jueves, 31 de julio de 2008

Camboya, Camboya

Tarde llegamos a Bavet, el pueblo fronterizo del lado de Camboya. En la carretera se siente el cambio con Vietnam: La gente sonrie, te saluda, es morena porque no le huye al sol. La vía es polvorienta, llena de tractores y motocicletas. Un carro esporádico pasa. También, Bavet está llena de casinos destinados a los cientos de turistas Vietnamitas que viajan a Camboya exclusivamente a pasar unas noches de juego, y tal vez, acompañados de una preciosa Camboyana (...cambodiense...cambosiense....camboseña...bah!). Esa noche la pasamos en un costoso hotel (éramos los únicos comensales), con A/C y ducha con agua caliente... Todo un lujo sobre nuestros adoloridos cuerpos!!!

Al día siguiente seguimos camino, hacia la capital provincial de Svay Rieng, donde un par de décadas más atrás ocurrió uno de los más sangrientos enfrentamientos entre las tropas del Khmer Rouge y el ejército Vietnamita que, valga la aclaración, liberó el país de esa sangrienta pesadilla liderada por Pol Pot... Pero luego vuelvo a eso, con más tiempo.

Luego de unos cuantos kilómetros en dirección de Svay Rieng, escuchamos en la carretera el sonido de música y de personas riendo. Algo que en realidad, echando cabeza, nunca sentí en Vietnam. Resulta que la música venía de una casita humilde al lado de la carretera. Como pasamos mirando curiosos, la gente de la casa nos hicieron señas para acompañarlos y unirnos a la fiesta!!! Y claro, entramos, dejamos la bicicleta en el jardín de afuera, y literalmente nos arrastraron a bailar con ellos. Y no habiendo puesto sino los pies, de todas partes nos atacaron con copitas llenas de alcohol de arroz, de ese que se te va derecho a la cabeza!!! Y bueno, el baile... nada que ver con lo que uno está acostumbrado. Es más como una dancita de muñecas, como las que ve uno en la TV en presentaciones clásicas asiáticas. Solo que acá lo bailan hombres y mujeres. Nada salsa, nada merengue, nada reggaeton. Solo esa musica melosa y suave.

Y bueno, luego del baile vino el banquete. Nos sentaron y nos siguieron dando copitas de alcohol de arroz, una tras otra. Cambodia GOOD, Cambodia GOOD decían una y otra vez, mientras sacaban una cantidad de platos de comida, poniéndolos todos en el suelo y forzándonos igualmente a comer mientras nos miraban divertidos. Eventualmente, decidimos seguir marcha, porque si no, terminariamos totalmente borrachos y tirados en quien sabe donde...

Cuando ya casi llegabamos a Svay Rieng, se abrieron los cielos y empezó a caer una tempestad increíble. Con vientos de cara fuertísimos, nos obligó a detenernos en una casita de paja al lado de la carretera. Y por esas casualidades del destino, una voz en inglés nos gritó desde una casa a unos metros más atrás, invitándonos a entrar y protegernos de la lluvia adentro. La persona que nos invitó, resultó siendo un Australiano jubilado que ahora estaba viviendo en Camboya, junto con su esposa (de Camboya también). El hombre, estaba trabajando y construyendo un restaurante y beer garden al lado de la carretera, con un Karaoke también.

Agradeciendo nuestra buena suerte de escapar la tormenta y podernos tomar un café con el hombre (que por cierto estaba más que contento de poder hablar en inglés) nos quedamos charlando y charlando hasta que la noche cayó. El hombre nos invitó a quedarnos esa noche, y como contabamos con un mosquitero y nuestras hamacas, pasamos un par de noches allí en esa vida tranquila, sin electricidad ni servicios públicos, despertandonos por los amaneceres y acostándonos con las más increíbles puestas de sol.

Luego de decir adios y reabastecernos de provisiones, seguimos camino hacia Phnom Penh, que quedaba a unos 140kms más lejos. Con mis dudas de poder hacer esa distancia en el día, el belga estaba bien animado y fuimos empujando hacia la ciudad... Y si, aún con un diluvio torrencial en la vía lo logramos, caída la noche y totalmente empapados, llegamos a Phnom Penh e hicimos check-in en el Lakeside, el ghetto backpacker de Phnom Penh, que queda frente a un lago que regala atardeceres espectaculares.

lunes, 21 de julio de 2008

Camboya y su bienvenida

La despedida de Ho Chi Minh City, y por ahi derecho, de Vietnam fue bastante difícil. Y no por cuestiones sentimentales, porque la verdad estaba más q ue feliz de abandonar la tierra de la Guerra de America y de los precios multiplicados por diez. Fue difícil porque era mi último día en la visa, y esa noche realmente no había dormido mayor cosa. Aparte, estaba con un dolor de cabeza aplastante (cortesía de una copa de más de ron demasiado barato Vietnamita). Y por el afán, no había comido absolutamente nada. Salimos a eso del medio día, lo que significa un sol agobiante, un calor infernal, una agotadora y torturante deshidratación que no es nada interesante en un viaje en bicicleta en total contrareloj...

