Viajar en bus tiene algunas ventajas clarísimas en comparación a viajar en bici. La velocidad sería la primera y la más importante. Tal vez la comodidad de no tener que cargar el equipaje y también de las sillas, aunque eso es discutible en los buses de India. De resto, las ventajas son muy discutibles.
Se me había olvidado lo que es pasar horas y horas metido en una ruidosa y mareante jaula de hierro y vidrio que se sacude, vibra, gruñe mientras se come eficientemente kilómetro trás kilómetro dejando trás de si una densa y pesada estela de ACPM quemado que mata el aroma natural del bosque, de la naturaleza.
Se me había olvidado lo que es estar verdaderamente encerrado, aislado del mundo, mirándolo mientras pasa a altísima velocidad por una ventanita pequeña y sucia que te 'protege' de lo que pasa allá afuera, de la lluvia, del sol, de la vida.
Se me había olvidado lo que es sentir que en el bus el mundo no es más que una mancha borrosa que pasa continuamente, y no tienes control para vivir las pequeñas cosas que hacen un viaje: el estar sumergido en un paisaje increíble, el sonido de los pájaros y animales, el olor del campo, parar donde uno quiera, a la hora que uno quiere, a hablar con quien uno quiere, a hacer lo que uno quiere.
Si, viajar en bus es bastante práctico, pero le quita el gusto, el placer al camino, a esa experiencia que es la razón de ser del viaje.
: relatos de una mochila :
miércoles, 30 de septiembre de 2009
domingo, 27 de septiembre de 2009
Show must go on
«Once the shit hits the fan, the only rational choice is to sweep it up, package it, and sell it as fertilizer.»
Lástima que no crea en la mala suerte, porque si no iría donde el Indio Amazónico, el Chamán, el Gurú, el Sacerdote, el Oráculo, el Saddhu, el Monje Auspicioso, el Gran Ekeko, el azul Krishna, o quién fuera para que me diera un buen baño de buena fortuna.
Digamos entonces que Almita se quedó dándose una siesta en New Delhi mientras yo retornaba sin ella a las montañas del norte, al techo del mundo.
A decirle adios a India desde Ladakh, la joya de su corona.
Lástima que no crea en la mala suerte, porque si no iría donde el Indio Amazónico, el Chamán, el Gurú, el Sacerdote, el Oráculo, el Saddhu, el Monje Auspicioso, el Gran Ekeko, el azul Krishna, o quién fuera para que me diera un buen baño de buena fortuna.
Digamos entonces que Almita se quedó dándose una siesta en New Delhi mientras yo retornaba sin ella a las montañas del norte, al techo del mundo.
A decirle adios a India desde Ladakh, la joya de su corona.
viernes, 25 de septiembre de 2009
El Plan
El plan era sencillo. De los 2,300mts de Shimla, ascender a los casi 3,000mts de Narkanda y descender al valle del Sutlej, en camino por montañas hacia los valles del Sangla, y eventualmente escalando de nuevo y llegar al hermoso valle del Spiti. De ahí, si me sentía bién, posiblemente iría a Manalí en ruta hacia Leh en la remota región de Ladakh.
El plan era perfecto. Al menos en el papel. Subir, bajar, volver a subir. No importaba que tanto tiempo me gastara, podía dormir en cualquier aldea, o en el peor de los casos, en mi hamaca colgada entre un par cualquiera de pinos.
El plan era conveniente. Quería despedirme de India lento lento, respirando aire puro de montaña, sin ese caos y contaminación tan aburridor que reina en las planicies.
El plan era atrevido, pero no imposible. Subir al techo del mundo en bicicleta, cargando lo estrictamente necesario, iba a ser difícil pero estaba seguro de que era posible. Hace rato había pasado por el momento de dejar ir todas las preocupaciones y los imposibles, y simplemente, intentarlo.
El plan era... un plan. Y los planes, como tantas veces me lo ha enseñado la vida, no siempre resultan como uno espera. De Shimla salí con todos los ánimos del mundo, y escalé y bajé y volví a escalar los primeros días impulsado por la esperanza y la motivación de una nueva aventura.
Y pasó antes de llegar a Sangla. Empecemos por el idílico tema de dormir en mi hamaca. Las hamacas están muy biénen climas tropicales donde el clima de noche es propicio y abundan los árboles para escoger el lugar ideal donde colgarla. Pero en las altas montañas, los árboles adecuados comienzan a escasear, y los que encuentraba estaban al lado de la carretera o justo al lado de un abismo que no tiene una pinta muy, digamos, invitante... Eventualmente encontré en mi primera noche un lugar adecuado, pero ya entrada la oscuridad comenzó un viento helado que hizo que me pusiera absolutamente toda la escasa ropa que cargaba en las alforjas, y aún así, terminé cagado del físico frío. Sobra decir que fué una primera noche dificilísima, en la que hubiera pagado por un té caliente su peso en oro. En la que cada cuarto de hora esperaba que el sol se asomara por detrás de las montañas y me trajera un poco de calor, que me exorcizara de ese frío jodido que me calaba los huesos...
Pero digamos que los dioses no estaban esa semana de mi lado. En uno de esos descensos dementes por carreteras terribles, luego de haber conquistado otra dura montaña, empecé a sentir una vibración extraña en la parte de atrás de Alma. Muy ocupado esquivando rocas y baches y camiones Tata escupiendo ACPM, no le puse mucha atención. Pero luego empezó el sonido constante y segundos después, a unos 40kmph en bajada, sentí que la rueda trasera se bloqueó haciéndome patinar por el frenado en seco. No se como carajos logré controlar la bici, pero el caso es que no me fuí loma abajo por la montaña ni me quedé estampillado en la parte delantera de los camiones que subían. Pero al final, cuando tomé aire y miré los daños, el balance no fué el mejor. El marco trasero de Alma, donde cargo el equipaje, se había fracturado por completo debido seguramente al peso de las maletas, sumado a las condiciones menos que ideales del camino lleno de cráteres y piedras enormes con las que me daba a cada rato. Por ello, una de las maletas terminó por caerse y se enredarse con la rueda trasera dejando un caos de mapas y pedazos de tela tirados por la carretera.
Como pude arreglé de emergencia el marco con lo que tenía a la mano: pedazos de alambre, seda dental y tela. Apenas para llegar al siguiente pueblo y ver si había manera de reparar el daño. Pero estando en India, en la mitad del estado menos poblado, mis esperanzas no estaban muy altas. El arreglo improvisado no era el mejor, y a cada rato me tocaba volver a amarrar todo. Por fortuna, en una de esas, un camión de manzanas que subía vacío se detuvo y el conductor me invitó a montar la bici y llevarme de regreso a Shimla, donde tenía más oportunidades de arreglar a mi Alma. Y varias horas más tarde, luego de un loquísimo viaje en la cabina de un camión del que sobreviví sin saber muy bién como, me encontraba de nuevo en las afueras de Shimla.
En ésta ocasión estaba, tristemente, en lo cierto. En el único taller de reparación de autos no tenían el tipo de soldadura para reparar el marco. El tipo me dijo que la alternativa era volver a Nueva Delhi a probar suerte, o en el peor de los casos, a conseguir una pieza nueva.
Así que con el ánimo en el suelo, monté esa tarde a Alma en el techo de un bus local rumbo nuevamente a Delhi, donde con suerte podría arreglar el daño.
Ese era el plan.
El plan era perfecto. Al menos en el papel. Subir, bajar, volver a subir. No importaba que tanto tiempo me gastara, podía dormir en cualquier aldea, o en el peor de los casos, en mi hamaca colgada entre un par cualquiera de pinos.
El plan era conveniente. Quería despedirme de India lento lento, respirando aire puro de montaña, sin ese caos y contaminación tan aburridor que reina en las planicies.
El plan era atrevido, pero no imposible. Subir al techo del mundo en bicicleta, cargando lo estrictamente necesario, iba a ser difícil pero estaba seguro de que era posible. Hace rato había pasado por el momento de dejar ir todas las preocupaciones y los imposibles, y simplemente, intentarlo.
El plan era... un plan. Y los planes, como tantas veces me lo ha enseñado la vida, no siempre resultan como uno espera. De Shimla salí con todos los ánimos del mundo, y escalé y bajé y volví a escalar los primeros días impulsado por la esperanza y la motivación de una nueva aventura.
Y pasó antes de llegar a Sangla. Empecemos por el idílico tema de dormir en mi hamaca. Las hamacas están muy biénen climas tropicales donde el clima de noche es propicio y abundan los árboles para escoger el lugar ideal donde colgarla. Pero en las altas montañas, los árboles adecuados comienzan a escasear, y los que encuentraba estaban al lado de la carretera o justo al lado de un abismo que no tiene una pinta muy, digamos, invitante... Eventualmente encontré en mi primera noche un lugar adecuado, pero ya entrada la oscuridad comenzó un viento helado que hizo que me pusiera absolutamente toda la escasa ropa que cargaba en las alforjas, y aún así, terminé cagado del físico frío. Sobra decir que fué una primera noche dificilísima, en la que hubiera pagado por un té caliente su peso en oro. En la que cada cuarto de hora esperaba que el sol se asomara por detrás de las montañas y me trajera un poco de calor, que me exorcizara de ese frío jodido que me calaba los huesos...
Pero digamos que los dioses no estaban esa semana de mi lado. En uno de esos descensos dementes por carreteras terribles, luego de haber conquistado otra dura montaña, empecé a sentir una vibración extraña en la parte de atrás de Alma. Muy ocupado esquivando rocas y baches y camiones Tata escupiendo ACPM, no le puse mucha atención. Pero luego empezó el sonido constante y segundos después, a unos 40kmph en bajada, sentí que la rueda trasera se bloqueó haciéndome patinar por el frenado en seco. No se como carajos logré controlar la bici, pero el caso es que no me fuí loma abajo por la montaña ni me quedé estampillado en la parte delantera de los camiones que subían. Pero al final, cuando tomé aire y miré los daños, el balance no fué el mejor. El marco trasero de Alma, donde cargo el equipaje, se había fracturado por completo debido seguramente al peso de las maletas, sumado a las condiciones menos que ideales del camino lleno de cráteres y piedras enormes con las que me daba a cada rato. Por ello, una de las maletas terminó por caerse y se enredarse con la rueda trasera dejando un caos de mapas y pedazos de tela tirados por la carretera.
