sábado, 6 de diciembre de 2008

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Del lado sur del Mekong, de vuelta al reino de Tailandia, las cosas no habían cambiado mucho. Luego de un cruce de frontera conocido y bastante tranquilo, llegué derecho al monasterio.

Todo seguía como antes, salvo que el gekko que había decidido adoptarme como mascota, prefirió abandonarme por buscarse una mejor vida. Claro, ya nadie lo alimentaba con terroncitos de azucar y mosquitos cazados. Las cosas en mi cabañita estaban tal como las había dejado. Un par de telarañas de más, pero nada que una buena limpieza no pudiera arreglar.

El día me recibió con uno de esos atardeceres para postales. Los mismos pájaros bullosos en el bosque, las mismas gallinas buscando todo el día comida, los mismos gatos perezosos que se asolean, los mismos perros que se te tiran encima para saludarte cuando pasás. Unos cuantos monjes de más, y otros cuantos de menos. Como diría RH, la rotación de personal en el monasterio es alta, pero siempre están los que son.

La gente estaba contenta de verme, porque algunos supusieron que cuando me había ido era para siempre. Pero el destino tiene una manera particular de atar los cabos sueltos.

Una de las personas que mañana a mañana se levantan antes que el sol salga para hacer ofrendas de comida a los monjes, resultó siendo pensionada de la oficina de inmigración de la ciudad. Entonces, se ofreció lo más de amablemente a colaborar con todo el tema de la visa de larga estadía que era la idea original. El tipo entonces movió sus palancas, y con una carta pesadísimamente oficial, la maquinaria empezó a girar, y espero que eventualmente produzca la famosa visa esta. Y si no, bueno, el mundo sigue y el camino nunca acaba.

Es curioso salirse del camino que la vida parecía que había trazado para uno. Ese camino por el que el estilo de vida o sociedad te lleva de la manito. Que estudiás primaria, luego secundaria, y hacés unas buenas pruebas del estado. Ésto, para seguir estudiando en una buena universidad, y eventualmente graduarse para conseguirse un buen trabajo en el que se pueda uno quedar toda la vida, y eventualmente mantener a la familia que es lo que se espera de uno.

El mundo es tan, pero tan inmensamente más grande que lo que mi cerradez de mente me dejaba ver. Tan lleno de posibilidades y gente buena. Una de las cosas cuando uno viaja sin destino es que el mundo se te abre como un jardín, lleno de frutas desconocidas para vos coger. Y el jardín es inmenso, infinitamente inmenso.

Dicen que el maestro aparece cuando el alumno está listo. Que lo que haya que pasar, pasará. Y bueno, por hoy sigo acá, aprendiendo, viviendo, tratándome de aferrar al momento presente, a espantar a los fantasmas del pasado, a ahuyentar a los aprendices de ilusionista de las fantasías del futuro.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Vientiane y el proyecto CouchSurfing

Y que es CouchSurfing, y que tiene que ver con mi estadía en Vientiane? Pues bién, CouchSurfing es una comunidad global, una muy buena idea creada por viajeros y para viajeros de todo el mundo. El concepto de CouchSurfing es muy simple, es crear una comunidad de personas en todos los países y ciudades del mundo que tengan un sofá (couch) o cama libre y puedan servir de anfitriones para aquellos viajeros que están visitando su ciudad.

CouchSurfing no solamente es una manera de conseguir una cama sin pagar en las ciudades que uno visita, sino más bién una comunidad en la que se facilita el intercambio cultural de personas de diferentes orígenes y nacionalidades, que de otra manera no pudiera haber sido posible. Es poder vivir un lugar visto bajo los ojos de un local, el anfitrión, y no solamente desde la perspectiva turista o libro de viajes. Es compartir experiencias, borrar fronteras.
La idea suena muy bonita, pero, ¿si uno es anfitrión, como asegurar que los invitados no son asesinos en serie o psicópatas? Y la pregunta va también por el otro lado: ¿como saber si el anfitrión al que voy a ir no me asesinará mientras esté dormido?

El sistema de CouchSurfing tiene diferentes niveles de verificación. Experiencias positivas incrementan éste nivel, así que los usuarios con niveles más altos, tienen el respaldo de la comunidad. Es un sistema que se basa fuertemente en la retroalimentación y comentarios de los usuarios, así que al buscar anfitriones, éste es un factor importante a tener en cuenta. Un nivel adicional (y opcional) de protección es validar el propio estatus utilizando una tarjeta de crédito. Al utilizar una tarjeta de crédito que esté bajo el nombre de uno, se asegura que el usuario existe en el mundo real, que tiene cuentas de banco, y que no tiene datos ficticios. Así que un usuario que haya sido validado con tarjeta de crédito, y que tenga buenos comentarios y nivel de verificación, tiene muy altas probabilidades de ser un buen anfitrión o invitado.

Y toda esta carreta, con el fín de contarles ésta interesante manera de viajar y conocer gente, porque cuando inicié el viaje, no tenía ni idea que existía. La primera vez que oí de ella fué con unos compañeros de viaje en Nara, Japón donde me quedé en la casa de una chica Japonesa y terminamos haciendo una Okonomiyaki Party. Pero un par de años después, utilicé el sistema desde cero y en Vientiane perdí propiamente mi virginidad CouchSurfing. Y tengo que confesar que fué una muy buena primera vez!

En Tailandia había enviado una petición de CS como por no dejar a un inglés que vivía en Vientiane. Y a los días el hombre me respondió y se puso a la orden como anfitrión, algo increíble porque mi perfil no estaba ni validado ni autenticado de ninguna forma. El caso es que luego de dos días de dormir donde pude en Vientiane, vi su respuesta e inmediatamente lo llamé. Me dió las indicaciones de ir a su casa, y en menos de una hora estaba sentado almorzando en su casa, hablando con el y su novia como si fuéramos mejores amigos.

Para no alargar la historia, digamos que terminé quedándome casi una semana en su hogar, conociendo a la ciudad desde otros ojos, haciendo de todo un poco: comiendo cosas preparadas en casa, ir a jugar bolos estilo Laos, una fiesta latina llena de salsa y merengue y sabor a trópico, ver jugar al Liverpool en un pub inglés, estar en los ensayos de una banda de rock clásico... en fin, de todo. Pero lo mejor fue que todos en la casa me acogieron muy, muy amablemente, como si fuera un compañero de casa más. Solo hay gratitud para el viejo Jeff y los demás que viven en su casa.
E igual, saqué mi segunda visa de dos meses para Tailandia (que tiene un costo de 30 dólares), que fué el propósito principal de éste retorno a Laos. Así que con todo preparado, nuevamente a la ruta, a cruzar del otro lado del Mekong para volver a la tierra de las sonrisas, a la mística Siam, a la increíble Tailandia.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Festival de That Luang

El festival de That Luang como contaba antes es uno de los más importantes de Laos. Ocurre en el día de luna llena de Octubre y tiene duración de tres días, aunque la ciudad está de fiesta durante toda la semana. That Luang, es la stupa más grande e importante de Laos y es verdaderamente increíble porque está cubierta en su totalidad con una capa de oro. Es importante además porque dicen que en su interior está protegida una de las preciosas reliquias de Buda, lo que la convierte en un objeto de devoción particularmente único. Tanto, que está en el sello del país, en los billetes y monedas de todas las denominaciones, en el escudo de armas.

Numerosas personas acuden a Vientiane de todas partes de Laos, incluyendo monjes que incluso llegan desde otros países a unirse a la celebración. En la mañana, cientos, miles de monjes se congregan alrededor de That Luang y una cantidad más grande de devotos acude, vestidos con las prendas tradicionales del país, a hacer ofrendas a los monjes. Se hacen filas por todas partes, en las que la gente ofrece comida, vestidos, medicamentos, y hasta dinero a los monjes. Todos aguantan el sol caliente, y las eternas filas y muchedumbres porque creen fielmente en que ofrecer y dar en éste día tan auspicioso les generaría un karma positivo, ya sea en ésta o en otras vidas siguientes. El 95% de la población de Laos es fiel creyente en el Budismo, y una de las enseñanzas principales de ésta religión, es el desprendimiento de los bienes terrenales, la compasión, y la ley del karma, la versión oriental de la archireconocida ley física de la causa y efecto, de la acción y reacción.