En el mapa decía claramente: a la frontera, tan solo unos 80 kilómetros, desde Ho Chi Minh. Unas tres horas, a un buen paso. O sea, que lograría estar allá bastante antes de las 6.00pm, hora en la que cierran el paso de la frontera entre Camboya y Vietnam. Sin estrés. Pero lo que no tenía en cuenta es que el mapa no contaba con que para salir de Ho Chi Minh City, eran otros 25 kilómetros del caos vehicular más denso y puro que uno se pudiese encontrar en el mundo... Y es que no es para más: La ciudad de Saigon tiene casi una moto por cada habitante...

Eventualmente la salida de Ho Chi Minh city se logró. La carretera se despejó un poco y se respiraba ya más el aire de campo (combinado con todos los gases de los tractores y los camiones que pasaban de lado a lado). Pero llegó la sorpresa del día: un increíble viento de frente que hacía bajar la velocidad hasta casi 10kmph, haciendo que el esfuerzo por empujar la bicicleta se multiplicara por MUCHO. Y a ese paso definitivamente no íbamos a llegar nunca a la frontera... Cuando el tema parecía que ya no se podía poner complicado, pues se puso. Dryan estaba rayando en el completo agotamiento físico, y al cabo de un rato me di cuenta que estaba pedaleando bien extraño... Cuando le pregunté, me di cuenta que andaba con los ojos semi cerrados y me dijo que se había quedado dormido por un par de segundos. En realidad había batido el record de los Most Stupid Bikers In The World... Está bién quedarse dormido en un avión, en un bus, en un carro, hasta en una moto... pero pedaleando y manejando una bicicleta? La cosa se pone peligrosa!!!

Acá tocó entonces que el hombre se dopara con dos o tres Red Bulls en bolsa plástica (así las sirven en Camboya) y el resto del camino forzarlo a hablar para mantenernos despiertos. Y fué un largo camino, con ese (*&^^%^*(*&^@@ de viento de cara que nos bajaba la velocidad a la mitad... El problema, ese que no hablábamos en voz alta, es que el cruce de la frontera cerraba a las 6.00pm en punto y que con nuestra velocidad y deplorable estado, realmente no lo íbamos a lograr. El tema es que si no llegaba antes de las 6.00pm, posiblemente me tocara volver a Saigon a pagar la multa y de nuevo a la frontera... Un panorama no muy interesante, teniendo en cuenta que los ánimos estaban casi en el suelo.

Pero los kilómetros fueron quemándose uno trás otro, hasta que a lo lejos se veía una construcción tipicamente Camboyana. Faltaban 5 minutos para las 6.00. Y asi que gritando y pedaliando, dando lo máximo, logramos llegar a la frontera antes que la cerraran. En los últimos metros de Vietnam nos estamparon los pasaportes, con esa no-sonrisa que es no-amigable que caracteriza tanto a los Vietnamitas... y bueno, esa fue la despedida de ese país, sin pena ni gloria, que se quedará en mi memoria como uno de los destinos menos amigables para viajar en toda Asia (y tal vez del mundo).

Y entrando a Camboya? Sin visas, sin aduana, sin preocupaciones. Nada. Los tipos nos atendieron con una gran sonrisa en la cara. Y cuando pagamos la visa, los tipos no tenían cambio. En un lugar donde procesan (lease: venden) cientos de visas diariamente, no tenían para devolvernos. Y asi estabamos preparándonos para colgar la hamaca y dormir en el puesto de aduana, hasta que despertaron al jefe que estaba en su siesta y nos cambio el billete.

Welcome to Cambodia nos dijo riendose, cerrando la puerta del cruce fronterizo trás de nosotros!