Como pude arreglé de emergencia el marco con lo que tenía a la mano: pedazos de alambre, seda dental y tela. Apenas para llegar al siguiente pueblo y ver si había manera de reparar el daño. Pero estando en India, en la mitad del estado menos poblado, mis esperanzas no estaban muy altas. El arreglo improvisado no era el mejor, y a cada rato me tocaba volver a amarrar todo. Por fortuna, en una de esas, un camión de manzanas que subía vacío se detuvo y el conductor me invitó a montar la bici y llevarme de regreso a Shimla, donde tenía más oportunidades de arreglar a mi Alma. Y varias horas más tarde, luego de un loquísimo viaje en la cabina de un camión del que sobreviví sin saber muy bién como, me encontraba de nuevo en las afueras de Shimla.
En ésta ocasión estaba, tristemente, en lo cierto. En el único taller de reparación de autos no tenían el tipo de soldadura para reparar el marco. El tipo me dijo que la alternativa era volver a Nueva Delhi a probar suerte, o en el peor de los casos, a conseguir una pieza nueva.
Así que con el ánimo en el suelo, monté esa tarde a Alma en el techo de un bus local rumbo nuevamente a Delhi, donde con suerte podría arreglar el daño.
Ese era el plan.
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martes, 22 de septiembre de 2009
Shimla
Shimla es para muchos Indios uno de los refugios más famosos de verano. Incontables turistas y en particular parejitas en su luna de miel viajan a ésta pequeña ciudad colonial escapando del tortuoso verano en las planicies de la India. Shimla, ubicada en el estado de Himachal Pradesh, se hizo popular debido a que durante la invasión inglesa varios Europeos construyeron sus casas de veraneo y poco a poco fue ganando popularidad hasta convertirse en la capital de verano de toda India. Varios visitantes ilustres del gobierno tomaron grandes decisiones acá, como Gandhi, Nehru e Indira.
Es una ciudad que parece descolgarse de la cima de las montañas, donde casas de arquitectura Europea coexisten con sus contrapartes Indias, más simples, más humildes. Muy a la vista están varias iglesias y colegios católicos testigos de siglos de dominación Europea. En el corazón de Shimla, casi todas las casas sirven como tiendas, restaurantes, puestos de souvenirs, café internet, o algo relacionado con el turismo. Es una ciudad donde es común ver a las parejas (incluyendo a los mismos Indios) caminar tomándose de las manos o sentados cariñosamente en una banca cualquiera sin que nadie los mire como si estuvieran cometiendo el peor pecado. Shimla tiene un ambiente tolerante para los Indios y por eso acuden en manada en verano. Y de hecho, viajando solo, es difícil encontrar una cama para una sola persona y que además no tenga la forma ultra cliché de corazón, o redonda y giratoria con masajeador...
Pero yo no estaba en Shimla para hacer una investigación sobre los colores de las sábanas de las camas luna de miel. Había llegado a Shimla después de unas subidas que me habían recordado todo el tiempo que ha pasado desde que me he enfrentado a una montaña que valga la pena. También me dí cuenta que estaba llevando demasiado peso en las maletas y lo que es peor, ahora debido al frío estaba obligado a llevar aún más, gracias a que debería cargar ropa para climas mucho más fríos que el verano abrasador de las planicies de India.
Así que me vi obligado a regalarle a unos colegas viajeros la mayor parte de mi colección de libros que ni había terminado de leer, y a unos Indios un montón de tonterías que estaba cargando pero que en realidad no necesitaba. Después de viajar tanto, por tan diversos lugares y climas, alcanzo a veces a darme cuenta que tan poco es en realidad lo que necesito...
Y aproveché también para darme gusto, porque ya estaba un poco hastiado de la comida India, del dhal, chapatis y baht repetidos hasta la infinidad. Así que me tomé no se cuantos cafés espressos dobles, que tanto me acuerdan de la tierra que me vió crecer, y también para festejar el haber coronado la primera montaña con un banquete de comida occidental como el que hace tanto tiempo no me daba.
Ahora, comienzan varias semanas en las que abundarán los paisajes increíbles, los retos casi que sobrehumanos, las montañas vigilantes, la gente sonriente y sencilla.
Que bueno se siente estar de vuelta al Tibet una vez más.
Es una ciudad que parece descolgarse de la cima de las montañas, donde casas de arquitectura Europea coexisten con sus contrapartes Indias, más simples, más humildes. Muy a la vista están varias iglesias y colegios católicos testigos de siglos de dominación Europea. En el corazón de Shimla, casi todas las casas sirven como tiendas, restaurantes, puestos de souvenirs, café internet, o algo relacionado con el turismo. Es una ciudad donde es común ver a las parejas (incluyendo a los mismos Indios) caminar tomándose de las manos o sentados cariñosamente en una banca cualquiera sin que nadie los mire como si estuvieran cometiendo el peor pecado. Shimla tiene un ambiente tolerante para los Indios y por eso acuden en manada en verano. Y de hecho, viajando solo, es difícil encontrar una cama para una sola persona y que además no tenga la forma ultra cliché de corazón, o redonda y giratoria con masajeador...
Pero yo no estaba en Shimla para hacer una investigación sobre los colores de las sábanas de las camas luna de miel. Había llegado a Shimla después de unas subidas que me habían recordado todo el tiempo que ha pasado desde que me he enfrentado a una montaña que valga la pena. También me dí cuenta que estaba llevando demasiado peso en las maletas y lo que es peor, ahora debido al frío estaba obligado a llevar aún más, gracias a que debería cargar ropa para climas mucho más fríos que el verano abrasador de las planicies de India.
Así que me vi obligado a regalarle a unos colegas viajeros la mayor parte de mi colección de libros que ni había terminado de leer, y a unos Indios un montón de tonterías que estaba cargando pero que en realidad no necesitaba. Después de viajar tanto, por tan diversos lugares y climas, alcanzo a veces a darme cuenta que tan poco es en realidad lo que necesito...
Y aproveché también para darme gusto, porque ya estaba un poco hastiado de la comida India, del dhal, chapatis y baht repetidos hasta la infinidad. Así que me tomé no se cuantos cafés espressos dobles, que tanto me acuerdan de la tierra que me vió crecer, y también para festejar el haber coronado la primera montaña con un banquete de comida occidental como el que hace tanto tiempo no me daba.
Ahora, comienzan varias semanas en las que abundarán los paisajes increíbles, los retos casi que sobrehumanos, las montañas vigilantes, la gente sonriente y sencilla.
Que bueno se siente estar de vuelta al Tibet una vez más.
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domingo, 20 de septiembre de 2009
Subiendo a la montañosa Shimla
Dejando la santa Gurudwara (templo Sikh) de Paonta Sahib detrás, continuaba el camino en ascenso siempre hacia la altiplanicie de los Himalayas. Las empinadas pendientes, aparte de hacerme casi gritar de lo lento y dificultoso del ascenso, me hacían recordar que definitivamente estoy cargando más de la cuenta en las maletas de Alma. Cada metro recorrido era un metro luchado, sufrido, un metro ganado. Pero cuando el desespero entra de a poquitos en mí, basta detenerme y mirar alrededor: te viene el susurro de un viento fresco y tranquilo que viene de las montañas y que te recuerdan que no es importante llegar, que lo importante es vivir cada paso. Los paisajes son increíbles, montañas vírgenes cubiertas de bosques hasta donde el ojo pueda ver. Y siempre subiendo, unos caminitos zigzagueantes que tratan de llegar a su cima.
El kilometraje por día ha bajado a la mitad (y hasta menos) cuando miro la distancia recorrida, tengo que mirar dos veces porque es tan bajita que no me la creo. Pero no importa, el clima está absolutamente perfecto y por éstos caminos secundarios pasan esporádicamente camiones que no tienen necesidad de pitar demasiado. Hay campos llenos de bosques vírgenes, otros llenos de flores que solo salen por ésta temporada cuando las aguas del monsón fertilizan los campos. A ratos los días son increíblemente azules y en otros la bruma cae rápidamente como un fantasma y hace que el mantenerte en la carretera sea otro reto.
Pasando las noches en Nahan, Sarahan y Solan, me acerco más y más a Shimla que es la más famosa ciudad de veraneo en India. Y para mi, la puerta de entrada donde los Himalayas se ponen fuertes y muestran verdaderamente su tamaño y poder. Donde, si logro escalarlos, voy a mirar atrás y ver los ascensos de éstos días como un simple juego de niños.
El kilometraje por día ha bajado a la mitad (y hasta menos) cuando miro la distancia recorrida, tengo que mirar dos veces porque es tan bajita que no me la creo. Pero no importa, el clima está absolutamente perfecto y por éstos caminos secundarios pasan esporádicamente camiones que no tienen necesidad de pitar demasiado. Hay campos llenos de bosques vírgenes, otros llenos de flores que solo salen por ésta temporada cuando las aguas del monsón fertilizan los campos. A ratos los días son increíblemente azules y en otros la bruma cae rápidamente como un fantasma y hace que el mantenerte en la carretera sea otro reto.
Pasando las noches en Nahan, Sarahan y Solan, me acerco más y más a Shimla que es la más famosa ciudad de veraneo en India. Y para mi, la puerta de entrada donde los Himalayas se ponen fuertes y muestran verdaderamente su tamaño y poder. Donde, si logro escalarlos, voy a mirar atrás y ver los ascensos de éstos días como un simple juego de niños.
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jueves, 17 de septiembre de 2009
Sikh of it all
Y quienes son los Sikhs, y que es el Sikhismo?
Tal vez en películas había visto a esos barbados personajes con turbantes orgullosos sobre sus cabezas. Pero lo que no sabía es que ellos, además de creer una aparente (y centenaria) tendencia de moda, creen fervorosamente también en una religión relativamente jóven que nació hace unos pocos siglos de las ideas de Gurú Nanak, el gurú más importante de los 10 gurús que han tenido los Sikhs. El Gurú Nanak, habiendo nacido en tierras de India/Pakistán, desde muy jóven empezó a meditar sobre dios y a pregonar a todo el mundo sobre la igualdad de todos los seres, independiente de sexo, orígen social, creencia o casta. En el mundo, decía, todos somos hermanos iguales que deberíamos buscar el contacto directo con dios día a día y ganarnos la vida de una manera correcta.
Ésto, en tiempos en los que la dominación ideológica del Hinduismo era mayoritaria, cayó como una desagradable sorpresa para muchos, pero para otros tenía sentido pues no creían más en una creencia de un destino siempre predispuesto por el karma anterior, por la casta, por los designios de un sacerdote. Gurú Nanak pasó la mayor parte de su vida hablando con quien lo escuchara y viajando por toda Asia encontrándose con gente de todas las clases sociales y religiones. A su muerte, designaron a otro Gurú como la cabeza espiriual del Sikhismo, y luego, otro, y otro, hasta que luego del décimo no se volvieron a designar "Gurús oficiales". En adelante, todos eran hermanos y hermanas.