En el festival, también se ven los contradictorios rituales de liberación de aves y peces, en los que los fieles compran aves y peces que están en cautiverio, solamente para liberarlos después como un acto de compasión hacia los animales. Y compasión también hacia los comerciantes que aprovechan esa oportunidad y se hacen su Agosto, porque una jaula llena de aves cuesta alrededor de 10 dólares, un precio bastante alto para una economía en crecimiento como es la de Laos.

Luego que la mañana pasa, y los monjes arrastran con dificultad los sacos enormes llenos de comida y otras ofrendas, los alrededores de That Luang son limpiados y arreglados para un evento deportivo, una particular variación de hockey sobre hierba, en la que dos equipos juegan dotados únicamente de unas varas largas de bambú. Un equipo representa la administración pública, y el otro representa la gente. Y obvio, se espera que siempre gane el pueblo, pero hoy en día la competencia es más por el espectáculo y cualquiera de los dos puede ganar si hace un jogo bonito.

Y como toda buena feria, una cantidad de puestos de comidas, de juegos de feria y de baratijas rodea también a That Luang, para la alegría de muchas personas a las que ésta festividad es el único evento que rompe la monotonía de sus trabajos de siete días por semana (si, muchos Laosianos trabajan continuamente TODA la semana). Grupos de amigos hablan ruidosamente, niños siguen a sus padres con las manos llenas de dulces y globos, las parejas de enamorados se esconden de las luces y de los curiosos en los rincones más alejados del parque. Son festividades, y la gente lleva una sonrisa contagiosa en los labios.

Cuando cae la noche, los puestos de comidas rápidas comienzan a trabajar de verdad, y detrás de los woks en los que saltean carnes y vegetales de todos los colores, los cocineros también andan risueños, atentos a preparar lo que los clientes quieran. El ambiente huele a dulce, a incienso, a gente y a pólvora. Los altoparlantes comienzan a disparar música pop y competir los unos con los otros. Y lo más curioso, es que una de esas canciones en Lao que se escuchaba, tenía todo el son y el sabor de salsa, de la misma que se escucha al otro lado del planeta, en mis tierras caribeñas.
Pero el festival religioso no termina acá. Cientos de monjes y laicos empiezan a poner y a encender miles de velas alrededor de la stupa de That Luang, dándole una luz y un aire místico, espectacular. Fieles con velas hacen filas para también ellos hacer su ofrenda y encender otra luz más, cerca del monumento.

Con la luz de las miles de velas encendidas, el resplandor de la superficie de oro de la stupa, y la luz plateada de la luna, se puede perder uno en esa imágen, ese momento. Quedarse boquiabierto y sin palabras, en esa postal de Laos que tan pocas veces es vista.

...y olvidarse también que tampoco para ésta noche tiene uno donde quedarse porque los hoteles siguieron llenos. Pero nuevamente tuve suerte, y en un restaurante del centro el dueño tuvo piedad de mí y me invitó a pasar la noche dentro, durmiendo sobre unas sillas que eran algo más cómodas que mi hamaca, que por ésta noche pasaría la noche también, dentro de mis alforjas.
Que bién se siente estar vivo, vivo y bajo un techo, en Laos, en la adormecida ciudad de Vientiane.

lunes, 24 de noviembre de 2008

De nuevo saltando el Mekong

Los meses en Tailandia pasaron rápidamente. Como me suele ocurrir en éste tipo de cosas, terminé pasando más tiempo del pensado en ese lugar. Como China, en el que me quería quedar uno o dos meses, y terminé pasando la mayor parte de un año.

Es que llega un momento en tu vida en el que aprendés a la fuerza a tomártela más lentamente. A dejar las prisas y los afanes, a que el mejor plan es no tener plan alguno. A aprender del presente y del momento en el que estás, no a escaparte en el futuro, en el pasado. A vivir lo que sea que te está pasando en el momento. Y eso está bien.

Pero desafortunadamente, las reglas de inmigración y las complicaciones burocráticas, hijos bobos de aquellos personajes que se inventaron fronteras y bordes y límites como conejos sacados del sombrero, a menudo lo obligan a uno a llenarse de papeles y trámites que son tan innecesarios como absurdos. En éste caso, estaba obligado a salir del país hacia Laos, unos 30 km al otro lado del Mekong y aplicar para otra visa y volver. Mi as bajo la manga era en una carta firmada del monasterio donde estaba quedándome, en el que me daban patrocinio para seguir estudiando meditación en Tailandia, para que así sacara la visa de estudiante, que me permitía quedarme más tiempo en Tailandia.

Y bueno, nuevamente el ritual de la empacada y las despedidas. Un poco de mantenimiento a Alma que estaba sumida en ese perezoso letargo que le dejó la inactividad en éstos últimos dos meses, y ya estábamos listos para el camino, en un día radiante, limpio, tranquilo. Y así empezamos a rodar ya bastante entrada la tarde, hacia Vientiane, Laos.

Los trámites en inmigración fueron un paseo por el parque. La visa para los Colombianos y muchísimos otros países, al igual que en Camboya, te la entregan al llegar pagando 30 dólares. Lo increíble es que el oficial de inmigración que atendía el puesto, cuando se dio cuenta que yo era de América del Sur me empezó a hablar con un español perfecto, con un leve acento caribeño, supongo porque siendo Laos un país comunista, tuvo profesores de español venidos de Cuba. Y bueno, también aprendió la actitud caribeña, porque se puso conversador a preguntarme sobre mi viaje, sobre la vida en el país, sobre como me parecía Laos, etc. Y no le importó mucho que hubiera una fila larga detrás de mi, me imagino que fue por el hecho de que no todos los días ve gente que habla español, y mucho menos de ese país olvidado que es del donde yo vengo. Al rato, me devolvió el pasaporte sellado y listo para el viaje, y me despachó deseándome la mejor de las suertes y una inolvidable estadía en su país. El tipo se ganó el puesto de ser el funcionario de inmigración más buena gente que me he topado en la vida.

Alma se empezó a devorar rápidamente los kilómetros que aún nos separaban de Vientiane, supongo porque estaba contenta de sentir el viento en la cara y de estirar los músculos con ganas. Conociéndola como es ella, estoy seguro que estaba alegre, animada, plena. Y en cuestión de una hora, cuando el sol estaba cayendo, estábamos llegando a las afueras de la capital. Pero algo estaba diferente. La somnolienta y tranquila Vientiane, estaba ésta noche llena de actividad. Tuk-tuks y sawngthaews (camiones de pasajeros) por todas partes cargados de gente y monjes, música y algarabía en las calles, La gente saludaba más que de costumbre, y esperando en un semáforo, un tipo en una moto al lado me explicó que era por el festival anual de That Luang, la festividad religiosa más importante de Vientiane y, junto con el nuevo año, la más celebrada de Laos.

Las calles estaban repletas, no había en realidad por donde pasar sin que no hubiera una masa de personas. Fuegos artificiales inundaban esporádicamente el cielo. La fiesta se sentía, se respiraba.

Y claro, no era sino darse una vuelta por el barrio donde se concentran la mayoría de hoteles baratos de la ciudad para darse cuenta de que había muchisima gente ahí también. Hotelito trás hotelito, todos tenían el cartel que uno no quiere ver cuando la noche está entrada y uno quiere una ducha y una cama: “Hotel Full”, “No Vacancy”, o “Come back tomorrow”. Todos, todos los hoteles y guesthouse de Vientiane al parecer estaban a reventar. Tanto, que las personas que estaban en habitaciones individuales, se les pedía que compartieran con otros viajeros sin lugar donde pasar la noche. Pero eso había sido durante el día, y ahora no había lugar ni donde poner un arroz parado.