Si señor, Welcome to Cambodia!

lunes, 14 de julio de 2008

Ho Chi Minh City, última parada en Vietnam

Es maratónico tratar de desatrasar el blog, sobretodo porque tantísimas cosas han pasado en las semanas que han pasado desde que salí de Vietnam... Pero bueno, con un poco de paciencia y otro poco de buena memoria, trataré de terminar y actualizar con las últimas noticias de Camboya.

A Ho Chi Minh City (o Saigon) nos tocó ir de rapidez, porque los días para que mi visa expirara estaban contados. Ésta es una enormísima ciudad con más de 7 millones de habitantes, antigua capital de Vietnam del Sur, bastión de Estados Unidos en la tristemente famosa guerra de Vietnam (o Guerra Americana, para los Vietnamitas). Es una ciudad caótica, increíblemente caótica, porque existen circulando casi cuatro millones de motocicletas... Es decir, de dos habitantes de Saigon (contando ancianos y niños), uno tiene motocicleta. Así que es tal vez es fácil imaginarse la congestión vehicular en las calles cuando es hora pico, peor aún teniendo en cuenta que en Vietnam las reglas de tráfico son inexistentes y los semáforos se construyeron para decoración unicamente... Y así, en medio de esa tormenta de pitos y ruidos de motores por doquier, entré a Saigon. Si había pensado alguna vez por allá en Danang que manejar moto en Vietnam era realmente suicidio, tenía que pensar nuevamente: Manejar bicicleta en Saigon es realmente lo más cercano a sobredosis de adrenalina que he sentido. Pero como siempre, uno se termina acostumbrando a absolutamente cualquier cosa... para eso es particularmente buena nuestra especie, los animales de costumbre que somos los seres humanos.

La ciudad de Saigon está llena de museos y sitios que comparten un tema recurrente: la guerra de los 70's. Como ya estaba en las últimas en Vietnam, y luego de visitar tantos otros museos similares en el norte, en ese aspecto en particular no se centró mi visita en Ho Chi Minh City. Más bién, fue dejarse llevar por la energía de la ciudad, por ese carisma de los callejones pequeños, por la vibra de la gente.

Y también confieso, que lo mejor de Saigon es algo compuesto por tres palabras: Banh Mi Thit. Son los mejores 8,000 Dong invertidos en Vietnam (algo así como medio dolar)... El famoso Banh Mi Thit no es más que un sublime sanduche de pan francés con paté, jamón y una cantidad de vegetales salteados... Acostumbrado como estaba al eterno y omnipresente pho, este cambio fue caído del cielo. El secreto de éste humilde sandwich vietnamita es que el pan francés es realmente sublime, con el punto exacto. Diría yo que es una de las pocas cosas positivas que quedó en Vietnam luego de la invasión francesa unos años atrás.

En Saigon también aproveché para hacer el famoso tour por el delta del Mekong, porque no me alcanzaba el tiempo para hacer la visita en bicicleta... Y aunque los lugares visitados fueron bastante bonitos y pintorescos, el hecho de andar en un tour te hace sentir como si te transportaran en un rebaño... Comer acá, caminar doscientos metros por acá, mirar a la señora que pinta, tocar el árbol tradicional, etc. etc. etc. Y por supuesto, no se les ocurra caminar por su propia cuenta!!!!! Ugh, detesto los tours organizados...

Pero no hubo tiempo para remordimiento, porque había llegado el último de mi visa!!! Y como buen latino que se respete, no había preparado nada, no sabía a donde ir, no tenía ningún plan. Dejando todo para última hora como diría mi santa madre!!!!

jueves, 10 de julio de 2008

Danang y Hoi An

Pasar el fin de semana en Hoi An no era una idea para nada mala. El único tema pendiente eran la logística con las bicicletas, porque si íbamos a Hoi An teníamos que devolvernos nuevamente a Danang (una ciudad para nada memorable) y continuar camino otra vez al sur, haciendo tres veces el mismo recorrido. Salomónicamente, cambiar de transporte por algo motorizado y decidimos rentar unas motos por unos días. En el hotel de Danang (que por cierto es de lo mediocre que hay), rentamos las poderosas Honda Dream a solo 6 dólares por día y con algo de equipaje salimos rumbo a Hoi An.