En suma, el credo de los Sikhs es bastante simple. Buscar diariamente a Dios, ganarse la vida de manera honesta, proteger y cuidar a los necesitados sin importar su raza, credo o casta. Tienen también algunas reglas o tabús, como por ejemplo cortarse el pelo, o la barba. No pueden fumar ni tomar alcohol, así como tampoco comer comida halal (estilo musulmán). Además, la tradición les indica que tienen que tener ciertas marcas que los distinguen como Sikhs: el cabello largo, la barba larga, una peineta especial para sostener el cabello, un aro de metal en sus brazos, y una espada o puñal colgando del cinto.
Históricamente los Sikhs han sido un grupo, aunque pequeño, muy activo, orgulloso, guerrero, y influenciante sobre la vida del norte de India. Justo hoy en día Manmohan Singh, el presidente de India, pertenece a ésta religión de los Sikhs. Pero no todo ha sido bueno para ellos, en los comienzos fueron perseguidos sin misericordia por Hindús y Musulmanes, y miles de Sikhs al igual que varios de sus Gurús murieron de maneras trágicas, torturados hasta la muerte de unas formas que desafían las más aberrantes y podridas imaginaciones. Pero por su creencia de defender a los necesitados, se han embarcado en muchas guerras y cruzadas santas en nombre de su religión. Guerras que han dejado bastante dolor y pérdidas. Por ejemplo, el país no olvida todavía los relativamente recientes disturbios de un grupo extremista Sikh, que dejaron como resultado a la casi destrucción del máximo templo del Sikhismo, y al asesinato de la máxima líder de estado Indio, Indira Gandhi a manos de sus guardespaldas Sikh.
Y es que a veces no puedo sino preguntarme sobre los Sikhs: Por un lado, sus templos abren las puertas y le dan alojamiento, comida, tratamiento médico a todos las personas que lo necesiten, sin importar su orígen o quién sean. Pero por otra parte, están las famosas y sangrientas guerras que han luchado, su espíritu de combate que los lleva a lanzarse a las batallas sin dudar. Para mi resulta curioso cuando menos, el hecho que dentro de sus templos se exhiban orgullosamente escudos y armas de combate al lado de ofrendas florales y libros santos. Aun más, el emblema de la religión de los Sikhs es bastante diciente: dos espadas entrecruzadas con una lanza y un anillo de combate.
Todos los Sikh que he conocido han sido muy buenas personas, honestas, amables, trabajadoras y sumamente colaboradores. En los caminos, hay éstos tipos de restaurantes comunitarios que ofrecen comida a los viajeros o peregrinos que pasen por ahí, siempre sin costo alguno. Se preocupan por los pobres, ayudan a los necesitados. Pero en caso de un conflicto, definitivamente no quisiera encontrarme a uno de éstos temibles Sikhs de frente...
Tal vez en películas había visto a esos barbados personajes con turbantes orgullosos sobre sus cabezas. Pero lo que no sabía es que ellos, además de creer una aparente (y centenaria) tendencia de moda, creen fervorosamente también en una religión relativamente jóven que nació hace unos pocos siglos de las ideas de Gurú Nanak, el gurú más importante de los 10 gurús que han tenido los Sikhs. El Gurú Nanak, habiendo nacido en tierras de India/Pakistán, desde muy jóven empezó a meditar sobre dios y a pregonar a todo el mundo sobre la igualdad de todos los seres, independiente de sexo, orígen social, creencia o casta. En el mundo, decía, todos somos hermanos iguales que deberíamos buscar el contacto directo con dios día a día y ganarnos la vida de una manera correcta.
Ésto, en tiempos en los que la dominación ideológica del Hinduismo era mayoritaria, cayó como una desagradable sorpresa para muchos, pero para otros tenía sentido pues no creían más en una creencia de un destino siempre predispuesto por el karma anterior, por la casta, por los designios de un sacerdote. Gurú Nanak pasó la mayor parte de su vida hablando con quien lo escuchara y viajando por toda Asia encontrándose con gente de todas las clases sociales y religiones. A su muerte, designaron a otro Gurú como la cabeza espiriual del Sikhismo, y luego, otro, y otro, hasta que luego del décimo no se volvieron a designar "Gurús oficiales". En adelante, todos eran hermanos y hermanas.
En suma, el credo de los Sikhs es bastante simple. Buscar diariamente a Dios, ganarse la vida de manera honesta, proteger y cuidar a los necesitados sin importar su raza, credo o casta. Tienen también algunas reglas o tabús, como por ejemplo cortarse el pelo, o la barba. No pueden fumar ni tomar alcohol, así como tampoco comer comida halal (estilo musulmán). Además, la tradición les indica que tienen que tener ciertas marcas que los distinguen como Sikhs: el cabello largo, la barba larga, una peineta especial para sostener el cabello, un aro de metal en sus brazos, y una espada o puñal colgando del cinto.
Históricamente los Sikhs han sido un grupo, aunque pequeño, muy activo, orgulloso, guerrero, y influenciante sobre la vida del norte de India. Justo hoy en día Manmohan Singh, el presidente de India, pertenece a ésta religión de los Sikhs. Pero no todo ha sido bueno para ellos, en los comienzos fueron perseguidos sin misericordia por Hindús y Musulmanes, y miles de Sikhs al igual que varios de sus Gurús murieron de maneras trágicas, torturados hasta la muerte de unas formas que desafían las más aberrantes y podridas imaginaciones. Pero por su creencia de defender a los necesitados, se han embarcado en muchas guerras y cruzadas santas en nombre de su religión. Guerras que han dejado bastante dolor y pérdidas. Por ejemplo, el país no olvida todavía los relativamente recientes disturbios de un grupo extremista Sikh, que dejaron como resultado a la casi destrucción del máximo templo del Sikhismo, y al asesinato de la máxima líder de estado Indio, Indira Gandhi a manos de sus guardespaldas Sikh.
Y es que a veces no puedo sino preguntarme sobre los Sikhs: Por un lado, sus templos abren las puertas y le dan alojamiento, comida, tratamiento médico a todos las personas que lo necesiten, sin importar su orígen o quién sean. Pero por otra parte, están las famosas y sangrientas guerras que han luchado, su espíritu de combate que los lleva a lanzarse a las batallas sin dudar. Para mi resulta curioso cuando menos, el hecho que dentro de sus templos se exhiban orgullosamente escudos y armas de combate al lado de ofrendas florales y libros santos. Aun más, el emblema de la religión de los Sikhs es bastante diciente: dos espadas entrecruzadas con una lanza y un anillo de combate.
Todos los Sikh que he conocido han sido muy buenas personas, honestas, amables, trabajadoras y sumamente colaboradores. En los caminos, hay éstos tipos de restaurantes comunitarios que ofrecen comida a los viajeros o peregrinos que pasen por ahí, siempre sin costo alguno. Se preocupan por los pobres, ayudan a los necesitados. Pero en caso de un conflicto, definitivamente no quisiera encontrarme a uno de éstos temibles Sikhs de frente...
martes, 15 de septiembre de 2009
Un dia en el camino (2)
En el camino se sabe que es hora del almuerzo porque en los dhabas de la carretera se ven humeantes ollas de comida cocinada en hornos alimentados con una mezcla de caca de vaca con pasto seco. El elegir uno de éstos restaurantes depende basicamente de la cantidad de camiones que estén estacionados afuera. Mientras más lleno de ellos esté la carretera, mucho mejor. Una vez hecha la decisión, acuesto a Alma sobre algún árbol y paso a pedir los famosos Thalis indios con dhal bat. Un thali es basicamente el menú del día que consiste en poco más que arroz, rotis o tortillas de harina, lentejas, una salsa de verduras y una "ensalada" que puede ser desde un ají o una cebolla cruda hasta una elaborada preparación de mango, limón y una cantidad increíble de otras especias que ni conozco. Vale la pena aclarar que la comida en India no es para estómagos no acostumbrados porque está llena de sabor, y por sabor me refiero a un masala de especias y ajíes de todos los tipos en cantidad industriales. Se llama thali, porque en hindi las bandejas de aluminio con las que sirven ésta comida son llamadas Thalis.
La comida acá, por lo general, se come a manos desnudas. Una de las costumbres más bonitas de la India tradicional es su renuencia por utilizar cubiertos que impidan el contacto directo entre las personas y su comida. Por una parte, dicen que el usar éstos utensilios hacen que tengamos una percepción equivocada sobre los alimentos como una cosa estéril e inerte por la que se pierde un poco el respeto. La comida, en realidad, es algo que está lleno de vida y que el acto de comer no es más que una ceremonia de transmutación de energía, de apropiar toda la vida de los alimentos en nutrientes para poder vivir un día más. Es algo que se le tiene que sentir y respetar, y tomándolo con las manos hace que nos recordemos eso. También por otra parte, está la razón meramente sensorial. La comida es para sentirla, para gustarla, para gozarla, y comiendo con cubiertos nos estamos perdiendo del contacto y del goce sensorial que junto con el gusto y el olfato es de vital importancia para la experiencia del comer. Para resumir el pensamiento Indio sobre ésto, hay un dicho que reza algo así como "comer con cubiertos es como hacer el amor mediante un intérprete".
Así que por lo general, se mezcla con la mano el arroz con las lentejas y los vegetales, y se hacen bolitas que se toman entre los dedos y luego, adentro! Con los rotis o los chapatis, se hacen pedacitos que funcionan como pequeñas cucharitas comestibles y sirven además para dejar el plato limpio, porque otra costumbre india es que el plato se entrega totalmente vacío: la comida es tan sagrada que es un pecado desperdiciarla. Y vale la pena mencionar que para comer se usa estrictamente la mano derecha, porque la izquierda es usada unicamente para las tareas de higiene personal. Nota mental: En india el papel higiénico es un producto restringido a los turistas y no es algo que se consigue facilmente en cualquier ciudad.
El precio de un thali en la carretera está por las 20 Rupias (unos 40 centavos de dólar), y én el te sirven todo lo que puedas comer. Al final, para refrescarte la boca te sirves anis o semillas de cardamomo o cualquier otra especia apropiada mezclada con azucar. Porque los chicles son otro de esos artículos occidentales que no han tenido mucha acogida por acá.
Un chai sirve para poner el punto final al almuerzo y a las conversaciones que por lo general se tienen en los restaurantes. Sirve además para darme el azúcar y la energía necesaria para de nuevo volver a la carretera. Haga sol, viento, o lluvia.