Aunque dormir bajo las estrellas en las ciudades grandes no es una idea que me seduzca mucho que digamos, en ésta oportunidad me tocó, así que encontré un monasterio con arbolitos cómodos, colgué mi hamaca, amarré la bici, y me entregué a ese sueño tranquilo y pesado que llega después de un día de cruzar fronteras y comer kilómetros

jueves, 20 de noviembre de 2008

Cierre

Como me imagino que se dan cuenta, muchas de éstas historias están un poco viejitas y me ha tocado sacarlas del diario que no me desampara ni de noche ni de día. Y ésta, la fabrico como una colcha de retazos con pedacitos de entradas de diario y de emails mandados.

Por éstos días, ando bien de salud, fisica y mental. De hecho creo que sigo subiendo aunque la exigente dieta del día a día... la comida es muy rica. Hoy es mi segunda salida en casi dos meses y aprovecho entonces para escribir.

Que contar. Muchísimas cosas han pasado (cosas interiores), muchos cambios, nada se queda igual. Aprendizaje quisiera decir que he tenido, pero luego va uno y cae en sus trampas de siempre y el aprendizaje se va al cuerno. Pero al menos uno es un poco más consciente ... como sabes, de muchas cosas, de que ésto que somos no es nada. Y eso ya creía uno que lo sabía, pero el agarrar esa certeza y pegartela, tatuartela a tu existencia es muy difícil. Vivirla. En la cabeza está el concepto de que uno no es más que polvo y que todas las preocupaciones y deseos son vanos. Pero igual seguís viviendo la vida como si la muerte estuviera allá, lejos, en otro lado. Y que solo en el día que se aparezca, la vamos a enfrentar. Solo un par de veces te roza de cerca y te hace crugir, sufrir, desfallecer... Mientras tanto, seguimos dándonos nuestra auto importancia, peinando y vistiendo al ego, llenándolo de experiencias, de trofeos, de más partidas del juego. Agarrándonos tanto del placer, como de la adrenalina del sufrimiento...

Mejor no me pongo profundo sino que describo... a ver, que decir de la vida en este monasterio. La verdad no hay mucho que describir exteriormente. Igual que los monasterios Zen en Japón, o Chan en China, o Vahrayana en Tibet, exteriormente los monasterios acá son solo edificios muy muy calmados. Parecen deshabitados. Si vos vas un día cualquiera, parecería deshabitado a no ser por los animales que pasan despacito por ahí. Y tal vez un par de monjes caminando te sonrien. No mucho. Puedo contar cositas de éste estilo del monasterio donde estoy. Queda en un bosque montañoso, lleno de selva, a las afueras de un pueblito en el noreste de Tailandia. Hay un par de templos religiosos, con todo el color y adornos del budismo theraveda tailandés. Hasta ahí es donde uno llegaría como turista. Donde uno tomaría las fotos. Pero si uno sigue caminando por el caminito que se mete en la selva, detrás de unos árboles enormes, empezás a ver casitas y chocitas esparcidas aquí y allá. Y colgando de los árboles, ves algunas túnicas naranja y ocre, que los monjes están aireando o secando. A unos metros más allá, en medio de la selva, hay una laguna llena de flores de loto de mil colores e iguanas gigantes que se asolean perezosas, ni se inquietan por vos mirarlas. Y si seguis por ese camino, hay una bifurcación. Si tomás a la izquierda eventualmente vas a dar con el crematorio budista, donde incineran a los muertos sobre una pira funeraria y los entierran en el cementerio que queda allá mismo.

Pero si seguís caminando y no te importa que los zancudos te estén devorando vivo, vas a llegar a una casa muy simple, sin ventanas al frente, con tan solo una puertecita blanca. Esa casa la identificás por un número 13 pintado con letras rojas afuera. Y por ahí hay un montón de pollitos chiquitos siguiendo a sus madres de acá a allá, buscando algún pedacito de arroz caído. Si abris la puerta, que por lo general está sin seguro, te vas a encontrar con un interior limpio y aireado, que aunque es pequeño da la sensación de ser más grande. Te encontrás con una cama muy bajita, casi en el piso. Y que no tiene más colchón que una estera tejida de hojas secas. Una mesa con una jarra, unos platos, un calentador de agua para tomar. Un mueble para guardar las cosas personales: cuatro o cinco libros viejos y ya cansados de tanto viajar, tres camisetas, dos pantalonetas, un sarong, un krama (como un pañuelo enorme de camboya), y una bicicleta gris con negra con unas maletas casi vacías encima. Si vas temprano, vas a ver tambien algunas frutas y platos increíblemente gustosos que los monjes me llevan como única comida a eso de las seis de la mañana. Escuchas afuera los pájaros bullosos que cubren la selva. Y si miras por las ventanitas, vas a ver las ardillas que saltan de rama en rama persiguiendo, buscando algo. En el suelo, hay una toalla azul y un particular cojín improvisado, hecho de una bolsa de tela amarilla (de esas que uno usa para poner la ropa sucia) con un saco para el frío (clima inexistente por cierto en Tailandia), dos bóxers y tres pares de medias. Esas son para sentarte con más comodidad en el suelo duro, sin que se te duerman las piernas. Ahí es donde pasas la mayor parte del día, ahí comes, te sientas, piensas, tratas de sentir consciencia del presente. Pero bueno, eso es circunstancial.

Una pared interior separa la habitación de un minúsculo cuartito de baño, y sabes que ese cuartito sirve para ésto solo por tener un balde naranja lleno de agua fresca que te toca llenar todos los días, y un sanitario de estilo asiático. Un vaso desechable clavado con un clavo oxidado y viejo a la pared, sirve para poner la cuchilla de afeitar, el cepillo, crema de dientes y jabón. Sobre la pared, hay una botella vacía de agua que tiene encima una vela pegada para iluminar las noches. Nada muy lujoso. Pero lejos de ser sucio, el lugar te dá la sensación de pureza, tranquilidad.

A eso de las cuatro de la mañana, cuando los gekkos (lagartijas asiaticas) siguen cazando moscas aquí y allá, el primer gallo canta. Se levanta en su momento más glorioso del día, sacude sus plumas y hace ese sonido que conocemos pero en las ciudades nunca oímos. A ese, uno, otro, otro más le siguen por todo el bosque, hasta que se vuelve una sinfonía galleril. Esa es la hora de levantarse. No tanto porque uno deba levantarse, sino porque se siente que es natural. Te parás en una silla de plástico, y prendés el cabito de vela casi acabado encima de la pared. Ponés el agua a hervir para hacer café o té, y mientras mirás por la ventana un cielo que empieza a dar signos de que va a clarear. Ese negro que ya no es negro sino azul profundamente oscuro. Un día nuevo está por comenzar. A eso de las seis, como contaba, un monje te toca la puerta y te entrega la comida que a su vez, les fue entregada por la gente del pueblo cuando dan muy temprano la vuelta por las calles de la aldea con sus grandes tazones de pindabat. En un monasterio solo se come una vez en el día, según la tradición budista es antes de mediodía y tiene como objetivo ser plenamente conscientes de la comida y no estar con el deseo profundo de comer y comer, aún estando satisfecho, solo por el placer de tener algo rico en la boca. Luego, sabés que es alrededor de las once de la mañana porque algún otro monje pasa con un ruidoso carrito y recoge los platos ya lavados y las sobras de la comida, de cabaña en cabaña. Si mirás de nuevo por la ventana, vas a ver que el monje es un poco gordito y bastante jóven. Pero sus movimientos, su expresión demuestra una madurez y consciencia enorme sobre sí.

