viernes, 28 de agosto de 2009

Highway to Heaven, Indian Version

No muy temprano arranqué a comerme los kilómetros que me separaban de la frontera con Himachal Pradesh porque no eran bastantes, así que el día comenzó relajado y tranquilo. Así fuera un poco más larga, decidí tomar la ruta que se llama Shimla Bypass, que en vez de buscar las ciudades se aleja de ellas. Ésto porque esperaba que tuviera menos tráfico y estuviera más calmada.

Y como pocas veces, acerté. La carretera serpentea perezosamente por valles y cultivos de arroz y maíz, pasando cerca de aldeas en los que hombres, mujeres y niños trabajan sobre los campos codo a codo. Es frecuente ver a mujeres cargando sobre sus cabezas grandes fardos de vegetales mientras los hombres se sientan a descansar y tomarse un chai. Los riachuelos invaden frecuentemente la carretera, y es genial, porque aprovecho para mojarme la cabeza y refrescarme un poco.

En una de las paradas técnicas a comprar galletas y alguna bebida, me detuve en una tiendecita a las afueras de un pequeño pueblo, que estaba ubicada exactamente al lado de un consultorio médico. No había de momento nadie, hasta que al rato apareció un señor de unos cincuenta años que con un perfecto inglés se disculpó mientras sacaba una botella de Slice (jugo de mango) y un paquete de galletitas de mantequilla que le había pedido. Y hablando, me contó que el había sido médico en la caótica capital, hasta que se cansó de esa vida y del espejismo en el que estaba viviendo. Extrañaba, me contó, sus montañas, sus árboles, su gente. Por eso decidió un buen día devolverse a su aldea natal, en el norte del país, y montar su consultorio privado en la tierra que le habían dejado sus padres. Pero como el pueblo era tan pequeño la gente no se enfermaba todos los días, así que el médico decidió abrir un pequeño restaurante y tienda al lado que es donde estaba en ese momento. Se tomaba los días con calma, comía lo que le daba la tierra, y ayudaba a sus paisanos enfermos.

Cuando le pregunté sobre si prefería ser médico o tendero, me miró con incredulidad y me dijo que si no disfrutara lo que estaba haciendo, no lo haría. No tenía un auto importado, ni una casa en la ciudad con servidumbre. Pero en éste campo, que lo vió nacer a él y a su padre, tenía su vida, su familia, sus montañas. Y con eso, poco importaba ser doctor, o alfarero, o presidente de la república.

Como sus padres y los padres de sus padres, tenía su libertad.

Nos quedamos hablando un rato de todo y de nada, de la felicidad, de la vida, de la muerte, de las diferentes cosmologías, de aventuras y tiempos pasados. Pero como nota final, me dijo:

"I wish you to be happy, but remember: happiness isn't having what you want, it's wanting what you have."

"Espero que seas feliz, pero recuerda: la felicidad no es tener todo lo que tu quieras: es querer todo lo que tu tienes".

Y con esas palabras resonando en la cabeza partí de ese pueblito en las montañas un poco más liviano.

Con más y más kilómetros encima, me di cuenta que algo no estaba del todo bién. La carretera estaba... diferente. Y claro, caí en cuenta que estaba demasiado, demasiado tranquila. Que estaba disfrutando muchísimo del camino, como pocas veces antes en India. Sin tráfico, sin contaminación, sin ese infernal ruido de los pitos y los motores de los camiones escupiéndote diesel en la cara, el camino adquiere otro aspecto más benigno, mas elemental. Bordeando las montañas, cruzando serpenteantes ríos, pasando por bosques habitados únicamente por monos ruidosos que comen al borde de la carretera, sentí que ahora estaba subiendo, subiendo por el camino al cielo. Subiendo ahora si a los Himalayas.

La razón de tanta calma, la supe después, es sencilla. Por éstos días se celebra la fiesta de independencia de India y por tanto muchos negocios cierran, al igual que el transporte de carga y pasajeros. Las personas recurren entonces a los trenes para su transporte, dejando las carreteras tranquilas y pacíficas, tal como deberían ser.