Las tardes son mucho más lentas y pausadas por el hecho de que el calor se empieza a sentir fuerte. Más pausas, me tomo más el tiempo de descansar bajo los árboles o al lado de cualquier riachuelo. Y cuando la luz del día se viste de oro, señal de que en un rato caerá el atardecer, es hora de ponerme a buscar donde pasar la noche. Si estoy cerca de una ciudad, busco posada en un hotelito barato, una guesthouse o una pensión modesta. Si estoy en los pueblitos que no tienen nada de lo anterior, busco refugio en un templo, escuela, dhaba o estación de gasolina. Y como pasa con más frecuencia, si estoy en el medio de la nada mágica, busco un par de árboles escondidos de la carretera en las que pueda colgar mi hamaca y reposar mi bici. Si la noche augura lluvia, como las más recientes, además tengo que poner mi impermeable que funciona como un improvisado toldo que me protege algo de la lluvia. Y obvio, la mosquitera, porque o si no estaría totalmente a la merced de esos sanguinarios e insolentes bichos de seis patas.
Una vez dentro de mi refugio de la noche, me estiro y cierro los ojos. Un maravilloso día ha pasado, y otro, desconocido e insondable, está por venir.
La comida acá, por lo general, se come a manos desnudas. Una de las costumbres más bonitas de la India tradicional es su renuencia por utilizar cubiertos que impidan el contacto directo entre las personas y su comida. Por una parte, dicen que el usar éstos utensilios hacen que tengamos una percepción equivocada sobre los alimentos como una cosa estéril e inerte por la que se pierde un poco el respeto. La comida, en realidad, es algo que está lleno de vida y que el acto de comer no es más que una ceremonia de transmutación de energía, de apropiar toda la vida de los alimentos en nutrientes para poder vivir un día más. Es algo que se le tiene que sentir y respetar, y tomándolo con las manos hace que nos recordemos eso. También por otra parte, está la razón meramente sensorial. La comida es para sentirla, para gustarla, para gozarla, y comiendo con cubiertos nos estamos perdiendo del contacto y del goce sensorial que junto con el gusto y el olfato es de vital importancia para la experiencia del comer. Para resumir el pensamiento Indio sobre ésto, hay un dicho que reza algo así como "comer con cubiertos es como hacer el amor mediante un intérprete".
Así que por lo general, se mezcla con la mano el arroz con las lentejas y los vegetales, y se hacen bolitas que se toman entre los dedos y luego, adentro! Con los rotis o los chapatis, se hacen pedacitos que funcionan como pequeñas cucharitas comestibles y sirven además para dejar el plato limpio, porque otra costumbre india es que el plato se entrega totalmente vacío: la comida es tan sagrada que es un pecado desperdiciarla. Y vale la pena mencionar que para comer se usa estrictamente la mano derecha, porque la izquierda es usada unicamente para las tareas de higiene personal. Nota mental: En india el papel higiénico es un producto restringido a los turistas y no es algo que se consigue facilmente en cualquier ciudad.
El precio de un thali en la carretera está por las 20 Rupias (unos 40 centavos de dólar), y én el te sirven todo lo que puedas comer. Al final, para refrescarte la boca te sirves anis o semillas de cardamomo o cualquier otra especia apropiada mezclada con azucar. Porque los chicles son otro de esos artículos occidentales que no han tenido mucha acogida por acá.
Un chai sirve para poner el punto final al almuerzo y a las conversaciones que por lo general se tienen en los restaurantes. Sirve además para darme el azúcar y la energía necesaria para de nuevo volver a la carretera. Haga sol, viento, o lluvia.
Las tardes son mucho más lentas y pausadas por el hecho de que el calor se empieza a sentir fuerte. Más pausas, me tomo más el tiempo de descansar bajo los árboles o al lado de cualquier riachuelo. Y cuando la luz del día se viste de oro, señal de que en un rato caerá el atardecer, es hora de ponerme a buscar donde pasar la noche. Si estoy cerca de una ciudad, busco posada en un hotelito barato, una guesthouse o una pensión modesta. Si estoy en los pueblitos que no tienen nada de lo anterior, busco refugio en un templo, escuela, dhaba o estación de gasolina. Y como pasa con más frecuencia, si estoy en el medio de la nada mágica, busco un par de árboles escondidos de la carretera en las que pueda colgar mi hamaca y reposar mi bici. Si la noche augura lluvia, como las más recientes, además tengo que poner mi impermeable que funciona como un improvisado toldo que me protege algo de la lluvia. Y obvio, la mosquitera, porque o si no estaría totalmente a la merced de esos sanguinarios e insolentes bichos de seis patas.
Una vez dentro de mi refugio de la noche, me estiro y cierro los ojos. Un maravilloso día ha pasado, y otro, desconocido e insondable, está por venir.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Un día en el camino (1)
Hay tantas cosas maravillosas que pasan cada día, pero que a fuerza de repetición fueron convirtiéndose en mi rutina del día a día. Pero que si las mirara desde otra perspectiva, en otras circunstancias (como el yo que era hace tantos años), me parecerían francamente increíbles.
Y, Cómo es un día en la vida de un viajero en bicicleta en la increíble India?
Cuando la madrugada clarea y los primeros rayos de sol comienzan a iluminar el mosquitero de mi hamaca, generalmente abro los ojos y comienza mi día. Y también comienza el de incontables animales de granjas o del bosque: gallos, pájaros y otros animales toman el relevo de las ranas e insectos que eran los músicos de la noche.
Rascándome los recuerdos de las moscas y zancudos asiduos visitantes de la noche, envuelvo nuevamente mi querida hamaca junto con la mosquitera que no ocupan mucho del preciado espacio en las alforjas. Acá es donde echo de menos mi buen café de la mañana, pero a falta de él, me considero contento si todavía me queda agua en las botellas plásticas que me toca recargar frecuentemente debido al inclemente verano del subcontinente.
Si no estoy cerca a un riachuelo o a un pozo de agua, como puedo me lavo la cara y las manos y demás operaciones de aseo personal. Le hago el test de limpieza a la ropa (olfativo!) y si no está muy terrible, sigo con ella. Y asegurándome que el sitio donde pasé la noche quede exactamente igual a como lo encontré, arranca la jornada sobre Alma. Trato de tomarme un tiempo para mi solo antes de montar mi caballo de hierro (bueno, de aluminio).
Éste es uno de los mejores momentos para montar, porque el clima y el alma están frescos. Las carreteras están para mi solo y se puede respirar tranquilamente sin ningún auto que te rompa los tímpanos o que colabore para el cáncer de pulmón. Solo estás vos, la carretera, el sonido del bosque despertándose y del ritmo de la pedaleada. Es en esos momentos que empieza el día en los que uno está seguro que más tarde podrá estará caliente, ruidoso, contaminado, o uno mismo fatigado. Pero son en las mañanas así que hace que todo, todo valga la pena.
En las ciudades, de vuelta en el continente que me vió crecer, no me consideraba muy propicio para las mañanas, era todo menos una morning person. Pero en el campo, acá afuera, son esos instantes en los que agradezco estar vivo y no puedo evitar reírme con esas sonrisas auténticas, reales.
Pero una vez llevo unos cuantos kilómetros encima, el cuerpo me recuerda que el también necesita combustible, y que un chai con galletitas no estaría del todo mal. El chai, es la bebida nacional de la India y consiste en un té negro preparado en leche, con muchas especias como cardamomo, canela o azafrán, y lleno de azucar. La perfecta manera de empezar la mañana, o la tarde, o la noche, o después de las comidas, o antes, o...
Por lo general en las carreteras, lo único que uno puede encontrar abierto a esas horas son los dhabas o paradas de camionero, en las que aparte de tomar el chai, los camioneros aprovechan para llenarse de paquetitos de una mezcla masticable de nuez de betel con tabaco y otras especias que es otro de sus pasatiempos, lo que hace que cada minuto estén escupiendo una baba roja y francamente asquerosa a la calle. Ésta mezcla es infame con los dientes también, destrozándo sin piedad los de las personas que habitualente consumen éste 'energizante'.
Si tengo suerte, cerca del dhaba hay un pozo en el cual puedo recargar mis botellitas de agua. Si no, me toca pedalear y pedalear hasta encontrar una estación de gasolina, o un pozo de aldea que viene siendo uno de los centros sociales donde la gente bebe agua, llena sus cántaros de barro, se baña o lava la ropa a golpes de rocas o de gruesos troncos de madera. Cuando la gente se baña, que es uno de los principales rituales diarios en India, una persona se encarga de sacar los cubos de agua del pozo o de bombear la palanca de la bomba mientras el otro toma su ducha. Luego, se cambian los turnos. Los hombres nos bañamos en prendas menores, mientras que las mujeres lo hacen totalmente vestidas con sus saris que las cubren pies hasta hombros. Y lo hacen con total pudor, pues aunque se bañan tan bién como los hombres, nunca dejan al descubierto un centímetro de piel que no se deba mostrar. Y al final, terminan ellas (y sus saris) totalmente limpios.
Refrescado, limpio, alentado por el agua y con agua para algunos kilómetros más, retomo la ruta. En verano prefiero comer kilómetros y kilómetros en la mañana, porque sé que a eso del mediodía y hasta entrada la tarde el calor se vuelve sofocante y cualquier esfuerzo físico se convierte en un acto casi que de autocastigo. Cuando me siento cansado, busco un lugar bonito para pasar un tiempo, si puedo cuelgo otra vez mi hamaca y me pongo a leer un rato, o a echar una siesta, o simplemente a empaparme del lugar.
Y, Cómo es un día en la vida de un viajero en bicicleta en la increíble India?
Cuando la madrugada clarea y los primeros rayos de sol comienzan a iluminar el mosquitero de mi hamaca, generalmente abro los ojos y comienza mi día. Y también comienza el de incontables animales de granjas o del bosque: gallos, pájaros y otros animales toman el relevo de las ranas e insectos que eran los músicos de la noche.
Rascándome los recuerdos de las moscas y zancudos asiduos visitantes de la noche, envuelvo nuevamente mi querida hamaca junto con la mosquitera que no ocupan mucho del preciado espacio en las alforjas. Acá es donde echo de menos mi buen café de la mañana, pero a falta de él, me considero contento si todavía me queda agua en las botellas plásticas que me toca recargar frecuentemente debido al inclemente verano del subcontinente.
Si no estoy cerca a un riachuelo o a un pozo de agua, como puedo me lavo la cara y las manos y demás operaciones de aseo personal. Le hago el test de limpieza a la ropa (olfativo!) y si no está muy terrible, sigo con ella. Y asegurándome que el sitio donde pasé la noche quede exactamente igual a como lo encontré, arranca la jornada sobre Alma. Trato de tomarme un tiempo para mi solo antes de montar mi caballo de hierro (bueno, de aluminio).