Eventualmente el día pasa, sin tener más indicación del tiempo que las hojas caer mientras el sol pasa sobre ellas. La noche llega, las gallinas vuelven a sus nidos, los gekkos salen de sus escondites, y los mosquitos renuevan sus ataques como una sanguinaria venganza ancestral. Un día termina y otro comienza, como siempre. Como siempre, el sol saldrá mañana sin importar nada.

Si quieres, puedes salir a caminar por la selva. En una de esas ocasiones te puedes topar con algún monje barriendo las hojas secas y caídas de los caminos. En otra, verás gente vestida de negro y una columna de humo gris que sale detrás de los árboles. Significa que es día de cremación. El cuerpo del difunto, nuevamente de acuerdo a tradición budista, está en una caja sobre una especie de pira gigante. Debajo, lleno de leña. Cuando van a prender fuego al cuerpo, la gente se va del sitio porque hay la creencia que si alguien ve un cuerpo arder, el fuego se apaga. Pero cuando se van, puedes ver esa pira funeraria de un cuerpo sin vida quemándose, alimentando ésta vez al fuego que lo va comiendo poco a poco. Cuando se termina, viene el monje encargado a poner los restos en un horno especial, a dejar que el fuego intenso termine su trabajo. Otras veces, si llegás a los templos principales, vas a ver a los monjes sentados meditando, con los ojos entrecerrados, y un viejo monje hablandoles, explicandoles tal vez las enseñanzas de su profesor venerado, el Buda de antiguedad. Y dentro del templo, un gato llega oliendo y caminando sin rumbo, perezosamente, para echarse a dar una siesta a los pies de una dorada estatua de Buda. A unos metros más allá, un perro no le pierde la vista, mientras se rasca las pulgas con desgana. Y otras veces, te podés pasar el día completo caminando sin ver a nadie en la selva. Tal vez un monje caminando despacio, con la mirada en el suelo, perdido en su cankamma o meditación caminando.

Y entonces viene la pregunta clara: ¿que es lo que hace la gente en un monasterio? ¿Donde están los rituales, las ceremonias, los iluminados que flotan en el aire, caminan sobre el agua, o descuidan su cuerpo en ayunos y privaciones extremas? ¿Donde están los cantos sagrados, los monjes adorando las imágenes de Buda? De hecho, estas cosas solo están en la imaginación febril de nosotros como extranjeros. Los monjes están en sus cabañas. Habiendo hecho un voto de renuncia en el mundo, solo viven con sus túnicas, su tazón de comida, y un par de otras cosas del día a día. No hay televisión ni radio ni periódicos con las ultimas noticias. Los días pasan uno detrás de otro sin entretenimiento alguno. La vida del monje es de meditación permanente. De estar en realidad atento a los deseos que surgen continuamente, uno detrás de otro. De estar consciente de que todo en la vida es incontrolable, transitorio, impermanente. Que saltamos de felicidad a sufrimiento si tenemos o no las cosas que nos gustan, que nos dan placer. O si tenemos o no las cosas que no nos gustan. Que todos los días estamos trabajando por construir ese ego, de peinarlo, vestirlo y adornarlo con todos los deseos e ilusiones. Y nuestro ego nunca está satisfecho, siempre quiere más. Más poder, más reconocimiento, más afirmación, más placer, más perfección. Más dinero, más posesiones. Y que odiamos las cosas que creemos que son malas, es decir, las que no nos gustan o no nos brindan bienestar. No nos gusta nuestro cuerpo, siempre está feo, o gordo, o flaco, o flácido. Siempre o estamos muy viejos, o muy jóvenes. Y cuando llega un momento, empezamos a sentir que la muerte se nos acerca de a poquitos, a pies juntillas. Y ahi si empezamos a sufrir más. Odiamos a algunas personas, odiamos nuestros trabajos, nuestras vidas. Evitamos y hasta odiamos las personas y cosas los que no nos hacen bién. Siempre andamos confundidos, insatisfechos buscando y apegandonos a las cosas que nos gustan, y evitando y sufriendo por las cosas que no nos gustan. Y la vida así se va volviendo insatisfactoria, miserable.

Sobre eso meditan los monjes. Sobre eso que llamamos cuerpo, sobre eso que llamamos mente. Sobre las cosas que lo forman, sobre las ideas locas, sobre la consciencia, sobre el dios interior. Y para eso, pasan horas sentados, llegando a estados de concentración que les permiten alcanzar sabiduría verdadera y con ella, investigar ecuanimemente todos los fenómenos de la existencia. Meditan de ésta manera para tener firmeza en su corazón, firmeza tranquila y sosegada, paz, y tal vez así llegar a un estado de completa tranquilidad, en la que los deseos y anhelos simplemente se extinguen dejando solo felicidad, felicidad en la calma. Dicen que algunos la logran, dicen. En realidad, no se si esa felicidad sea algo que pueda lograr en ésta vida. Solo se, que en preciosos momentos, se puede sentir esa extinción de deseos, y que una vez que ves las cosas como son, sin embellecerlas, ves que todo es incontrolable, insatisfactorio e impermanente... y ahi estás tranquilo.

Claro, luego llegan de nuevo esos pensamientos de deseos, de ganas de hacer esto o aquello, o llega la pereza, o la mala voluntad... y te perdés nuevamente en ese mundo que aunque es tan insatisfactorio, que has hecho ya tan tuyo... En fin... vuelve el ciclo.

Bueno, es mejor dejar así porque luego se empieza a poner todo drásticamente más profundo y denso, y eso no es muy digno de un blog de viajes. Claro, todo eso es consecuencia de tanto tiempo encerrado y ganas de expresar lo que el ego quiere! Así que mejor me quedo en la descripción física, para enseñar como es el lugar y dar una idea de lo que está siendo mi vida en el momento. Si lo miras de fuera, tal vez no sea muy excitante como los viajes anteriores, pero desde adentro es sumamente enriquecedor.

Un verdadero crecimiento espiritual.

sábado, 25 de octubre de 2008

Monasterio, primeros días

Tailandia, a comparacion de Laos, Camboya, Vietnam, Tibet y hasta el sur de China, da una impresión de ser un país muy desarrollado y occidentalizado. Eso tiene cosas buenas y malas. Las buenas por ejemplo es que es cómodo, seguro, desarrollado, tiene buena infraestructura y vías, la comida es sana, y hay supermercados y podés encontrar lo que querás a precios decentes, porque los precios son fijos, a diferencia en los otros paises que le toca a uno pelear hasta por una sopa y eso se vuelve un toque desgastante (léase: los hijos de p*ta de Vietnam).

Pero también por otra parte pierde como ese aire de aventura, de estar donde nadie más ha estado, de viajar con ese vertiguito que dá el no saber que sigue el momento siguiente. Justo por ser tan occidentalizado, también está demasiado lleno de turistas. Pero eso no es lo peor, también está lleno de viejos cacheticolorados con su tailandesa al lado, porque definitivamente este pais es el destino numero uno del turismo sexual... y ugh, eso se ve inmundo.

Bueno, como algunos saben, cuando llegué a Tailandia mi intención (al igual que en Tibet) era quedarme un tiempo en un Forest Monastery, que son monasterios budistas de la tradición más simple, viven en cabañas en la selva y tienen una vida tranquila, meditativa, contemplativa. Encontré uno muy famoso cerca a Nong Khai, en el norte de tailandia, en una región montañosa cerca de la frontera con Laos. Y pues para hacer el cuento corto, fui, y les dije que me interesaba residir allí, y pues el Abad (que habla thai y francés unicamente) me invitó a que me quedara con ellos el tiempo que quisiera.

Eso fue hace ya casi un mes. Y desde entonces la he pasado en meditación aislada de todo contacto con el mundo exterior, de hecho esta es la primera vez que salgo de mi kuti (cabaña) y del monasterio, y me conecto a Internet.