Tengo que confesar que el hecho de viajar a más del doble de velocidad que en la bici y sin esfuerzo alguno, hace que te aparezca una espinita de inconformidad, como si se requiriera mucho más esfuerzo para lograr lo mismo. Pero ésta miserable espinita murió al instante, por el solo hecho que en la bici no tenés que echarle gasolina, no hace ruido, y la única cosa que te lleva por el mundo son tus piernas, vos mismo sos el que viajás sin necesidad de complejos aparatos mecánicos ni contaminación. Estás cerca de la gente, del paisaje, del camino, ese camino que suena a unos cuantos centímetros mas abajo de tus pies. Y para rematar, las posibilidades de que uno se mate en la bicicleta son muchísimo, muchísimo menores que en la moto.

De paso hacia Hoi An, paramos en las montañas de mármol que son unos montecitos tipo karst llenos de pagodas y templos. Aunque en China vi muchísimas montañas de este estilo, una cosa que me pareció increíble fueron los templos llenos de incienso que estaban tallados dentro de las cavernas, utilizados aún hoy en día por los monjes que viven en el monasterio de la montaña.

Llegamos a Hoi An entrando la noche, pasando por una escuelita en la que estaban practicando el arte marcial de Vietnam, que aun no se el nombre. Lo interesante es que el entrenador era totalmente vieja guardia que con un palo golpeaba durísimo a los estudiantes que no eran capaces de hacer el ejercicio que les tocaba...

Los hoteles de Hoi An varían de ser increiblemente lujosos, a simples hotelitos de mochileros. Obviamente, a ese último rango fue al que le apuntamos, pero estuvo muy bién, cumplió con la regla de las tres B's: bueno bonito y barato. La comida tiende a ser carísima en los restaurantes que dan al río, pero nos encontramos con una joya que se llama Café 47 (o algo así) que por un par de dólares por persona te dá la mejor comida que probé en Vietnam... Tanto así, que ese lugarcito, atendido por sus dueños increíblemente buena gente, se convirtió en casi sitio de peregrinación todas las noches.

Hoi An, es otro lugar declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Es una ciudad pequeña, pintoresca, muy cercana al mar. Pero aunque está llena de casas históricas y monumentos interesantes, mi humilde opinión es que no puede competir con otros sitios también declarados patrimonio... Es una ciudad, cargada de contenido histórico, pero no te va a cambiar la perspectiva del mundo. Nuevamente, esa fue mi humildísima opinión.

Pero igual, la pasamos muy bién entre playas espectaculares y cálidas y sitios llenos de la historia de vietnam. Sería descarado quejarse!

martes, 8 de julio de 2008

Cruzando la montaña más alta de Vietnam, hacia Danang

Lan Co estaba relativamente cerca de Hoi An, menos de 100kms en total. El tema, es que en la mitad estaba la montaña más alta de Vietnam, el famoso Hai Van (mar de nubes). Ésta montaña la atraviesa un túnel de más de 30 kms de longitud, evitandole a los autos y buses la subida lenta y tortuosa hacia la cima de la montaña. Pero motivados por la idea de ver a Vietnam desde la cima de su montaña más alta, arrancamos por la carretera vieja, la que solo transitan los búfalos de trabajo y aquellos que no quieren pagar el peaje del túnel. Ah bueno, y los ciclistas que quieren matarse subiendo, esperanzados de una vista inigualable.

La subida, como era de esperarse, fue jodida. Sobretodo porque el día estaba particularmente sofocante, la subida era más pendiente de lo que me imaginaba, y un dolorcillo en la rodilla izquierda le dió por hacer su reaparición. Pero cuando se siente uno cansado, muerto, solamente es mirar hacia el lado del mar, parar un poco a respirar y dejarse llevar por el paisaje, kilómetros y kilómetros de playa limpia, un mar azul hasta donde el ojo puede ver, cubierto de juncos y barquitas de pescadores que se mecen tranquilas, como lo han hecho de siempre. Y enmarcando todo el cuadro, una de las pocas cadenas montañosas de Vietnam. Cada metro que subís, es un metro más conquistado, un metro más de paisaje y de vida.