Éste es uno de los mejores momentos para montar, porque el clima y el alma están frescos. Las carreteras están para mi solo y se puede respirar tranquilamente sin ningún auto que te rompa los tímpanos o que colabore para el cáncer de pulmón. Solo estás vos, la carretera, el sonido del bosque despertándose y del ritmo de la pedaleada. Es en esos momentos que empieza el día en los que uno está seguro que más tarde podrá estará caliente, ruidoso, contaminado, o uno mismo fatigado. Pero son en las mañanas así que hace que todo, todo valga la pena.
En las ciudades, de vuelta en el continente que me vió crecer, no me consideraba muy propicio para las mañanas, era todo menos una morning person. Pero en el campo, acá afuera, son esos instantes en los que agradezco estar vivo y no puedo evitar reírme con esas sonrisas auténticas, reales.
Pero una vez llevo unos cuantos kilómetros encima, el cuerpo me recuerda que el también necesita combustible, y que un chai con galletitas no estaría del todo mal. El chai, es la bebida nacional de la India y consiste en un té negro preparado en leche, con muchas especias como cardamomo, canela o azafrán, y lleno de azucar. La perfecta manera de empezar la mañana, o la tarde, o la noche, o después de las comidas, o antes, o...
Por lo general en las carreteras, lo único que uno puede encontrar abierto a esas horas son los dhabas o paradas de camionero, en las que aparte de tomar el chai, los camioneros aprovechan para llenarse de paquetitos de una mezcla masticable de nuez de betel con tabaco y otras especias que es otro de sus pasatiempos, lo que hace que cada minuto estén escupiendo una baba roja y francamente asquerosa a la calle. Ésta mezcla es infame con los dientes también, destrozándo sin piedad los de las personas que habitualente consumen éste 'energizante'.
Si tengo suerte, cerca del dhaba hay un pozo en el cual puedo recargar mis botellitas de agua. Si no, me toca pedalear y pedalear hasta encontrar una estación de gasolina, o un pozo de aldea que viene siendo uno de los centros sociales donde la gente bebe agua, llena sus cántaros de barro, se baña o lava la ropa a golpes de rocas o de gruesos troncos de madera. Cuando la gente se baña, que es uno de los principales rituales diarios en India, una persona se encarga de sacar los cubos de agua del pozo o de bombear la palanca de la bomba mientras el otro toma su ducha. Luego, se cambian los turnos. Los hombres nos bañamos en prendas menores, mientras que las mujeres lo hacen totalmente vestidas con sus saris que las cubren pies hasta hombros. Y lo hacen con total pudor, pues aunque se bañan tan bién como los hombres, nunca dejan al descubierto un centímetro de piel que no se deba mostrar. Y al final, terminan ellas (y sus saris) totalmente limpios.
Refrescado, limpio, alentado por el agua y con agua para algunos kilómetros más, retomo la ruta. En verano prefiero comer kilómetros y kilómetros en la mañana, porque sé que a eso del mediodía y hasta entrada la tarde el calor se vuelve sofocante y cualquier esfuerzo físico se convierte en un acto casi que de autocastigo. Cuando me siento cansado, busco un lugar bonito para pasar un tiempo, si puedo cuelgo otra vez mi hamaca y me pongo a leer un rato, o a echar una siesta, o simplemente a empaparme del lugar.
viernes, 28 de agosto de 2009
Highway to Heaven, Indian Version
No muy temprano arranqué a comerme los kilómetros que me separaban de la frontera con Himachal Pradesh porque no eran bastantes, así que el día comenzó relajado y tranquilo. Así fuera un poco más larga, decidí tomar la ruta que se llama Shimla Bypass, que en vez de buscar las ciudades se aleja de ellas. Ésto porque esperaba que tuviera menos tráfico y estuviera más calmada.
Y como pocas veces, acerté. La carretera serpentea perezosamente por valles y cultivos de arroz y maíz, pasando cerca de aldeas en los que hombres, mujeres y niños trabajan sobre los campos codo a codo. Es frecuente ver a mujeres cargando sobre sus cabezas grandes fardos de vegetales mientras los hombres se sientan a descansar y tomarse un chai. Los riachuelos invaden frecuentemente la carretera, y es genial, porque aprovecho para mojarme la cabeza y refrescarme un poco.
En una de las paradas técnicas a comprar galletas y alguna bebida, me detuve en una tiendecita a las afueras de un pequeño pueblo, que estaba ubicada exactamente al lado de un consultorio médico. No había de momento nadie, hasta que al rato apareció un señor de unos cincuenta años que con un perfecto inglés se disculpó mientras sacaba una botella de Slice (jugo de mango) y un paquete de galletitas de mantequilla que le había pedido. Y hablando, me contó que el había sido médico en la caótica capital, hasta que se cansó de esa vida y del espejismo en el que estaba viviendo. Extrañaba, me contó, sus montañas, sus árboles, su gente. Por eso decidió un buen día devolverse a su aldea natal, en el norte del país, y montar su consultorio privado en la tierra que le habían dejado sus padres. Pero como el pueblo era tan pequeño la gente no se enfermaba todos los días, así que el médico decidió abrir un pequeño restaurante y tienda al lado que es donde estaba en ese momento. Se tomaba los días con calma, comía lo que le daba la tierra, y ayudaba a sus paisanos enfermos.
Cuando le pregunté sobre si prefería ser médico o tendero, me miró con incredulidad y me dijo que si no disfrutara lo que estaba haciendo, no lo haría. No tenía un auto importado, ni una casa en la ciudad con servidumbre. Pero en éste campo, que lo vió nacer a él y a su padre, tenía su vida, su familia, sus montañas. Y con eso, poco importaba ser doctor, o alfarero, o presidente de la república.
Como sus padres y los padres de sus padres, tenía su libertad.
Nos quedamos hablando un rato de todo y de nada, de la felicidad, de la vida, de la muerte, de las diferentes cosmologías, de aventuras y tiempos pasados. Pero como nota final, me dijo:
"I wish you to be happy, but remember: happiness isn't having what you want, it's wanting what you have."
"Espero que seas feliz, pero recuerda: la felicidad no es tener todo lo que tu quieras: es querer todo lo que tu tienes".
Y con esas palabras resonando en la cabeza partí de ese pueblito en las montañas un poco más liviano.
Con más y más kilómetros encima, me di cuenta que algo no estaba del todo bién. La carretera estaba... diferente. Y claro, caí en cuenta que estaba demasiado, demasiado tranquila. Que estaba disfrutando muchísimo del camino, como pocas veces antes en India. Sin tráfico, sin contaminación, sin ese infernal ruido de los pitos y los motores de los camiones escupiéndote diesel en la cara, el camino adquiere otro aspecto más benigno, mas elemental. Bordeando las montañas, cruzando serpenteantes ríos, pasando por bosques habitados únicamente por monos ruidosos que comen al borde de la carretera, sentí que ahora estaba subiendo, subiendo por el camino al cielo. Subiendo ahora si a los Himalayas.
La razón de tanta calma, la supe después, es sencilla. Por éstos días se celebra la fiesta de independencia de India y por tanto muchos negocios cierran, al igual que el transporte de carga y pasajeros. Las personas recurren entonces a los trenes para su transporte, dejando las carreteras tranquilas y pacíficas, tal como deberían ser.
Un rato después, luego de cruzar el sagrado río Yamuna, entré al estado montañoso de Himachal Pradesh, y a su puerta de entrada, Paonta Sahib, una de las ciudades más famosas y sagradas para el Sikhismo.
Por un rato estuve buscando un lugar donde pasar la noche, sin mucha suerte. Al parecer no había un solo hotel disponible o que no fuera absurdamente costoso. Un Sikh con su turbante azul me explicó que al ser un lugar sagrado de los Sikhs, en el Gurudwara o templo principal (lo mismo que en todos los demás templos de ésta religión) dan posada a los viajeros, al igual que alimentación y tratamiento médico si es necesario. Sin costo alguno. Y así pues fue como entré con Alma a uno de los templos Sikh más importantes, donde uno de sus Gurús pasó la mayor parte de su vida.
Desde la ventana de mi habitación, se ve el atardecer dorado donde Surya, el dios sol, se esconde detrás de las montañas, pintando al río Yamuna de increíbles matices de oro.
Y como pocas veces, acerté. La carretera serpentea perezosamente por valles y cultivos de arroz y maíz, pasando cerca de aldeas en los que hombres, mujeres y niños trabajan sobre los campos codo a codo. Es frecuente ver a mujeres cargando sobre sus cabezas grandes fardos de vegetales mientras los hombres se sientan a descansar y tomarse un chai. Los riachuelos invaden frecuentemente la carretera, y es genial, porque aprovecho para mojarme la cabeza y refrescarme un poco.
En una de las paradas técnicas a comprar galletas y alguna bebida, me detuve en una tiendecita a las afueras de un pequeño pueblo, que estaba ubicada exactamente al lado de un consultorio médico. No había de momento nadie, hasta que al rato apareció un señor de unos cincuenta años que con un perfecto inglés se disculpó mientras sacaba una botella de Slice (jugo de mango) y un paquete de galletitas de mantequilla que le había pedido. Y hablando, me contó que el había sido médico en la caótica capital, hasta que se cansó de esa vida y del espejismo en el que estaba viviendo. Extrañaba, me contó, sus montañas, sus árboles, su gente. Por eso decidió un buen día devolverse a su aldea natal, en el norte del país, y montar su consultorio privado en la tierra que le habían dejado sus padres. Pero como el pueblo era tan pequeño la gente no se enfermaba todos los días, así que el médico decidió abrir un pequeño restaurante y tienda al lado que es donde estaba en ese momento. Se tomaba los días con calma, comía lo que le daba la tierra, y ayudaba a sus paisanos enfermos.
Cuando le pregunté sobre si prefería ser médico o tendero, me miró con incredulidad y me dijo que si no disfrutara lo que estaba haciendo, no lo haría. No tenía un auto importado, ni una casa en la ciudad con servidumbre. Pero en éste campo, que lo vió nacer a él y a su padre, tenía su vida, su familia, sus montañas. Y con eso, poco importaba ser doctor, o alfarero, o presidente de la república.
Como sus padres y los padres de sus padres, tenía su libertad.
Nos quedamos hablando un rato de todo y de nada, de la felicidad, de la vida, de la muerte, de las diferentes cosmologías, de aventuras y tiempos pasados. Pero como nota final, me dijo:
"I wish you to be happy, but remember: happiness isn't having what you want, it's wanting what you have."
"Espero que seas feliz, pero recuerda: la felicidad no es tener todo lo que tu quieras: es querer todo lo que tu tienes".