Y en realidad he estado muy bién en el retiro, la vida es muy tranquila en el monasterio y es basicamente todo el día para meditar tranquilamente. De vez en cuando los monjes pasan a revisar como estan las cosas, como me siento, etc. Muy tranquilo y muy bonito. La comida es una vez al día, a eso de las 6.00am. Según la tradición monástica, no se puede comer nada después de esa, o bueno, si se puede pero seria irrespetuoso. La comida te la llevan a tu cabaña en el bosque todos los días. Te levantas a eso de las 4.00am, aunque los monjes se levantan a las 3.00am, a meditar, a caminar, a mirarte... muchas cosas ves....

Y el itinerario del dia... bueno, es libre. Basicamente hay libertad de hacer lo que quieras, pero el punto no es rascarselas y dormir todo el día sino trabajar por encontrar algo, por tener insights. Muchisima meditación, sentado o caminando. La idea es estar consciente en todo momento y lugar, ver las sensaciones y pensamientos cuando surgen. Ver por que surgen, por que se van, por que nacen y mueren. Estar siempre atento, presente. Ver que lo que importa es entender la vida de adentro, ver la esencia de lo que uno es, y no tanto las apariencias, los trabajos, las carreras, los sentimientos, sensaciones... una vida simple y de observacion y atencion bien vivida es mejor que una vida compleja y llena de cosas, pero vivida a la carrera. Hay un monje de Canadá con origenes Lao muy buena gente que me ayuda con las traducciones y con algunos libros. Y el abad como contaba habla francés, así que me puedo comunicar mas o menos con mi pobre y oxidado dominio del idioma.

De momento voy bién, aprendiendo, viviendo cada momento, de a poquitos.

martes, 30 de septiembre de 2008

Descubriendo a Tailandia

En la noche, cuando estaba acostumbrándome apenas a manejar en el otro lado (equivocado) de la carretera al que mal se acostumbraron los Tailandeses, empecé a ver más de la pequeña ciudad fronteriza de Nong Khai. Me esperaba un pueblito fronterizo de nada, como los tantos que había cruzado y a los que me había acostumbrado: llenos de gente buscandose un dólar fácil, tráfico ilegal, apuestas y prostitución en caseríos oscuros y decadentes. Pero nada, me impresionó de primerazo porque era una ciudad eficiente, limpia, amable, sin los tiburones de dos patas que buscan estafarte hasta el último Baht que tengas.

Las carreteras modernas, bién señalizadas, a diferencia de las de Laos y Camboya, que fueron mi hogar los meses pasados. Y la ciudad, llena de puestos de comidas, muy bién organizados, que bombardeaban mi nariz con todos sus olores increíbles. Eventualmente llegué a Mut Mee, la guesthouse que sería mi hogar por un par de noches. Éste bonito hostal a orillas del Mekong era bastante nueva era, completo con su centro de yoga, meditación, pintura y música. Mucha gente llega acá y se queda varias semanas para estudiar cualquiera de éstas cosas.

El dorm esa noche afortunadamente estaba vacío, o sea que podía descansar a mi antojo. Pero curiosamente, al rato llegó la misma inglesa que me había estado encontrando en Laos en los lugares más raros, y justamente se iba a quedar estudiando Yoga por un par de semanas. Y así entre charla y charla se fue haciendo más y más tarde...

Al otro día desperté tempranito, para darme un buen desayuno estilo Thai, y como un buen montañero, a maravillarme de lo increíble que podía ser un supermercado, porque no había visitado uno de ese tamaño desde China, muchos meses más atrás. Y no es por nada, pero me gusta visitar los mercados de los diferentes paises que visito, porque te dan una idea de lo que es el estilo de vida y gustos de la gente, y sobretodo, los precios, para que ningún vendedor te de en la cabeza por ignorante.

En el día estuve visitando también varios templos, y el famoso parque de esculturas de Sala Kae Kwo, construído durante toda la vida de un excéntrico escultor que se volvió místico y decidió enseñar a través de esculturas. Bizarro, pero interesante.

Pero justamente, me quería quedar en Nong Khai (la ciudad fronteriza) porque cerca había uno de los monasterios más reconocidos en meditación en toda Tailandia. Éste es uno de los pocos monasterios de la tradición del bosque (forest monastery) en los que los monjes siguen las reglas austeras y ascéticas que Buda dejó hace más de 2,500 años.

Ya veremos como nos vaya allí.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Van, van a Vang Vieng

Vang Vieng. El pueblo tranquilo encerrado en un escenario increíble, convertido en el sitio backpacker por excelencia. Y eso no es un cumplido. Bueno, vamos por partes. La subida a Vang Vieng fue por un camino empinado, a veces destapado, difícil. Hacía ya varios miles de kilómetros que no me tocaban carreteras por montañas y pues ya se nos estaba olvidando, a mi y a mis piernas, de como era el tema con eso. La distancia desde Vietnam era algo así como 150kms y optimista pensé que los hacía en un día. Pero noooo.... Me tocó quedarme en un albergue a mitad de camino, porque había muchos baches, subidas, bajadas y además con una lluvia matadora.

Finamlente llegué a Vang Vieng, hice el check-in en la guesthouse tranquila que me habían recomendado antes, al lado de una pista de aterrizaje olvidada. Y luego de dejar remojando la ropa terminalmente sucia que tenía pendiente, salí a recorrerme el famoso pueblo de Vang Vieng. Basicamente, es una única calle llena de restaurantes, bares y café internet, y no parecés ni en Laos ni hasta en Asia, porque todos los letreros de neón iluminados están escritos en inglés, casi nada en idioma local.

La mayoría de bares tienen varias pantallas de TV presentando permanentemente reencauchados episodios de Friends, Los Simpsons, Family Guy y otros. Y en vez de sillas, las mesas tienen una especie de cama con muuuchos cojines para que la gente que llega simplemente se acueste y se sienta como en casa. Pero se pasan, hay un lugar en la calle en el que te paras y puedes ver simultáneamente 5 episodios diferentes de Friends en 5 diferentes bares. Al principio tantas cosas occidentales te seducen por lo cómodo y fácil, pero al rato se vuelven muy, muy repetitivas y aburridas.

Como decía, Vang Vieng es un pueblito metido en montañas hermosas y alucinantes, al borde de un río limpio y tranquilo. Cerca en la bici se puede recorrer caminos destapados que lo llevan a uno a cavernas grandes y oscuras, y a piscinas naturales de agua fresca y cristalina. El recorrido completo por los alrededores son unos 40kms y se lleva un día completo, para ver la naturaleza con calma.

Y el último día, fue el día para hacer el famoso Tubing en Vang Vieng. Esa es una de las actividades más famosas en el SE Asia, contada una y otra vez por los viajeros en todas partes. Y la idea es tan simple como exitosa: Basicamente es rentar un flotador enorme hecho con el neumático de la llanta de un tractor, y con ésta, te llevan en un tuk tuk río arriba y te lanzas al río. Mientras bajas lentamente, por entre ese alucinante paisaje, van apareciendo bares y restaurantes a las orillas y si quieres, te lanzan una cuerda al río para que te quedes un rato ahí antes de seguir flotando despacito río abajo. En la mayoría de bares te ofrecen whiskey de arroz gratis para que te quedes ahí, y muchísimos tienen toboganes, canopy, trapecios y cuerdas desde plataformas altísimas para lanzarse al agua. Un plan para un día de estar en el agua. Coincidencialmente empezando conocí a una gente de Chile y Uruguay y en dos segundos armamos el combo Suramerica... Latin Power en Laos.

En el remate, cuando estás con un poco de frío y llegas nuevamente a la ciudad, hay unos bares en los que puedes parar que tienen música en vivo y una enorme fogata en la que todo el mundo se calienta y se seca, luego de todo un día de andar jugando como niños en el agua. La rumba se extiende más allá de la medianoche, hora del toque de queda de Laos, y terminás hablando con gente de todos los rincones del planeta...