A eso de la mitad del ascenso, paramos a descansar y tomar agua en el medio de la nada. Unos metros más adelante, había una casita de madera con techo de paja y de ella, salió un tipo lo más de contento a gritarnos 'Hello, hello, come in please' algo así como hola, por favor entren. El sol estaba literalmente rostizante, así que decidimos entrar y descansar un poco a la sombra. Resulta que Hai Van no solo es el paso de montaña más alto de Vietnam, sino que también es uno de los parques naturales más importantes del país. Y el tipo éste, era uno de los cuatro guardabosques encargados de proteger el parque, buenísima gente (a diferencia de un 98% de los vietnamitas) que nos invitó a té y a jugar ajedrez chino. Al rato, nos invitó también a conocer el sector, prometiéndonos una cascada natural con agua helada... semejante oferta no se rechaza facilmente. Y bueno, fuimos con las bicicletas montaña adentro, hasta que encontramos el cauce de un arroyo. Ahi las dejamos y subimos con nuestro improvisado guía, entre la selva, en dirección a la cascada. Eventualmente llegamos, y es una de esas experiencias que pocas veces se ven: vos en una cascada en la mitad de la selva, y de frente, la vista panorámica del mar cientos de metros más abajo. Al rato de andar en ese jacuzzi natural, era tiempo de continuar porque aún no habíamos coronado el paso de montaña. Nos despedimos del tipo increíblemente amable, que de paso nos llenó las botellas de agua con agua de manantial pura.

Luego de no se cuanto tiempo más, al final coronamos la cima... una vista sublime, única, solamente opacada por los bunkers y trincheras olvidados por el tiempo, dejados en el pasado por Estados Unidos, llenos de agujeros de bala y de quién sabe cuantos sueños rotos, testigos mudos de una guerra verdaderamente estúpida sin honor, gloria o victoria.

La bajada de la montaña fue obviamente un paseo. El recorrido que de subida tardó la mayor parte del día, al otro lado de bajada fue hecho en algo más de media hora... Y media hora más tardamos en llegar a Danang, una de las ciudades más grandes de Vietnam, lugar en el que solo estábamos de paso para reencontrarnos nuevamente con las francesas que volaban desde Haiphong, antes de continuar a Hoi An.

sábado, 5 de julio de 2008

Lan Co, una perfecta sorpresa

De Hue entonces la idea era seguir como de costumbre hacia el sur, en dirección a Da Nang y eventualmente Hoi An, una ciudad catalogada como patrimonio mundial por la UNESCO. En el camino, bastante congestionado por ser la principal autopista de Vietnam, encontramos algunos ríos en los cuales paramos para practicar el deporte olímpico de tirarse en clavado desde los puentes y refrescar el cuerpo bajo un rostizante sol. Al rato, empezó a llegar una brisa suave, pero con un olor a mar, a playa. A unos metros más adelante, luego de una curva se abrió la vista del mar del golfo de Tonkin, tranquilo, apacible, quieto. Nos metimos por un caminito destapado para acercarnos al mar y pedalear un rato junto a el, y en el camino nos encontramos con un pueblo de pescadores haciendo lo que han hecho sus padres y abuelos y bisabuelos. Generación trás generación de hombres de mar, de granjeros del oceano, que nos observaban con mirada dura, curtida por tantos atardeceres junto al mar. Adelante encontramos un restaurantucho, en el que nos comimos uno de los mejores almuerzos de Vietnam, pastas salteadas con frutos de mar, por 15,000 Dong, algo menos de 1 Dolar.


Luego del reposo obligado por un aguacero pasajero, hijo del monsón, seguimos camino. Llegamos al pueblito de Lan Co, uno de esos lugares que a duras penas aparecen en los mapas, y se ganan una mención de un par de líneas en las guías de viaje. Preguntamos por donde quedarnos en varios lugares, pero finalmente nos quedamos en una casa de familia que tenían una habitación para alquilar. Y aunque no tuvieran electricidad, ésto lo contrarestaban con creces con su buena energía, su ánimo y su calor. Y lo mejor, la playa quedaba solamente a unos metros, cruzando una duna.


Pero no era cualquier playa. Era una playa limpia, limpísima. De aguas cristalinas y arena suave. Sin turistas. Sin gente. Una playa solo para mí, sin nadie a kilómetros a la redonda. Una de esas sorpresas que le regala la vida a uno ocasionalmente, como las sorpresas que venían de vez en cuando en los paquetes de Chitos o Yupis!


Y fué ahí en esa playa también donde la vida me regaló otro atardecer, y otro amanecer, mientras nadaba en ese océano, al otro lado del planeta del lugar que me vió nacer, viviendo otra vida que nunca imaginé posible, viviendo, simplemente viviendo.

viernes, 4 de julio de 2008

Hue

A Hue llegamos a eso de las 3 de la mañana, medio muertos. El último trayecto lo hicimos en tren, porque el tiempo se nos estaba haciendo corto para atravesar los más de 2000 kilómetros de Vietnam. Y claro, como me había quedado gustando tantísimo la experiencia de montar en tren última clase acá, volvimos a tomar la misma clase, la más barata, la más pintoresca, y claro, la más jodidamente incómoda.