Un rato después, luego de cruzar el sagrado río Yamuna, entré al estado montañoso de Himachal Pradesh, y a su puerta de entrada, Paonta Sahib, una de las ciudades más famosas y sagradas para el Sikhismo.

Por un rato estuve buscando un lugar donde pasar la noche, sin mucha suerte. Al parecer no había un solo hotel disponible o que no fuera absurdamente costoso. Un Sikh con su turbante azul me explicó que al ser un lugar sagrado de los Sikhs, en el Gurudwara o templo principal (lo mismo que en todos los demás templos de ésta religión) dan posada a los viajeros, al igual que alimentación y tratamiento médico si es necesario. Sin costo alguno. Y así pues fue como entré con Alma a uno de los templos Sikh más importantes, donde uno de sus Gurús pasó la mayor parte de su vida.

Desde la ventana de mi habitación, se ve el atardecer dorado donde Surya, el dios sol, se esconde detrás de las montañas, pintando al río Yamuna de increíbles matices de oro.

domingo, 23 de agosto de 2009

La casa de los dioses

Uttarakhand es el nombre de uno de los estados que abrazan los himalayas y por el que tengo la suerte de transitar. En hindi, significa "la morada de los dioses" justamente porque es la morada de muchos sitios sagrados para el hinduismo: el nacimiento de los ríos sagrados Ganges y Yamuna, las ciudades santas de Haridwar y Rishikesh, y los Himalayas, que son cuna de varios de los dioses más importantes del panteón hindú. Hay que pensar en una especie de Monte Olimpo versión India, mucho más escarpado, verde y exhuberante.

Justo por su ubicación, está cubierto casi en su totalidad de bosques y montañas, lo que lo hace un increíble escape frente las temperaturas de verano bestiales que se viven en las planicies. Aunque la temporada del monsón no ayude con sus lluvias, recorrer sus carreteras es francamente un placer, aún teniendo en cuenta las subidas a las montañas que te destrozan las piernas.

De Rishikesh, bordeando el Ganges y siguiéndolo hasta su lugar de nacimiento pasando por colinas y montañas de verde vegetación y plagadas de cascadas y riachuelos. De paso por Theri, una poblado que no tiene mucho que me atraiga más que una cama por la noche y un plato de lentejas como cena. De allí sigo hacia el oeste hasta llegar a Mussorie, la reina de las estaciones de montaña del estado, en la que los británicos y los indios adinerados pasaban sus vacaciones de verano. Francamente esperaba algo más encantador, pero igual el clima no ayudó mucho. Tenía que apurarme porque más al norte, las carreteras de los altos pasos en los Himalayas solo están abiertas por un par de meses en verano, y el tiempo se me va quedando corto por el tema de no tener afán y tomármelo todo con calma, mucha, mucha calma.

De bajada, paso por la capital del estado Dehra Dun, donde tenía entendido que era el festival nacional de teatro de ese año. Sólo por eso pasé por acá en vez de continuar de largo, pero cuando logro encontrar al fin alguien que sabe de éste festival, me dice con franca tristeza en su rostro que se apena mucho por mí, pero que el festival se acabó días atrás... Claro, el tema de no planear un carajo tiene algunos imprevistos, como éste. Pero bueno, no hay nada que hacer sino continuar hasta las montañas cercanas de Dehra Dun, donde está la estupa (construcción budista) en teoría más grande del mundo, pero creo que es más cuestión de optimismo y orgullo indio que otra cosa. También había una escultura enorme de un Buda sentado, y una comunidad de monjes tibetanos muy ocupados en lo suyo pues en Dehra Dun hay una universidad Budista, de las pocas que quedan en India.

El clima seguía lluvioso y así y todo tocaba continuar la marcha hacia Paonta Sahib, uno de los lugares sagrados para la religión Sikh, que quedaba en el límite entre los estados de Uttarakhand y el de Himachal Pradesh, donde la subida a los Himalayas se pondrá seria y el aire, escaso.

viernes, 21 de agosto de 2009

Rishikesh, el bazar de la espiritualidad

India es muchas, muchas cosas. Entre ellas, es la de ese bazar espiritual que proporciona todo lo que la gente buscando respuestas necesita. Cuna del Yoga, de los Vedas y de los textos sagrados como el Bhagavad Gita, el Ramayana, y tantos otros. Lugar de nacimiento de muchas de las religiones más importantes del mundo, como el Hinduismo, Jainismo, Sikkhismo, Budismo y demás. Aparentemente India, contrastando fuertemente con el caos de sus ciudades, ofrece en bandeja de plata la paz espiritual a todos los viajeros sedientos de ella.