Al otro día, me levanté como pude para tomar un bus que nos llevara a Alma y a mi a Vientiane, y de ahí salir directo a Tailandia. El bus lo tomé echando dedo en la carretera como a las 3.00pm, y coincidencialmente me encontré con la inglesita que había conocido días atrás en Tha Kaek, que venía ésta vez de Luang Prabang en el mismo bus. Fueron unas cuatro horas de recorrido que antes me había tomado a mi dos días de intenso esfuerzo... Y llegué a Vientiane de noche ya, y me tocó romper mi regla de no viajar nunca de noche por el solo hecho que era mi último día de visa, y salir a oscuras por la carretera que me llevaba a la frontera con Tailandia, a unos 30 kms de distancia abajo en el Mekong. Llegué como a las 9.00pm al puesto fronterizo, como siempre dejandolo todo a última hora.

Él cruce de frontera, sin problema, nada de preguntas excesivas ni requisas de las maletas. Del lado de Tailandia me tocó un oficial lo más de buena gente que se quedó preguntandome bastante rato sobre mi viaje, porque no había nadie a esa hora cruzando la frontera. Al rato me dejó ir finalmente, y me di cuenta a la brava (casi me lleva un carro por delante) que Tailandia tiene la mala costumbre, como los ingleses y japoneses, de manejar al lado equivocado de la vía...

Bienvenido, finalmente, a Tailandia.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Rumbo a Vientiane, capital de Laos

Salí de mañanita de Tha Kaek, todavía dudando si iba al pintoresco paso montañoso de Cau Treo, que tanto me había recomendado Dryan. Pero la verdad, una vez que pasé por ahí no me animé a subir, porque en mi visa me quedaban poquísimos días, apenas para una visita rápida a Vientiane y tal vez a Vang Vieng. En el camino a Vientiane, me quedé en dos caseríos anónimos cuyos nombres olvidé ya, y en la carretera se veían los residuos de la inundación que hasta hace apenas pocos días se había tragado sin avisar campos fértiles, caminos y familias enteras... De hecho la inflación por éstos lugares estaba jodida, y los precios eran el doble de lo que usualmente eran. Lástima, pobre gente, de un día para otro perderlo todo, absolutamente todo, por un capricho de la madre naturaleza.

Los días pasaron rápido y sin eventualidades, hasta llegar a Vientiane, la capital de Laos, que me recibió al fin con un muy buen clima y una foto del Ché en tamaño gigante. Valga la pena aclarar que en Laos por alguna extraña razón aman al Ché Guevara, y lo ponen en camisetas, posters, y calcomanías o stickers que adornan cuanta moto, tuk tuk o camión pase por ahí. Seguro el hombre por allá en su tumba anónima de suramerica se estaría riendo.

Vientiane es una capital muy tranquila, diría que es la que más me ha agradado de todo lo que llevo de Asia. Y no es porque abunden las cosas que hacer, no, al contrario, se pasa de tranquila. Pero justamente ahí está su encanto, en que es pequeña, manejable, la gente es muy amable y no se escucha en la calle absolutamente nada. La gente no abusa de los pitos del carro, lo cual es algo totalmente loable! En realidad parecería una ciudad pequeña provincial de cualquier otro país. Pero sí, la cantidad de embajadas que hay por todas partes te indican claramente que Vientiane es capital.

Todos las guesthouse baratas de la ciudad estaban totalmente llenas, así que compartí habitación con un japonés que a duras penas hablaba inglés y llevaba bastantes meses recorriendo así el mundo. Como? Ni idea, supongo por la misericordia del espiritu santo porque no se me ocurre otra... También me volví a encontrar con un guey de Israel que había conocido en Camboya y que lleva viajando por el mundo casi ocho años, el verdadero y moderno ejemplo del judío errante definitivamente.

En Vientiane las opciones para hacer turismo son bastante reducidas. Pasando por Patuxai, la versión Lao del Arco del Triunfo en Paris, se le llama en broma el aeropuerto vertical, por la sencilla razón que fue construída con el cemento y materiales que donó hace muchos años el gobierno de Estados Unidos con el fín de construir un moderno aeropuerto. Pero al parecer, el gobernante de turno prefirió convertirlo en un monumento a su grandeza... Éstas cosas no solo pasan en el país del sagrado corazón. Luego, estan todos los monasterios con paredes viejas viejísimas, que muestran los siglos de antigüedad que tienen.

Y aproveché éstos días también para revisar la extensión de la visa de Laos, pero pagar el precio de 3 dólares por día me pareció un poco exagerado, y me obligó a salir del país y cortar mi viaje por el norte. A lo sumo, alcanzaría a llegar a la famosa ciudad de Vang Vieng y dejar la capital atrás, la más calmada de todo el Sureste Asiático.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Tha Khaek

Antes de salir de Savan, llené las alforjas de khao ji pa te, o sandwichs de pan francés rellenos de paté, especialidad de Laos, que me recuerdan de una manera vaga a los banh mi thit gloriosos del sur de Vietnam. A unos 30 o 40kms después vi el seno más grande de mi vida, una diminuta ciudad orgullosamente llamada así. Más adelante, el cielo se empezó a oscurecer y detrás de mí empezaron a caer ruidosamente rayos, pero también un fuertísimo viento de cola empezó a soplar y me empujaba fuertísimo, dándome unos 10 o 15 km/h adicionales, lo que me ponía competitivo con las moticos y tractores que iban en la misma dirección. Aparte, el sentir que una tormenta te está lamiendo los talones te da motivación para empujar adelante y pedalear muchísimo más fuerte.

Pero luego de una hora de ese ritmo increíblemente rápido, eventualmente me agarró el agua y me tocó escampar en un pueblito X, en el 'concesionario' de venta de motocicletas KoLao, el nombre que Hyundai o Daewoo o alguna compañía Koreana tiene en Laos. Se ven por todas partes y son muy, pero muy baratas.

Y la tormenta nada que bajaba. Seguía lloviendo fuertísimo, sin intenciones al parecer de detenerse, y como la verdad no tenía intenciones de quedarme acampando en la mitad de la nada bajo una lluvia persistente, decidí seguir empujando hacia Tha Kaek, la siguiente ciudad de tamaño decente. No había más remedio que quitarse la camiseta, cubrir las alforjas NO resistentes al agua con bolsas de basura que hacen un improvisado impermeable y seguir bajo las fuertes pero refrescantes lluvias del monsón.

Ya entrada bién la noche llegué a Tha Kaek, hecho una sopa, mojado, cansado, pero satisfecho. De entrada me quedé en el Travel Lodge, una guesthouse lo más de acogedora que me recibió con una fogata en el medio y gente tocando guitarra y cantandole a la luna. Necesito pedir algo más? Me acordó vagamente de todas las noches en fincas, en las que a la luz del fuego nos mirabamos las caras y las almas. Y como no, de las noches de Luna Bohemia en la U, tan lejanas. El tiempo pasa, pasa.

En fin. Había un dormitorio como de 10 camas totalmente vacío, pero al rato llegó un canadiense que recién llegó y decidimos compartir una habitación que salía lo mismo que el dormitorio, pero muchísimo más segura, porque el dorm no tenía manera de ponerle seguro. Yo estaba virtualmente destrozado por el viaje y el esfuerzo de estar peleando con la tormenta, pero igual decidimos salir a dar una vuelta al centro a comer algo, a ver el Mekong y a la iluminada Tailandia del otro lado. El hombre comió su comida super western y yo mi comida super local, recién pescada y a menos de un dólar. Me imagino que en el comienzo del viaje ni me atrevería a comer algo así, pero a estas alturas del partido lo que no me mata me vuelve más fuerte (literalmente).