Lo triste es que en el viaje, a mi querida French Press con la que hacía café todos los días le salieron patas y salió de huida... seguro metiéndose en el bolso de algún Vietnamita que a estas alturas de la vida está usándola para limpiar el sanitario. Y también perdí mi juego de dibujo, completo con portaminas y difuminadores. Bueno, cosas de la vida... no todo puede ser perfecto!
En todo caso, faltaban aún varias horas para que saliera el sol y la ciudad seguía en REM. Encontramos por fortuna un puestecito callejero que venía Banh Canh, que es como una sopa de pescado con pastas, tradicional del área costera del centro y sur de Vietnam. Y acá viene una perla que muestra como es la cultura de negocios de los Vietnamitas, tratando siempre de tumbar a los turistas. Resulta que preguntamos cuanto costaba una cerveza. La chica, medio dormida, nos dijo el precio de 6,000 Dong que es un precio decente, por lo que pedimos un par. Y claro, cuando la chica se dió cuenta de su grave error de dar un precio honesto y no triplicado, volvió y nos dijo... 20,000 Dong, más del triple. Yo se que puedo tener cara de estúpido, pero no taaaanto... Muerto de la risa le dije que el precio normal era 6,000 y que no jodiera más, y la chica aceptó, seguramente pensando para si misma que igual hizo el intento de joder a los turistas, deporte nacional de Vietnam...

Luego de nuestro saludablísimo desayuno de sopa de pescado y cervezas (el corn flakes con leche es taaan del pasado!) estaba la idea de darle la vuelta a la ciudad imperial, pero desafortunadamente estaba desierta y cerrada. El plan B fue seguir recorriendo por las calles cercanas al río, despacio, lento, haciendo tiempo para que se hiciera de día. En esas, de improviso al sol le dió por salir, bañando de dorado, púrpura y rosa el río y la ciudad. La rabiecita por el robo de la cafetera y los lápices se esfumó por completo, era un día que valía la pena. Pero ya el cansancio acumulado de varios días de esfuerzo físico y poco sueño se hacía sentir, y el pensamiento de tener que buscar hotel y negociar a esas horas era pesadísimo, agobiante. Entra entonces el Plan C, encontrar un parquecito X en la ciudad, colgar las hamacas y hacer una siestecilla reparadora de algunas horas antes de ponernos en tarea de buscar el hotel. A eso de las 8 o 9 am nos despertó una señora que estaba haciendo deporte, creo que no le gustaba la visión de un par de extranjeros roncando al lado de sus bicicletas... hinchapelotas! Pero bueno, igual también era hora de buscar hotel. Conseguimos uno que parecía decente, con TV, cable, aire acondicionado, y baño propio por 5 o 6 dólares. El primer día fué de recuperar energías, porque en realidad estaba vuelto nada, exhausto.

Hue fue la capital del imperio de Vietnam en épocas antiguas, hogar de varias dinastías. La citadela histórica, está protegida del exterior por una gruesísima muralla defensiva, y un foso al mejor estilo de los castillos de las historias de caballeros y princesas. A veces me daba ese aire que me dan las ciudades amuralladas antiguas, tipo Cartagena en Colombia. Solo que al interior de ésta, en lugar de arquitectura colonial española, estaba llena de pagodas y edificaciones de un estilo algo achinado. Un lugar bastante tranquilo y bonito.


Cerca a Hue están los mausoleos de las varias dinastias que reinaron en la antigua capital. Son complejos funerarios enormes, majestuosos, imponentes, que nuevamente celebran la megalomanía de sus gobernantes, y la esperanza de que riquezas y poder pudieran comprar una mejor vida en el más allá... En uno de éstos mausoleos está una stelae gigante, que es como una piedra enorme que trajeron desde el norte de Vietnam, y tardaron más de 4 años en transportar. La finalidad? Poner la autobiografía del monarca de turno. Más megalomanía...

Pero Hue estuvo bastante bonito, tranquilo e interesante. Bastante turístico también, pero hay suficiente espacio para respirar. Lo peor vino el último día en el hotel, que conocimos un fotógrafo Holandés al que se le habían entrado a la habitación y le robaron absolutamente todo (incluyendo todo su equipo de fotografía). Y en el hotel le responden tan tranquilamente que si vieron al ladrón llevarse sus mochilas y maletas, pero nadie dijo nada. Y aparte, no le respondieron por nada. Y justo ese mismo día, también se entraron a la habitación de nosotros y se le robaron al belga algo así como 50 Euros en moneda local, literalmente una millonada. Y obvio, el hotel tampoco respondió por nada.