Rishikesh, unos cuantos kilómetros al norte de Haridwar y sentado en una locación idílica al pie de los Himalayas, junto al sagrado Río Ganges, es el ejemplo perfecto de éste mercado espiritual para todos los gustos. Conocido oficialmente como la capital internacional del Yoga y extra-oficialmente como el mercadillo de la espiritualidad sosa, es un poco como los Saddhus que la recorren día a día. Un poco de santa, un poco de tranquila, un poco de sabia, pero también buscavidas, mamagallista y medio hipócrita.

A lado y lado de sus calles salen mil letreros como en un supermercado, de gente que ofrece sus bienes. Hatha, Raja, Karma, Ashtanga, Iyengar y cualquier otro tipo de Yoga posible. Casitas de lata en las que se ofrece terapias completas de medicina Ayurvédica. Tiendas que venden estatuas de Shiva, Ganesha, Vishnu, y un par de docenas más de sujetos del panteón Hindú. Masajes ayurvédicos, herbales, tibetanos, tailandeses. Certificaciones en Reiki a granel. Shiatsu. Meditaciones de todos los tipos. Acupuntura. Clases de tantra bailable. Ashrams para todos los gustos en los que solamente se quedan los turistas por unos días para saborear la iluminación. Te leen la mano, el chocolate, las cartas, el agua, el té. Te venden piedras, talismanes y amuletos para mejorar tu suerte, tu salud, tu amor. Hay gurús que de día enseñan a recitar mantras o a realizar complicadas pujas, y de noche salen a relajarse a comerse una hamburguesa vegetariana. Hay recitales de música clásica india con su sitar y con su tabla, en el mismo local donde momentos antes se hacía una movida e intensiva sesión de meditación dinámica al estilo Osho.

Rishikesh se hizo famosa de la noche a la mañana porque un día cualquiera, un grupo de hippies en su época de oro vino a pasar una temporada acá. Pero no era un grupo cualquiera, venían de Inglaterra y eran más conocidos como The Beatles. Y aunque eventualmente se largaron porque descubrieron que el ashram del Maharishi donde se quedaban no era más que una estafa y una broma, miles y miles de personas han seguido sus pasos hasta este pequeño lugar, buscando inspiración, tranquilidad, iluminación, o simplemente, una ubicación idílica con yerba barata.

Sin importar lo que pase en sus calles, sin importar los saddhus (falsos o verdaderos) o los peregrinos que la inundan por todas partes, sin importar el mercadillo new-age del pueblo, Rishikesh y sus alrededores efectivamente son un lugar privilegiado. En medio de las montañas, si todo el rollo de la espiritualidad se vuelve muy agobiante, solo unos pocos kilómetros lo separan a uno de los bosques y selvas que están ahí para uno solo. Cascadas, riachuelos limpios, árboles viejísimos. Y los Himalayas, esos imponentes gigantes de roca, desde atrás no te quitan ni un segundo la vista de encima.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Haridwar

A orillas del Ganges y al pié de las montañas, Haridwar me recibió con una frescura que hace mucho rato no me acordaba que existía. Acostumbrado a los veranos en Rajasthan y en las planicies del norte de India, los 25 grados de Haridwar me hicieron casi que tiritar del frío. Y bueno, además que estaba cayendo un aguacero de miedo... El monsón aparentemente está pegando con fuerza por éstos lados, lo que es una buena noticia para los granjeros y para el clima, pero una mala noticia para mis alforjas y mi equipaje que contrario a lo que el vendedor Chino me aseguraba, NO SON a prueba de agua. A prueba de kilómetros, maltrato y tiempo si, pero no de agua.