Y con esas palabras resonando en la cabeza partí de ese pueblito en las montañas un poco más liviano.
Con más y más kilómetros encima, me di cuenta que algo no estaba del todo bién. La carretera estaba... diferente. Y claro, caí en cuenta que estaba demasiado, demasiado tranquila. Que estaba disfrutando muchísimo del camino, como pocas veces antes en India. Sin tráfico, sin contaminación, sin ese infernal ruido de los pitos y los motores de los camiones escupiéndote diesel en la cara, el camino adquiere otro aspecto más benigno, mas elemental. Bordeando las montañas, cruzando serpenteantes ríos, pasando por bosques habitados únicamente por monos ruidosos que comen al borde de la carretera, sentí que ahora estaba subiendo, subiendo por el camino al cielo. Subiendo ahora si a los Himalayas.
La razón de tanta calma, la supe después, es sencilla. Por éstos días se celebra la fiesta de independencia de India y por tanto muchos negocios cierran, al igual que el transporte de carga y pasajeros. Las personas recurren entonces a los trenes para su transporte, dejando las carreteras tranquilas y pacíficas, tal como deberían ser.
Un rato después, luego de cruzar el sagrado río Yamuna, entré al estado montañoso de Himachal Pradesh, y a su puerta de entrada, Paonta Sahib, una de las ciudades más famosas y sagradas para el Sikhismo.
Por un rato estuve buscando un lugar donde pasar la noche, sin mucha suerte. Al parecer no había un solo hotel disponible o que no fuera absurdamente costoso. Un Sikh con su turbante azul me explicó que al ser un lugar sagrado de los Sikhs, en el Gurudwara o templo principal (lo mismo que en todos los demás templos de ésta religión) dan posada a los viajeros, al igual que alimentación y tratamiento médico si es necesario. Sin costo alguno. Y así pues fue como entré con Alma a uno de los templos Sikh más importantes, donde uno de sus Gurús pasó la mayor parte de su vida.
Desde la ventana de mi habitación, se ve el atardecer dorado donde Surya, el dios sol, se esconde detrás de las montañas, pintando al río Yamuna de increíbles matices de oro.
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domingo, 23 de agosto de 2009
La casa de los dioses
Uttarakhand es el nombre de uno de los estados que abrazan los himalayas y por el que tengo la suerte de transitar. En hindi, significa "la morada de los dioses" justamente porque es la morada de muchos sitios sagrados para el hinduismo: el nacimiento de los ríos sagrados Ganges y Yamuna, las ciudades santas de Haridwar y Rishikesh, y los Himalayas, que son cuna de varios de los dioses más importantes del panteón hindú. Hay que pensar en una especie de Monte Olimpo versión India, mucho más escarpado, verde y exhuberante.
Justo por su ubicación, está cubierto casi en su totalidad de bosques y montañas, lo que lo hace un increíble escape frente las temperaturas de verano bestiales que se viven en las planicies. Aunque la temporada del monsón no ayude con sus lluvias, recorrer sus carreteras es francamente un placer, aún teniendo en cuenta las subidas a las montañas que te destrozan las piernas.
De Rishikesh, bordeando el Ganges y siguiéndolo hasta su lugar de nacimiento pasando por colinas y montañas de verde vegetación y plagadas de cascadas y riachuelos. De paso por Theri, una poblado que no tiene mucho que me atraiga más que una cama por la noche y un plato de lentejas como cena. De allí sigo hacia el oeste hasta llegar a Mussorie, la reina de las estaciones de montaña del estado, en la que los británicos y los indios adinerados pasaban sus vacaciones de verano. Francamente esperaba algo más encantador, pero igual el clima no ayudó mucho. Tenía que apurarme porque más al norte, las carreteras de los altos pasos en los Himalayas solo están abiertas por un par de meses en verano, y el tiempo se me va quedando corto por el tema de no tener afán y tomármelo todo con calma, mucha, mucha calma.
De bajada, paso por la capital del estado Dehra Dun, donde tenía entendido que era el festival nacional de teatro de ese año. Sólo por eso pasé por acá en vez de continuar de largo, pero cuando logro encontrar al fin alguien que sabe de éste festival, me dice con franca tristeza en su rostro que se apena mucho por mí, pero que el festival se acabó días atrás... Claro, el tema de no planear un carajo tiene algunos imprevistos, como éste. Pero bueno, no hay nada que hacer sino continuar hasta las montañas cercanas de Dehra Dun, donde está la estupa (construcción budista) en teoría más grande del mundo, pero creo que es más cuestión de optimismo y orgullo indio que otra cosa. También había una escultura enorme de un Buda sentado, y una comunidad de monjes tibetanos muy ocupados en lo suyo pues en Dehra Dun hay una universidad Budista, de las pocas que quedan en India.
El clima seguía lluvioso y así y todo tocaba continuar la marcha hacia Paonta Sahib, uno de los lugares sagrados para la religión Sikh, que quedaba en el límite entre los estados de Uttarakhand y el de Himachal Pradesh, donde la subida a los Himalayas se pondrá seria y el aire, escaso.
Justo por su ubicación, está cubierto casi en su totalidad de bosques y montañas, lo que lo hace un increíble escape frente las temperaturas de verano bestiales que se viven en las planicies. Aunque la temporada del monsón no ayude con sus lluvias, recorrer sus carreteras es francamente un placer, aún teniendo en cuenta las subidas a las montañas que te destrozan las piernas.
De Rishikesh, bordeando el Ganges y siguiéndolo hasta su lugar de nacimiento pasando por colinas y montañas de verde vegetación y plagadas de cascadas y riachuelos. De paso por Theri, una poblado que no tiene mucho que me atraiga más que una cama por la noche y un plato de lentejas como cena. De allí sigo hacia el oeste hasta llegar a Mussorie, la reina de las estaciones de montaña del estado, en la que los británicos y los indios adinerados pasaban sus vacaciones de verano. Francamente esperaba algo más encantador, pero igual el clima no ayudó mucho. Tenía que apurarme porque más al norte, las carreteras de los altos pasos en los Himalayas solo están abiertas por un par de meses en verano, y el tiempo se me va quedando corto por el tema de no tener afán y tomármelo todo con calma, mucha, mucha calma.
De bajada, paso por la capital del estado Dehra Dun, donde tenía entendido que era el festival nacional de teatro de ese año. Sólo por eso pasé por acá en vez de continuar de largo, pero cuando logro encontrar al fin alguien que sabe de éste festival, me dice con franca tristeza en su rostro que se apena mucho por mí, pero que el festival se acabó días atrás... Claro, el tema de no planear un carajo tiene algunos imprevistos, como éste. Pero bueno, no hay nada que hacer sino continuar hasta las montañas cercanas de Dehra Dun, donde está la estupa (construcción budista) en teoría más grande del mundo, pero creo que es más cuestión de optimismo y orgullo indio que otra cosa. También había una escultura enorme de un Buda sentado, y una comunidad de monjes tibetanos muy ocupados en lo suyo pues en Dehra Dun hay una universidad Budista, de las pocas que quedan en India.
El clima seguía lluvioso y así y todo tocaba continuar la marcha hacia Paonta Sahib, uno de los lugares sagrados para la religión Sikh, que quedaba en el límite entre los estados de Uttarakhand y el de Himachal Pradesh, donde la subida a los Himalayas se pondrá seria y el aire, escaso.
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viernes, 21 de agosto de 2009
Rishikesh, el bazar de la espiritualidad
India es muchas, muchas cosas. Entre ellas, es la de ese bazar espiritual que proporciona todo lo que la gente buscando respuestas necesita. Cuna del Yoga, de los Vedas y de los textos sagrados como el Bhagavad Gita, el Ramayana, y tantos otros. Lugar de nacimiento de muchas de las religiones más importantes del mundo, como el Hinduismo, Jainismo, Sikkhismo, Budismo y demás. Aparentemente India, contrastando fuertemente con el caos de sus ciudades, ofrece en bandeja de plata la paz espiritual a todos los viajeros sedientos de ella.
Rishikesh, unos cuantos kilómetros al norte de Haridwar y sentado en una locación idílica al pie de los Himalayas, junto al sagrado Río Ganges, es el ejemplo perfecto de éste mercado espiritual para todos los gustos. Conocido oficialmente como la capital internacional del Yoga y extra-oficialmente como el mercadillo de la espiritualidad sosa, es un poco como los Saddhus que la recorren día a día. Un poco de santa, un poco de tranquila, un poco de sabia, pero también buscavidas, mamagallista y medio hipócrita.
A lado y lado de sus calles salen mil letreros como en un supermercado, de gente que ofrece sus bienes. Hatha, Raja, Karma, Ashtanga, Iyengar y cualquier otro tipo de Yoga posible. Casitas de lata en las que se ofrece terapias completas de medicina Ayurvédica. Tiendas que venden estatuas de Shiva, Ganesha, Vishnu, y un par de docenas más de sujetos del panteón Hindú. Masajes ayurvédicos, herbales, tibetanos, tailandeses. Certificaciones en Reiki a granel. Shiatsu. Meditaciones de todos los tipos. Acupuntura. Clases de tantra bailable. Ashrams para todos los gustos en los que solamente se quedan los turistas por unos días para saborear la iluminación. Te leen la mano, el chocolate, las cartas, el agua, el té. Te venden piedras, talismanes y amuletos para mejorar tu suerte, tu salud, tu amor. Hay gurús que de día enseñan a recitar mantras o a realizar complicadas pujas, y de noche salen a relajarse a comerse una hamburguesa vegetariana. Hay recitales de música clásica india con su sitar y con su tabla, en el mismo local donde momentos antes se hacía una movida e intensiva sesión de meditación dinámica al estilo Osho.
Rishikesh se hizo famosa de la noche a la mañana porque un día cualquiera, un grupo de hippies en su época de oro vino a pasar una temporada acá. Pero no era un grupo cualquiera, venían de Inglaterra y eran más conocidos como The Beatles. Y aunque eventualmente se largaron porque descubrieron que el ashram del Maharishi donde se quedaban no era más que una estafa y una broma, miles y miles de personas han seguido sus pasos hasta este pequeño lugar, buscando inspiración, tranquilidad, iluminación, o simplemente, una ubicación idílica con yerba barata.
Sin importar lo que pase en sus calles, sin importar los saddhus (falsos o verdaderos) o los peregrinos que la inundan por todas partes, sin importar el mercadillo new-age del pueblo, Rishikesh y sus alrededores efectivamente son un lugar privilegiado. En medio de las montañas, si todo el rollo de la espiritualidad se vuelve muy agobiante, solo unos pocos kilómetros lo separan a uno de los bosques y selvas que están ahí para uno solo. Cascadas, riachuelos limpios, árboles viejísimos. Y los Himalayas, esos imponentes gigantes de roca, desde atrás no te quitan ni un segundo la vista de encima.