Ah, Vietnam, Vietnam....

jueves, 3 de julio de 2008

Ninh Binh

Fué hace tantos días el paso por Ninh Binh que los recuerdos se han ido escondiendo un poco tras de esa nube de olvido y tiempo. Pero la verdad es que los recuerdos que quedan de Ninh Binh son de los mejores que hay de Vietnam.

Como luego de dejar las maletas en el hotel luego de hacer el check-in en Ninh Binh aún era temprano, pues no estaba de más dar una vuelta por los alrededores. En el hotelito familiar donde me quedé, el Xuan Hoa, la gente era demasiado amable y dibujaron un mapita especial para ayudarme a dar un paseo por los lugares que practicamente nadie visita. El tipo me decía, es un lugar complicado y los caminos no están muy buenos, pero tu vienes de China en bici y no vas tener problemas, seguro, y el camino y la gente están muy bién.

OK, perfecto, entonces con mapita en la mano me hice a la búsqueda de los caminos empolvados y pequeños, realmente en el centro de la nada. Lo bonito es que cuando atraviesas por las aldeas, la gente emocionada sale a saludarte, a sonreirte, a tocarte los brazos peludos y a decirte jeeelouuuuu con su mejor inglés, a mirar asombrados tu bicicleta que, oh por dios, tiene cambios!!! Y luego, al salir de las aldeas, te encontrás metido de lleno en un campo de arroz, rodeado por montañas karst que salen de la nada, de ríos y de campesinos trabajando sus granjas. Y de vez en cuando, ves un templo que nadie visita, en los que los monjes se apuran a salir a tu encuentro y mostrarte las cavernas y las modestas esculturas que el tiempo no ha cuidado muy bién. Sigues pedaleando por los caminos, generalmente cubiertos siempre por gajos de arroz que los granjeros dejan secando al sol, y luego los caminos se convierten en verdaderos pantanales, a las orillas de los riachuelos.

Y siguiendo el mapa, eventualmente llegás a Hoa Lu, la antigua e histórica capital del reino de Vietnam, en el medio de ese paisaje increíble que solo la naturaleza tiene la imaginación para crear. Del poderío y la majestuosidad de otros tiempos, solo quedaron rezagos, en forma de templos reconstruídos y paredes viejas. Pero igual, el lugar tiene ese aire que solo los lugares con fuerte contenido histórico tienen. Y cerca de Hoa Lu, está una montaña sagrada con la mejor vista sobre Ninh Binh. La verdad es que estaba destruído y la idea de subirme a la montaña sin agua no era la mejor, pero pudo más la curiosidad y las ganas de ver todo con la visión de un pájaro, así que manos a la obra y subir y subir y subir... la verdad, valió la pena!

Al otro día fué la grata sorpresa que Dryan, el belga que conocí en Hanoi, venía en camino hacia Ninh Binh acompañado de Celine y Marie que también se habían tomado el fin de semana. Y claro, había que celebrar el reencuentro!

En el hotel se quedaron una pareja de ciclistas suizos que estaban de vacaciones haciendo un circuito rápido por Vietnam. Estaban viajando con unas bicicletas Giant, similares a la mía pero un poco mejores, y decían que había sido la mejor compra que habían hecho. Obviamente, les dí la razón. También en el hotel había una de las leyendas de Ninh Binh, la famosa agua de Ninh Binh. Y ésta agua no era más que un potente alcohol de arroz fermentado en casa, y añejado por varios años. Solo que el proceso de añejamiento es algo particular. La foto puede dar algunas pistas... Efectivamente, es un añejamiento con las delicadezas del Dragón de Vietnam (iguana) y algunos cientos de gusanos, muy buenos para la potencia masculina. Ja!

El dueño del hotel, orgulloso de su tesoro alcohólico, le ofreció a los ciclistas una prueba del alcohol sagrado... Y claro, como siempre le entramos a ver que era el tema. El sabor... mmm... distinto. El olor... alcohol industrial. El efecto... bueno, digamos que yo estaba virtualmente prendido con solo dos copas de ese brevaje. Oh yeah!