Como la mayoría de ciudades sagradas, Haridwar está repleta de una enorme masa orgánica de cuerpos y personajes de todos los tipos que buscan la salvación. El olor a incienso, a frutas, a curry y a mierda invade el ambiente. Por las calles principales circulan momento a momento miles de peregrinos, saddhus, turistas y rebuscadores cada uno tratando de encontrar lo que sea que fuere que no tienen: paz espiritual, tranquilidad, liberación, dinero, sexo, una buena foto o todo lo anterior.

Lo bueno es que por la ubicación de Haridwar, el clima por ésta época es más benigno con la gente y el río Ganges baja de la montaña un poco más limpio e imperturbado por la contaminación de millones de personas y fábricas que día a día lo desbordan con sus deshechos. La gente aún hoy en día sigue haciendo las abluciones sagradas de las que tanto hablaban en los Vedas, y se ciñen a los rituales de adoración y respeto como sus ancestros, miles de años atrás.

Aparte de sus ghats, sus templos, sus saddhus y sus callecitas estrechas llenas de bazares ocultos, Haridwar esconde pequeños tesoros inesperados que hoy, ahora mismo, te van alegrando la vida un poquito más.

domingo, 16 de agosto de 2009

Highway to Hell, Indian Version

Un leve cambio de planes pero el destino seguía siendo el mismo. Himalayas. Pero en vez de ir a Shimla de primero, había un desvío hacia el estado vecino de Uttrankal, hogar de muchos sitios de peregrinación como el Gangotri y Yamunotri (sitios donde nacen los ríos sagrados del Ganges y Yamuna), las montañas del Himalaya y Haridwar, otra de las siete sagradas ciudades del Hinduismo. Y no se por qué, pero aparentemente sin planearlo resulto dando vueltas en casi todas éstas ciudades de peregrinación. Y digo que sin planearlo, porque si bien el hinduísmo es una religión mitológica llena de dioses, historias, castas y colorido, no es una ideología que me seduzca, que me llame mucho la atención sino desde un punto de vista netamente estético. Cada día que paso en India quedo más seguro que no estoy acá por el bazar espiritual, ni por tomarle fotos a los Saddhus, ni por balancearme entre los millones de dioses y los otros miles de "Nogurús" espirituales que deambulan por ahi. No. Cada día que paso en India estoy más convencido que estoy acá de paso solamente, viviendo lo que tengo que vivir en éste país de alto voltaje, sea lo que sea. Mis maestros no tienen cabello largo ni caras untadas de ceniza. No viven en las riveras del rio Ganges haciendo abluciones místicas y ceremonias del fuego y del agua. Mis maestros son las incontables personas que se aparecen día a día como ángeles camuflados. Son esas personas sencillas, tranquilas y humildes que te comparten una historia, un chai, un pedazo de su vida. Que te enseñan sin proponérselo. Son los amaneceres y las puestas de sol, son las montañas, los desiertos y las tormentas de lluvia o de arena. Son el carnaval de elementos que desfilan frente a tí, día a trás día, con alguna lección.

Y la lección de éstos días, fue de paciencia. Paciencia porque es lo que me hizo falta al tomar la carretera que conduce de Delhi hacia Uttaranchal, donde habían trancones (o tacos o embotellamientos) que duraban HORAS, solamente porque un chistoso conductor Indio le dió por pasarse de listo y meterse en contravía por una autopista. Y aunque hubiera una fila de autos, motos, bicicletas y camiones pesados estancados, muriéndose de calor y de sordera por todos los pitidos frecuentes, no quería devolverse a su camino y dejar que el tránsito fluyera como debería hacer. Paciencia para no gritarle a él y a todos los conductores con esa absurda lógica India y recordarles a su santísima madre. Paciencia, porque en los estrechos caminos hacia Haridwar, absolutamente TODO el mundo te pita con esos pitos ensordecedores que terminan por hacerte perder la cordura y el sentido del oído. Paciencia, porque no respetan el hecho que vos estés compartiendo la vía con ellos y te tiran a la cuneta, sin importar qué.

India, sos un hermoso país, pero tus conductores sencillamente son los peores del mundo. Por fortuna dejé mi AK-47 en casa (já!) o si no hubiera podido estallar un conflicto trasnacional...