Rishikesh, unos cuantos kilómetros al norte de Haridwar y sentado en una locación idílica al pie de los Himalayas, junto al sagrado Río Ganges, es el ejemplo perfecto de éste mercado espiritual para todos los gustos. Conocido oficialmente como la capital internacional del Yoga y extra-oficialmente como el mercadillo de la espiritualidad sosa, es un poco como los Saddhus que la recorren día a día. Un poco de santa, un poco de tranquila, un poco de sabia, pero también buscavidas, mamagallista y medio hipócrita.
A lado y lado de sus calles salen mil letreros como en un supermercado, de gente que ofrece sus bienes. Hatha, Raja, Karma, Ashtanga, Iyengar y cualquier otro tipo de Yoga posible. Casitas de lata en las que se ofrece terapias completas de medicina Ayurvédica. Tiendas que venden estatuas de Shiva, Ganesha, Vishnu, y un par de docenas más de sujetos del panteón Hindú. Masajes ayurvédicos, herbales, tibetanos, tailandeses. Certificaciones en Reiki a granel. Shiatsu. Meditaciones de todos los tipos. Acupuntura. Clases de tantra bailable. Ashrams para todos los gustos en los que solamente se quedan los turistas por unos días para saborear la iluminación. Te leen la mano, el chocolate, las cartas, el agua, el té. Te venden piedras, talismanes y amuletos para mejorar tu suerte, tu salud, tu amor. Hay gurús que de día enseñan a recitar mantras o a realizar complicadas pujas, y de noche salen a relajarse a comerse una hamburguesa vegetariana. Hay recitales de música clásica india con su sitar y con su tabla, en el mismo local donde momentos antes se hacía una movida e intensiva sesión de meditación dinámica al estilo Osho.
Rishikesh se hizo famosa de la noche a la mañana porque un día cualquiera, un grupo de hippies en su época de oro vino a pasar una temporada acá. Pero no era un grupo cualquiera, venían de Inglaterra y eran más conocidos como The Beatles. Y aunque eventualmente se largaron porque descubrieron que el ashram del Maharishi donde se quedaban no era más que una estafa y una broma, miles y miles de personas han seguido sus pasos hasta este pequeño lugar, buscando inspiración, tranquilidad, iluminación, o simplemente, una ubicación idílica con yerba barata.
Sin importar lo que pase en sus calles, sin importar los saddhus (falsos o verdaderos) o los peregrinos que la inundan por todas partes, sin importar el mercadillo new-age del pueblo, Rishikesh y sus alrededores efectivamente son un lugar privilegiado. En medio de las montañas, si todo el rollo de la espiritualidad se vuelve muy agobiante, solo unos pocos kilómetros lo separan a uno de los bosques y selvas que están ahí para uno solo. Cascadas, riachuelos limpios, árboles viejísimos. Y los Himalayas, esos imponentes gigantes de roca, desde atrás no te quitan ni un segundo la vista de encima.
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miércoles, 19 de agosto de 2009
Haridwar
A orillas del Ganges y al pié de las montañas, Haridwar me recibió con una frescura que hace mucho rato no me acordaba que existía. Acostumbrado a los veranos en Rajasthan y en las planicies del norte de India, los 25 grados de Haridwar me hicieron casi que tiritar del frío. Y bueno, además que estaba cayendo un aguacero de miedo... El monsón aparentemente está pegando con fuerza por éstos lados, lo que es una buena noticia para los granjeros y para el clima, pero una mala noticia para mis alforjas y mi equipaje que contrario a lo que el vendedor Chino me aseguraba, NO SON a prueba de agua. A prueba de kilómetros, maltrato y tiempo si, pero no de agua.
Como la mayoría de ciudades sagradas, Haridwar está repleta de una enorme masa orgánica de cuerpos y personajes de todos los tipos que buscan la salvación. El olor a incienso, a frutas, a curry y a mierda invade el ambiente. Por las calles principales circulan momento a momento miles de peregrinos, saddhus, turistas y rebuscadores cada uno tratando de encontrar lo que sea que fuere que no tienen: paz espiritual, tranquilidad, liberación, dinero, sexo, una buena foto o todo lo anterior.
Lo bueno es que por la ubicación de Haridwar, el clima por ésta época es más benigno con la gente y el río Ganges baja de la montaña un poco más limpio e imperturbado por la contaminación de millones de personas y fábricas que día a día lo desbordan con sus deshechos. La gente aún hoy en día sigue haciendo las abluciones sagradas de las que tanto hablaban en los Vedas, y se ciñen a los rituales de adoración y respeto como sus ancestros, miles de años atrás.
Aparte de sus ghats, sus templos, sus saddhus y sus callecitas estrechas llenas de bazares ocultos, Haridwar esconde pequeños tesoros inesperados que hoy, ahora mismo, te van alegrando la vida un poquito más.
Como la mayoría de ciudades sagradas, Haridwar está repleta de una enorme masa orgánica de cuerpos y personajes de todos los tipos que buscan la salvación. El olor a incienso, a frutas, a curry y a mierda invade el ambiente. Por las calles principales circulan momento a momento miles de peregrinos, saddhus, turistas y rebuscadores cada uno tratando de encontrar lo que sea que fuere que no tienen: paz espiritual, tranquilidad, liberación, dinero, sexo, una buena foto o todo lo anterior.
Lo bueno es que por la ubicación de Haridwar, el clima por ésta época es más benigno con la gente y el río Ganges baja de la montaña un poco más limpio e imperturbado por la contaminación de millones de personas y fábricas que día a día lo desbordan con sus deshechos. La gente aún hoy en día sigue haciendo las abluciones sagradas de las que tanto hablaban en los Vedas, y se ciñen a los rituales de adoración y respeto como sus ancestros, miles de años atrás.
Aparte de sus ghats, sus templos, sus saddhus y sus callecitas estrechas llenas de bazares ocultos, Haridwar esconde pequeños tesoros inesperados que hoy, ahora mismo, te van alegrando la vida un poquito más.
domingo, 16 de agosto de 2009
Highway to Hell, Indian Version
Un leve cambio de planes pero el destino seguía siendo el mismo. Himalayas. Pero en vez de ir a Shimla de primero, había un desvío hacia el estado vecino de Uttrankal, hogar de muchos sitios de peregrinación como el Gangotri y Yamunotri (sitios donde nacen los ríos sagrados del Ganges y Yamuna), las montañas del Himalaya y Haridwar, otra de las siete sagradas ciudades del Hinduismo. Y no se por qué, pero aparentemente sin planearlo resulto dando vueltas en casi todas éstas ciudades de peregrinación. Y digo que sin planearlo, porque si bien el hinduísmo es una religión mitológica llena de dioses, historias, castas y colorido, no es una ideología que me seduzca, que me llame mucho la atención sino desde un punto de vista netamente estético. Cada día que paso en India quedo más seguro que no estoy acá por el bazar espiritual, ni por tomarle fotos a los Saddhus, ni por balancearme entre los millones de dioses y los otros miles de "Nogurús" espirituales que deambulan por ahi. No. Cada día que paso en India estoy más convencido que estoy acá de paso solamente, viviendo lo que tengo que vivir en éste país de alto voltaje, sea lo que sea. Mis maestros no tienen cabello largo ni caras untadas de ceniza. No viven en las riveras del rio Ganges haciendo abluciones místicas y ceremonias del fuego y del agua. Mis maestros son las incontables personas que se aparecen día a día como ángeles camuflados. Son esas personas sencillas, tranquilas y humildes que te comparten una historia, un chai, un pedazo de su vida. Que te enseñan sin proponérselo. Son los amaneceres y las puestas de sol, son las montañas, los desiertos y las tormentas de lluvia o de arena. Son el carnaval de elementos que desfilan frente a tí, día a trás día, con alguna lección.
Y la lección de éstos días, fue de paciencia. Paciencia porque es lo que me hizo falta al tomar la carretera que conduce de Delhi hacia Uttaranchal, donde habían trancones (o tacos o embotellamientos) que duraban HORAS, solamente porque un chistoso conductor Indio le dió por pasarse de listo y meterse en contravía por una autopista. Y aunque hubiera una fila de autos, motos, bicicletas y camiones pesados estancados, muriéndose de calor y de sordera por todos los pitidos frecuentes, no quería devolverse a su camino y dejar que el tránsito fluyera como debería hacer. Paciencia para no gritarle a él y a todos los conductores con esa absurda lógica India y recordarles a su santísima madre. Paciencia, porque en los estrechos caminos hacia Haridwar, absolutamente TODO el mundo te pita con esos pitos ensordecedores que terminan por hacerte perder la cordura y el sentido del oído. Paciencia, porque no respetan el hecho que vos estés compartiendo la vía con ellos y te tiran a la cuneta, sin importar qué.
India, sos un hermoso país, pero tus conductores sencillamente son los peores del mundo. Por fortuna dejé mi AK-47 en casa (já!) o si no hubiera podido estallar un conflicto trasnacional...
Nada, tal vez respiro por la herida, pero... ¿qué se puede esperar de los conductores que le ponen a sus camiones un letrero que dice "HORN PLEASE" (pite por favor)? India puede ser todo menos silenciosa, y sus carreteras son el epítome de ésto.
Pero bueno, como habría dicho, paciencia.
La ruta hacia Haridwar por ésta época de Julio es aún más congestionada porque por éstas fechas es la peregrinación anual hacia los puntos sagrados de las montañas, hasta finalmente llegar al nacimiento del río Ganges. Por las carreteras se ven muchos peregrinos vestidos de naranja que van hacia o desde el glaciar en los Himalayas con un poco de agua en sus hombros. Éstos tipos van la mayoría a pié y descalzos, y esperan que ésta peregrinación que puede durar desde un par de días hasta varios meses les logre expiar sus culpas y alcanzar una reencarnación más favorable, o en el mejor de los casos lograr el Moksha o la liberación definitiva del ciclo de nacimientos y muertes.
Uno de éstos peregrinos, se me unió al anochecer mientras estaba yo armando mi hamaca en un bosquecito a la orilla de la carretera y comenzó a hablarme en inglés básico de su familia, sus creencias, sus planes y su vida. Tenía orgulloso sus baldecitos con agua sagrada del nacimiento del ganges y me contaba que solo le faltaba una semana para llegar a casa. Llevaba casi un mes caminando descalzo. Y como no hay tal cosa como renunciación absoluta, terminamos el y yo tomando cervezas y comiendo curry de maní antes que el sueño nos secuestrara y nos llevara mucho más lejos que ese bosque olvidado en el norte de India.