Y estando en esas, nos encontramos con la chica que es duena del hotel en el que nos estabamos quedando y nos invito a rumbear, estilo Laos. La idea es que primero uno se entona con unas cervecillas y cantando karaoke thai (ugh!) y luego cuando ya los motores ya estan prendidos, se cruza la calle y se monta uno en un barco enorme llamado "Smile Bar" que está sobre el Mekong a un tiro de piedra de Tailandia. Y ahi la rumba si se pone pesada, empiezan a llover del cielo las cervezas con hielo (doble ugh!) y los ríos imparables de Lao Lao.

Al otro día con un dolor de cabeza cortesía obviamente de la obra y gracia del espiritu santo (no, el alcohol de dudosa procedencia no tiene NADA que ver ahí), rentamos una moto para conocer las tierras cercanas, famosas por sus cavernas, cascadas, e increíbles formaciones de karst. Pero lo mejor fué la caverna de los Budas, una caverna que fué descubierta por casualidad hace apenas un par de a~os por un tipo que buscaba murcielagos para poner en el plato del almuerzo (si, en Laos se comen todo lo que se mueva). No encontró murciélagos, pero lo que encontró fue una hermosa caverna escondida en lo alto de una montana inaccesible llena de esculturas y figuras de Buda con mas de 1,500 a~os de antigüedad! Lo más alucinante es que el lugar lo dejaron tal como estaba antes, así que se respira en el ambiente de la caverna una sensación rara, sobrecogedora, como si el tiempo se hubiera quedado congelado y no muchas cosas hubieran pasado en ese sitio en el último milenio y medio. Y claro, el tipo que la descubrió se volvió una especie de celebridad en el JetSet local, por traer los dólares turistas a esa región olvidada, que tantos los necesita...

En el recorrido también pasamos por el Tha Falang, un balneario que usaban los franceses en su época de colonia lo más de bonito, también la cueva del elefante (llamada así porque alguna persona con un poco de alucinógenos en la sangre se imaginó que tenía algún parecido con un elefante), y otras cavernas a las que no pudimos entrar por el hecho que estaban inundadas cortesía de la temporada de lluvias. Las mismas lluvias que como siempre volvían las carreteras nada, las dejaban tan destrozadas como yo por esos momentos.

Por eso cuando llegué de vuelta al guesthouse la ducha, y la cama, fueron una bendición. Ni ganas me dieron de salir a la fogata, a pasar la noche con el canadiense, unos japoneses y una inglesilla que llegó esa misma noche.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Tribus y espíritus y búfalos y selvas

Pero bueno, a los alrededores de Savan hay muchísimas tribus de montañeros o minorías en la montaña, y conocí a un tipo que era guía en varias excursiones a pie, y la idea es que uno se metía en grupo a la selva y visitaba las aldeas de las minorías y se quedaba durmiendo allí, conociendo sus costumbres. Y pues me animé a hacerle al trek de unos dias, sobretodo por conocer esa parte de Laos que uno no conoce muy bién por cuestiones prácticas: la gente.

Para la caminata te recogen en un camión para sacarte de la ciudad y dejarte más cerca de la selva, del camino destapado que te llevará por aldeas y aldeas. En la primera aldea te muestra la vida de las minorías, como trabajan el campo, como los búfalos son sus mejores amigos. Pero también cuentan que el trabajo fuerte en Laos solamente es 3 o 4 meses al año, en la temporada de lluvias que es la adecuada para cultivar el arroz. El resto, bueno, no es muy activa que digamos. Los que se quieren mantener ocupados, se van a la pesca o a la caza en las selvas. Los que no... se quedan en los pueblos viendo la hierba crecer, o bebiendo alcohol, o buscando mujeres, mujeres y pelea... No particularmente un buen ejemplo para los hijos y las nuevas generaciones, muchos jóvenes están hartándose de la vida en el campo y se van a buscar suerte a las ciudades en las que terminaran trabajando en fábricas enormes e impersonales, o manejando tuctuc, o simplemente, tristemente, desempleados...

La jerarquía en éstas aldeas es liderada por el consejo de ancianos, algo así como el partido político dominante en la tribu. Son los que dan la aprobación de las fechas de cultivo, bendición en los matrimonios, y la última palabra en la resolución de conflictos. Aparte, como la mayoría de tribus en Laos, esta es de fuerte influencia animista, es decir, creen que las personas viven día a día con espíritus, y ellos tienen la capacidad de hablar y consultar con los espíritus también. Y como éstos espiritus son venerados y respetados, hay muchas cosas consideradas como tabú porque irrespetan a los espiritus y los hacen enloquecer de la rabia. Por ejemplo, los hombres solteros y las mujeres no pueden dormir en la misma habitación, por eso las mujeres duermen dentro de las chozas en una habitacioncita, y los hombres duermen en el suelo en el area destinada como comedor o sala de estar (o living, che!).

Bueno y como comentaba antes, acá también está el tema que si una pareja tiene sexo sin permiso de los venerables ancianos, los espiritus se enloquecen y la unica manera de apaciguarlos es mediante un sacrificio de un búfalo, o en su defecto, de una inocente vaquita. El mismo sacrificio para apaciguar a los señores espiritus se ejecuta si las personas dentro de la casa les da por ejecutar el temible acto de.... aplaudir. Si, aplaudir, juntar sonoramente las dos manos. Porque (usted lo ha adivinado), este aparentemente inocente acto es uno de los peores tabú dentro de las sociedades animistas de Laos.

Le tienen tanto respeto a sus amigos invisibles, que a la entrada de todas las casas le hacen una especie de templo en miniatura, y permanentemente le hacen ofrendas de dinero, agua y alimentos. Y cuando la prosperidad llega y la casa de las personas es remodelada o ampliada, también el mini-templo donde supuestamente viven los espíritus es consecuentemente remodelado...

Bueno y recordando los ataúdes que había visto debajo de las casas por el Bolaven Plateau... resulta que la gente vive el sabio concepto de la impermanencia de la vida desde muy chicos. De hecho, desde que son niños, cada persona construye su propio ataúd, ataúd que será usado cuando el momento llegue. Y eventualmente, cuando los difuntos son enterrados, sobre la tumba se dejan los objetos que la persona más quiso, botellas de alcohol, fotos de mujeres, herramientas de trabajo, o bicicletas... todo para recordar que todas las ilusiones y deseos que uno tiene en vida, finalmente se van al garete al morir. Polvo somos...

La comida en las aldeas es simple pero buena. La orden del día se la lleva el arroz glutinoso o sticky rice. Y con el, se mezclan vegetales, chiles picantes, y algún pedazo de gallina raquítica que fue sacrificada por el bién comunal. Por las noches, además de la comida se ofrece un licor similar al lao lao, pero destilado caseramente con ingredientes de dudosa procedencia... Este licor lo entierran en enormes tinajas, y cuando está listo lo sacan y lo ponen en el centro de la sala de estar. Le ponen un montón de pitillos (popotes, pajillas, etc.) e invitan a toda la comunidad a tomar y claro, celebrar, olvidar, recordar, lo que sea!!!

En las tardes, una de las actividades comunales mas importantes es el baño. Y no es que todo el mundo tome una ducha caliente, no, es algo más rústico. A eso de las 4, 5 de la tarde hombres, mujeres y niños van con sus sarongs al río y allí proceden a sacar los jabones y sacarse también el diablo de sus cuerpos. Mientras más mejor, en el baño comunal se habla, se bromea, se cuentan los chismes y últimas noticias. Y lo más importante, se refresca el cuerpo luego de unas largas jornadas de calor. Y todo va bién hasta que un búfalo le da por aliviar sus necesidades corporales río arriba...

Pero en fin, la experiencia fue linda, paisajes bonitos, gente increíble, situaciones en las que nunca, nunca me hubiera imaginado estar...

Laos, Laos...

viernes, 12 de septiembre de 2008

Savannakhet (Laos)

Y llegó la hora de decirle adios a Pakse.

