad es una tarea demandante, 7 x 24, cada día del año. Para mi, es simplemente ser, ser, sin engancharse ni aferrarse a caras y cosas. Es vivir hoy, ya mismo, en el ahora y recordar que el futuro, así como el pasado, no existe. Es no olvidarse de vivir con intensidad lo que haya que vivir, encarar de frente lo que venga. Cuando hay que reír, reír con ganas, con arrebato. Cuando hay que llorar, hacerlo de corazón.
Vivir, sencillamente, vivir.
No preguntarse por la comida de ésta noche, o darse golpe de pechos por lo hijo de puta que fuí en el pasado, o por querer ser mañana lo que no soy hoy. No engancharse. Así tengamos la ilusión de que podamos planear, o dirigir los destinos, en el fondo todo, absolutamente todo, es incontrolable.
No ser tan mezquino con el amor, no entregarse con cautela y a pedacitos. Amar a las personas y los días completamente, sea con furia o con ternura, pero que sea real. Real como esa sangre caliente que corre torpemente por mis venas, la que siento con más intensidad cuando hablo con alguien que me gusta de cualquier tontería. La que siento cuando soy consciente de mi cuerpo, y de los mensajes que me quiere decir.
Darme cuenta que la vida es realmente un suspiro, y que es maravilloso que todo sea tan vano y efímero porque le dá una cualidad de inciertidumbre y emoción que no tendría si nos creyéramos eternos. Nos hace que dejemos de ser tan timoratos y nos arriesguemos y tomemos riesgos y nos estrellemos y nos demos en la cabeza, pero tambien hace que otras veces ganemos y disfrutemos plenamente del dulce sabor de la victoria. Tener la certeza que tarde o temprano vamos a morir nos fuerza a tomar las riendas y hacer todo a consciencia, intensamente.
Ésta misma brevedad es una gran maestra que me enseña lo estúpido que es odiar y perderse en el rencor. Es claro, así como uno ha hecho mal en el pasado, algún mal eventualmente le llegará a uno. Así como no le cae uno bién a todo el mundo, hay gente que francamente uno quisiera verla nadando en ese misterioso lugar al que dan las aguas de todos los sanitarios del mundo. Pero es inútil, y hasta idiota perder días y días en ese odio visceral que a final de cuentas no lleva a ninguna parte. «El odio es el único veneno que puede destruír tanto a su víctima, como al recipiente que lo contiene».
Es hora de pasar la página y dejar otra más atrás. Es hora de seguir caminando, corriendo, cayéndome, levantándome, volando y desaparecer.
Es hora de seguir.
Es hora de volver a mí.
Y esto, hoy, es lo que hay.