Al otro día visitamos también el famoso Tam Coc, que se me hizo muy similar a Guilin en China. Basicamente vas en tu barquito con tu remera, y te haces el camino entre campos de arroz y cavernas en el río. Un recorrido bastante tranquilo, pacífico, simplemente hermoso.

Esas noche, con el dueño del hotel que es un tipo 5 estrellas, nos fuimos a tomar cervezas a un beer garden estilo Vietnamita, a celebrar que en la estación de trenes y de buses logramos persuadir a unos turistas sin idea de nada a que se quedaran a su hotel, que en realidad es excepcional. Y un par de jarras de cerveza más tarde, hizo alarde de las costumbres de Vietnam y nos invitó a fumar la ubicua pipa de agua. Cosa poderosa!

La próxima estación sería Hue, otra capital del imperio de Vietnam. Ésta vez viajaría nuevamente con Dryan, el belga. Dejando atrás a Ninh Binh, coincidimos en que esa ciudad había sido una de las mejores experiencias en Vietnam, no solo por los paisajes y la historia, sino porque particularmente la gente era buena gente, sencilla, alegre, a diferencia de la mayoría de sitios de Vietnam hasta el momento.

martes, 1 de julio de 2008

A un paso de Ninh Binh

Como había que pagar por horas, me quedé en el hotelito de paso el tiempo estrictamente necesario, forzándome a salir recién salido el sol hacia Ninh Binh. El día estaba particularmente caliente, sofocante, asfixiante... Pero igual a lo hecho pecho. La ruta cambió un poco para mal, porque la carretera deja de ser secundaria para convertirse en autopista nacional, llena de carros, buses, motos a toda velocidad... Y el común denominador es que todos, TODOS, pitan al pasar. Y no pitan una vez, sino que pitan frecuentemente y sin parar... Para ellos, usar el pito es algo tan básico como frenar o mirar por el espejo retrovisor. Y aparte de ser molesto, se vuelve algo verdaderamente estresante, sobretodo cuando el que te pita es un camión enorme con un pito que dejaría mudo a un concierto de Sepultura...



Ya llegando a Ninh Binh, hubo una imágen que quedó grabada fuertemente en mi cabeza, y que desafortunadamente, no la he podido borrar. Iba por la carretera pedaleando tranquilamente en uno de los días más calientes, 40 grados de infierno, cuando de frente venía una moto cargada con unas jaulas a cada lado. Suponía que eran pollos o algo así, como generalmente se ve en las carreteras de China y Vietnam. Pero no. El tipo en la moto se bajó frente a un restaurante y soltó la jaula aquella. Y la jaula comenzó a aullar. Y el tipo agarro un palo y empezó a soltarle golpes a la jaula, a las extremidades que lograban sacar desde adentro. Cuando pasé cerca, me di cuenta que el cargamento no era mas que perritos que estaban literalmente uno encima de otro, sin espacio para respirar. Todos estaban jadeando, tratando de pelear por aire, por algo de espacio.




Los mas desafortunados, los que estaban abajo, estaban muertos en su mayoria, aplastados por otros perros, por el hambre, por la sed, por el calor, por el desespero. Tenia la ultima botella de agua y trate de darles algo que los sacara un poco de ese infierno, y en esas llego el conductor afanado al ver que un desconocido se metia en su cargamento. Le trataba de decir que los perros estaban muriendose literalmente en el calor, en el sol, que los soltara, pero el tipo como buen vietnamita trato de sacar negocio mientras se moria de la risa del estúpido extranjero que se llenaba de pesar por los perros que serían devorados en el restaurante más cercano. Me dijo su precio... 'uan, ajandredolas' 100 dolares cada uno. Y mientras seguía riendose, volvió a subir los pobres perros a la moto, alejándose de mi camino, pero dejando en mi mente uno de los sabores más agrios del viaje.


Y está bien, entiendo que en Vietnam se coman a todo lo que se mueva... después de todo, el hombre es omnívoro y acá han pasado tiempos salvajes que hacen que el hambre pueda más que todo y no se le haga el fó a ningún tipo de comida. Pero también, los perros estaban pasando por una situación traumática, torturadora, injusta, sin dignidad, bárbara... Y eso no se lo merece cualquier ser viviente. Te hace pensar bastante sobre la calidad de vida (y muerte) de los animales que nos comemos en la sopa del día o en la hamburguesa o en nuestro KFC...


Pero bueno, con los ánimos en el suelo llegué a Ninh Binh, a buscar por la mayor parte de una hora la esquiva guesthouse donde pasaría la noche, a buscar algo que comer.