Nada, tal vez respiro por la herida, pero... ¿qué se puede esperar de los conductores que le ponen a sus camiones un letrero que dice "HORN PLEASE" (pite por favor)? India puede ser todo menos silenciosa, y sus carreteras son el epítome de ésto.

Pero bueno, como habría dicho, paciencia.

La ruta hacia Haridwar por ésta época de Julio es aún más congestionada porque por éstas fechas es la peregrinación anual hacia los puntos sagrados de las montañas, hasta finalmente llegar al nacimiento del río Ganges. Por las carreteras se ven muchos peregrinos vestidos de naranja que van hacia o desde el glaciar en los Himalayas con un poco de agua en sus hombros. Éstos tipos van la mayoría a pié y descalzos, y esperan que ésta peregrinación que puede durar desde un par de días hasta varios meses les logre expiar sus culpas y alcanzar una reencarnación más favorable, o en el mejor de los casos lograr el Moksha o la liberación definitiva del ciclo de nacimientos y muertes.

Uno de éstos peregrinos, se me unió al anochecer mientras estaba yo armando mi hamaca en un bosquecito a la orilla de la carretera y comenzó a hablarme en inglés básico de su familia, sus creencias, sus planes y su vida. Tenía orgulloso sus baldecitos con agua sagrada del nacimiento del ganges y me contaba que solo le faltaba una semana para llegar a casa. Llevaba casi un mes caminando descalzo. Y como no hay tal cosa como renunciación absoluta, terminamos el y yo tomando cervezas y comiendo curry de maní antes que el sueño nos secuestrara y nos llevara mucho más lejos que ese bosque olvidado en el norte de India.

viernes, 14 de agosto de 2009

Delhi Reloaded

A Olimpia, Jair, Efy, María, Santiago, Mario, Natalia y todos los Colombianos en Delhi que de una u otra manera me dieron la mano, una palabra, su casa (!), o una sonrisa, me escasean palabras para decirles bonito... Gracias parceros!!!

Dicen que no hay segundas partes buenas. pero en ésta ocasión felizmente no fué así. El encore para Delhi ésta vez estuvo lleno de buenas sorpresas y sobretodo, mucho sabor a Colombia. El tema fué que antes de salir para el Rajasthán cuando estaba haciendo los trámites para sacar un nuevo pasaporte en la embajada, charlando y charlando con la gente de allá me invitaron a pasar la fiesta nacional en Delhi en un evento que estaba organizando la embajada de Colombia. Pues como es costumbre, llegué de un pueblito en Rajastán llamado "Dudú" directo para el hotel donde iba a ser la invitación. Cansado, sucio, y polvoriento, estacioné la bicicleta bajo un letrerito que dice "No Parking" y luego de varios chequeos de seguridad en el que me preguntaban varias veces por qué cargaba en mis alforjas herramientas, y navajas, y tarros de aire comprimido (no los culpo) me dejaron entrar al lobby. Lo primero que hice fue buscar un baño para al menos cambiarme de ropa y limpiarme la tierra de la cara.

Y en resúmen, bueno, digamos que hace mucho, mucho tiempo los días no me sabían tanto a lo que sabe mi tierra. Gente, gente buena, música de mis mares y mis montañas, comida que trataba de hacerse pasar por Colombiana (la intención es lo que vale!), rumba light, más gente buena y una banderita que pondré como pueda sobre Alma. Muchas historias compartidas, algunas de las cuales te llegan derechito al corazón.

Lastimosamente, aunque la noche estuviera apenas empezando, la fiesta diplomática muy diplomáticamente se fue terminando. Y en esas un par de Samarios rebuena onda me adoptaron por unos días y me invitaron a quedarme a su casa, en la que vivían ellos y otros AIESECos. Rumba, descanso, sabor a mi tierra y muy buena vibra que es algo que les sobra. Aparte, aproveché para unas reparaciones que necesitaba y visitar un par de templos que me hacían falta en Delhi y que aparte, quedaban cerca.

Una parada en Delhi que no me imaginaba, recargando las baterías de muy buena energía, pero los Himalayas llamaban, así que una vez más Alma y yo nos despedíamos y nos enfrentábamos a lo desconocido. Una vez más.