Y la lección de éstos días, fue de paciencia. Paciencia porque es lo que me hizo falta al tomar la carretera que conduce de Delhi hacia Uttaranchal, donde habían trancones (o tacos o embotellamientos) que duraban HORAS, solamente porque un chistoso conductor Indio le dió por pasarse de listo y meterse en contravía por una autopista. Y aunque hubiera una fila de autos, motos, bicicletas y camiones pesados estancados, muriéndose de calor y de sordera por todos los pitidos frecuentes, no quería devolverse a su camino y dejar que el tránsito fluyera como debería hacer. Paciencia para no gritarle a él y a todos los conductores con esa absurda lógica India y recordarles a su santísima madre. Paciencia, porque en los estrechos caminos hacia Haridwar, absolutamente TODO el mundo te pita con esos pitos ensordecedores que terminan por hacerte perder la cordura y el sentido del oído. Paciencia, porque no respetan el hecho que vos estés compartiendo la vía con ellos y te tiran a la cuneta, sin importar qué.
India, sos un hermoso país, pero tus conductores sencillamente son los peores del mundo. Por fortuna dejé mi AK-47 en casa (já!) o si no hubiera podido estallar un conflicto trasnacional...
Nada, tal vez respiro por la herida, pero... ¿qué se puede esperar de los conductores que le ponen a sus camiones un letrero que dice "HORN PLEASE" (pite por favor)? India puede ser todo menos silenciosa, y sus carreteras son el epítome de ésto.
Pero bueno, como habría dicho, paciencia.
La ruta hacia Haridwar por ésta época de Julio es aún más congestionada porque por éstas fechas es la peregrinación anual hacia los puntos sagrados de las montañas, hasta finalmente llegar al nacimiento del río Ganges. Por las carreteras se ven muchos peregrinos vestidos de naranja que van hacia o desde el glaciar en los Himalayas con un poco de agua en sus hombros. Éstos tipos van la mayoría a pié y descalzos, y esperan que ésta peregrinación que puede durar desde un par de días hasta varios meses les logre expiar sus culpas y alcanzar una reencarnación más favorable, o en el mejor de los casos lograr el Moksha o la liberación definitiva del ciclo de nacimientos y muertes.
Uno de éstos peregrinos, se me unió al anochecer mientras estaba yo armando mi hamaca en un bosquecito a la orilla de la carretera y comenzó a hablarme en inglés básico de su familia, sus creencias, sus planes y su vida. Tenía orgulloso sus baldecitos con agua sagrada del nacimiento del ganges y me contaba que solo le faltaba una semana para llegar a casa. Llevaba casi un mes caminando descalzo. Y como no hay tal cosa como renunciación absoluta, terminamos el y yo tomando cervezas y comiendo curry de maní antes que el sueño nos secuestrara y nos llevara mucho más lejos que ese bosque olvidado en el norte de India.
viernes, 14 de agosto de 2009
Delhi Reloaded
A Olimpia, Jair, Efy, María, Santiago, Mario, Natalia y todos los Colombianos en Delhi que de una u otra manera me dieron la mano, una palabra, su casa (!), o una sonrisa, me escasean palabras para decirles bonito... Gracias parceros!!!
Dicen que no hay segundas partes buenas. pero en ésta ocasión felizmente no fué así. El encore para Delhi ésta vez estuvo lleno de buenas sorpresas y sobretodo, mucho sabor a Colombia. El tema fué que antes de salir para el Rajasthán cuando estaba haciendo los trámites para sacar un nuevo pasaporte en la embajada, charlando y charlando con la gente de allá me invitaron a pasar la fiesta nacional en Delhi en un evento que estaba organizando la embajada de Colombia. Pues como es costumbre, llegué de un pueblito en Rajastán llamado "Dudú" directo para el hotel donde iba a ser la invitación. Cansado, sucio, y polvoriento, estacioné la bicicleta bajo un letrerito que dice "No Parking" y luego de varios chequeos de seguridad en el que me preguntaban varias veces por qué cargaba en mis alforjas herramientas, y navajas, y tarros de aire comprimido (no los culpo) me dejaron entrar al lobby. Lo primero que hice fue buscar un baño para al menos cambiarme de ropa y limpiarme la tierra de la cara.
Y en resúmen, bueno, digamos que hace mucho, mucho tiempo los días no me sabían tanto a lo que sabe mi tierra. Gente, gente buena, música de mis mares y mis montañas, comida que trataba de hacerse pasar por Colombiana (la intención es lo que vale!), rumba light, más gente buena y una banderita que pondré como pueda sobre Alma. Muchas historias compartidas, algunas de las cuales te llegan derechito al corazón.
Lastimosamente, aunque la noche estuviera apenas empezando, la fiesta diplomática muy diplomáticamente se fue terminando. Y en esas un par de Samarios rebuena onda me adoptaron por unos días y me invitaron a quedarme a su casa, en la que vivían ellos y otros AIESECos. Rumba, descanso, sabor a mi tierra y muy buena vibra que es algo que les sobra. Aparte, aproveché para unas reparaciones que necesitaba y visitar un par de templos que me hacían falta en Delhi y que aparte, quedaban cerca.
Una parada en Delhi que no me imaginaba, recargando las baterías de muy buena energía, pero los Himalayas llamaban, así que una vez más Alma y yo nos despedíamos y nos enfrentábamos a lo desconocido. Una vez más.
Dicen que no hay segundas partes buenas. pero en ésta ocasión felizmente no fué así. El encore para Delhi ésta vez estuvo lleno de buenas sorpresas y sobretodo, mucho sabor a Colombia. El tema fué que antes de salir para el Rajasthán cuando estaba haciendo los trámites para sacar un nuevo pasaporte en la embajada, charlando y charlando con la gente de allá me invitaron a pasar la fiesta nacional en Delhi en un evento que estaba organizando la embajada de Colombia. Pues como es costumbre, llegué de un pueblito en Rajastán llamado "Dudú" directo para el hotel donde iba a ser la invitación. Cansado, sucio, y polvoriento, estacioné la bicicleta bajo un letrerito que dice "No Parking" y luego de varios chequeos de seguridad en el que me preguntaban varias veces por qué cargaba en mis alforjas herramientas, y navajas, y tarros de aire comprimido (no los culpo) me dejaron entrar al lobby. Lo primero que hice fue buscar un baño para al menos cambiarme de ropa y limpiarme la tierra de la cara.
Y en resúmen, bueno, digamos que hace mucho, mucho tiempo los días no me sabían tanto a lo que sabe mi tierra. Gente, gente buena, música de mis mares y mis montañas, comida que trataba de hacerse pasar por Colombiana (la intención es lo que vale!), rumba light, más gente buena y una banderita que pondré como pueda sobre Alma. Muchas historias compartidas, algunas de las cuales te llegan derechito al corazón.
Lastimosamente, aunque la noche estuviera apenas empezando, la fiesta diplomática muy diplomáticamente se fue terminando. Y en esas un par de Samarios rebuena onda me adoptaron por unos días y me invitaron a quedarme a su casa, en la que vivían ellos y otros AIESECos. Rumba, descanso, sabor a mi tierra y muy buena vibra que es algo que les sobra. Aparte, aproveché para unas reparaciones que necesitaba y visitar un par de templos que me hacían falta en Delhi y que aparte, quedaban cerca.
Una parada en Delhi que no me imaginaba, recargando las baterías de muy buena energía, pero los Himalayas llamaban, así que una vez más Alma y yo nos despedíamos y nos enfrentábamos a lo desconocido. Una vez más.
jueves, 30 de julio de 2009
Jaipur
La famosa ciudad rosa, la capital y puerta de entrada de Rajasthan, la que se eleva al borde del desierto del Thar. Jaipur es muy conocida por sus bazares, sus palacios, sus fortalezas y su elevada cantidad de turistas que la invaden día trás día. Tenía algo de expectativas por conocerla y era ella mi lugar de despedida de Rajasthán. Pero si bién tiene unas joyas de arquitectura como el delicado Moti Mahal o Palacio de los Vientos, o el Palacio del Maharaja, o hasta el enigmático y bizarro Jardín de la Astronomía Mongola, Jaipur tiene más de ciudad grande y carnívora que de población encantadora como tantas otras en Rajasthán.
Protegida por las fortalezas construídas en la cima de unas colinas vecinas, Jaipur se levanta todos los días al salir el sol a vender sus telas y mercancías en los bullosos bazares de la ciudad vieja. Encantadores de serpientes se sientan a la sombra de las murallas de la ciudad, mientras los camellos pasan tirando carros cargados de mercancías para vender. Los minaretes de las mezquitas cobran vida cuando hacen sonar al unísono los cánticos e humnos de los imam musulmanes. Y no mucho tiempo después, las calles se atestan de rickshaws, bicicletas y buses blancos e impecables llenos de turistas que toman fotos por las ventanas cerradas mientras pasan rumbo a la famosa Agra y su Taj Mahal.
Pero siendo francos, Jaipur la verdad tiene mucho de lo que no me gusta de las ciudades y poco de lo que me enamora. En su transición a ciudad pujante y emergente, ha perdido gran parte de su carisma. Muchas de sus gentes han dejado en el olvido su tradición Rajputh y solo se dedican a la actividad de hacer dinero. Los colores dejaron de ser un signo de orgullo de sus calles, para solo ser un decreto oficial expedido unicamente por que atrae turistas. Cara, impersonal, aburrida.
Protegida por las fortalezas construídas en la cima de unas colinas vecinas, Jaipur se levanta todos los días al salir el sol a vender sus telas y mercancías en los bullosos bazares de la ciudad vieja. Encantadores de serpientes se sientan a la sombra de las murallas de la ciudad, mientras los camellos pasan tirando carros cargados de mercancías para vender. Los minaretes de las mezquitas cobran vida cuando hacen sonar al unísono los cánticos e humnos de los imam musulmanes. Y no mucho tiempo después, las calles se atestan de rickshaws, bicicletas y buses blancos e impecables llenos de turistas que toman fotos por las ventanas cerradas mientras pasan rumbo a la famosa Agra y su Taj Mahal.
Pero siendo francos, Jaipur la verdad tiene mucho de lo que no me gusta de las ciudades y poco de lo que me enamora. En su transición a ciudad pujante y emergente, ha perdido gran parte de su carisma. Muchas de sus gentes han dejado en el olvido su tradición Rajputh y solo se dedican a la actividad de hacer dinero. Los colores dejaron de ser un signo de orgullo de sus calles, para solo ser un decreto oficial expedido unicamente por que atrae turistas. Cara, impersonal, aburrida.
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