Una de las cosas de viajar en bicicleta es que ésta no tiene espejo retrovisor. Al parecer es una tontería, pero adquiere significado porque te obliga a estar mirando al frente, en el presente, y no te deja mirar atrás, a los lugares que despides y no volverás a ver. Si alguna lágrima de nostalgia se te escapa, el viento de cara pronto te la hace desaparecer.

El orden del día era proseguir a Khong Sedong, a 60 kilómetros del lugar, por eso no tuve que madrugar y gocé de una mañana aperezada, lenta, esas mañanas llenas de despedida. En ese pueblito había una única Guesthouse que me dió la oportunidad de no dormir bajo dos árboles isno bajo un techo estable. A la mañana siguiente fue seguir unos 100kms hacia Paksong, y en su guesthouse había unos tipos de Laos y China cenando. Y desempolvando el chino que sabía, me les uní a la conversación (y por consiguiente a su banquete de cena), hasta que llenísimo y cansado me les despedí luego de una velada muy amañadora, porque el día siguiente también sería de camino, camino que eventualmente me llevaría a Savannakhet.

Por el camino, dos motociclistas gay lo más de buena gente pero muy jodidamente insistentes me estuvieron acompañando por bastantes kilómetros, hasta que desistieron de repetirme una y otra vez su argumento de 'para que pagar hotel si te puedes quedar en nuestra casa?'.

No hubo más eventualidades, lo mismo de todos los días de viaje... días hermosos, compartir el almuerzo con los pastores de cabras y búfalos, ser casi devorado por las hormigas...

Al final llegué a Savannakhet, entrada ya la tarde y muy cansado. Es una ciudad que se está cayendo a pedacitos, con una fuerte influencia francesa en las casas y edificaciones. A veces parece una ciudad fantasma, porque no se ve a nadie pasar, no se escuchan muchos ruidos. Yo estaba allí porque en Savan (como le dicen cariñosamente los locales) hay un consulado de Tailandia, y podía aprovechar para hacer mis vueltas y trámites migratorios mientras espero también a que más al norte las carreteras mejoren luego del devastador invierno y creciente de los ríos.

En la ciudad el pueblo también hay un bizarro museo arqueológico de dinosaurios, porque hace unos miles de años la región estaba bajo el mar y abundaba la fauna prehistórica. El curador del museo es el mismo paleontólogo que encontró algunos de los huesos fosilizados y estuvo presente en todas las excavaciones. El tipo es el paleontólogo más entusiasmado que conozco (bueno, de hecho es el único que conozco) y se motiva con vos y te muestra todas las exhibiciones, los fósiles, todo! De hecho, le quita el seguro a los mostrarios y te deja tocar los fósiles de MILLONES de años. Tengo que decir que la sensación de tocar y oler las mariposas y reptiles de millones de años es en realidad extraña, bizarra, como sacada de un sueño pesado, denso. Nunca, nunca supuse que iba a hacer eso, y sin embargo, en ésta tierra olvidada de todo y por todos, lo hice.

Aparte, Savan fue buena en el sentido que me desatrasé de cientos de mails en Internet y me llené hasta la saciedad de sandwichs de baguettes... mmmm... Por cierto, mientras andaba esperando a que me prepararan mi dosis personal de baguettes con paté, una señora thai, la dueña de un banco nuevo me invitó a comer con ella, solo por el hecho que muy caballerosamente le cedí la silla en la que estaba sentado esperando, a su hijita. Tan querida, hasta me invitaron a su casa del otro lado del Mekong, en tierra Thailandesa, pero desafortunadamente no tenía ni visa ni ganas de terminar mi viaje en Laos prematuramente... En todo caso me decía la señora que era difícil ver un turista decente en el SE de Asia, porque según ella, la mayoría de turistas no eran más que chimpancés sin pelo, andando borrachos, ensuciando, irrespetando la cultura, drogándose y fornicando todo el tiempo... Que triste que la imágen que tengan de los visitantes del mundo occidental sea esa, pero al mismo tiempo la entiendo, porque en muchos casos esa es la verdad.

Y como remate, de la comida, me llené más y más comiendo postres de Lao, llenos de coco y mango y frutas frescas... como me van a hacer falta cuando deje el país!

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Bolaven Plateau, Laos (2)

La primera parte la encuentras acá.

En donde íbamos? Ah si, en Tad Faek. En esa cascada en particular dicen que hay unos peces que tienen dientes afiladísimos y por alguna razón oscura muerden con una impresionante precisión el organo que diferencia los hombres de los mujeres, cortando de raíz futuras noches sin sueño, por lo que no me animé mucho a nadar... Me quedé en el mirador y de la nada apareció una señora culebra enorme, que no le importó mucho al parecer que estuviera ahí. Si yo hubiera nacido en Laos, muy seguramente la habría visto con ojos hambrientos, mirándola como la suculenta cena de la noche. Pero como no soy ni de Laos ni cazador, no me llamó mucho la atención quedarme hablando con ella, así que al rato salimos hacia Nam Tok Katamtok, una de las cascadas más grandes de Asia y la segunda, después de Tad Fane que visitaríamos eventualmente.

El tema es que nuevamente había llovido a cántaros y la carrtera estaba impasable aparentemente por un río que no tenía puente. Algo que superaba las capacidades de la querida 115cc China que nos transportaba a sus espaldas. Pero bueno, nada que hacer, así es el monsón. Entonces como plan B, nos tocó devolvernos a Sekong y de ahí a Paksong, la ciudad más importante de la región y la principal (o única?) productora de café. Encontramos un holandés que tenía un lugarcito que vendía café recogido y tostado en el mismo día que se tomaba. Nos invitó a pasar a tomarnos un tinto recién hecho y tengo que decir que compite con el café de mi amada Colombia! Suave, buen aroma, buen gusto... Ah! Me sentí en casa con ese café recién tostado. Para los que estén perdidos por Paksong y se quieran dar una vuelta por la región cafetera, o simplemente tomarse un buen café, hacer click acá para ir al sitio del holandés.

Luego de la parada técnica y llenar el tanque, seguimos a Tad Niang, unas cascadas gemelas, grandotas, ruidosísimas. Lo bueno es que puedes arrancar desde la parte de arriba y hacer un minitrek hasta la caída como tal, donde el que puede, vence el ruído y el miedo de irse de cara en el suelo, para llegar a la base y ensordecerse, y mojarse, y quedar boquiabierto por el poder de la naturaleza... lo de empaparse es literal, porque el viento te golpea con tanta furia, que tan solo pasados apenas unos instantes terminas como si te hubieras metido a nadar al río con ropa y todo.

Al rato, no quedaba otra entonces que usando el krama como toalla, quitarse toda la ropa y colgarla un rato al sol para que se seque. Luego de eso, nuevamente sobre la moto para comerme los pocos kilómetros que nos separaban de Tad Fane, una cascada escondida en la selva profunda, la más grande de Laos y casi del Sureste Asiático. Por caminos destrozados, y bajo una lluvia que previsiblemente reapareció, la moto sufría por llegar y si ella hablara, muy seguramente me estaría echando la madre y parecidas, recordandome que ella no había nacido para éstos trotes. Pero entre quejidos y gruñidos mecánicos, llegamos a un hotelito que quedaba al frente de esa inmensa caída, con su eterno rugir, metida en el centro de la más densa manigua, como sacada de la escenografía de Jurassik Park (la uno!). Ante semejante vista, más que cualquier palabra lo que uno hace es abrir los ojos y también, como un imbécil, abrir la boca sin decir nada.

Había leído en alguna parte que se podía bajar a la base de Tad Fane, haciendo una caminata de algunas horas entre la selva. Motivado entonces por la vista, arrancamos camino abajo con unos alemanes y holandesas que tenían el kit completo de Indiana Jones: sombrero de safari africano, botas para hiking alpino, pantalones a prueba de agua y misiles transcontinentales, camisetas camufladas, morrales ultralivianos con depósito de agua... en fin, basicamente creo que pagaron por el disfraz de aventurero lo equivalente a lo que pagaría yo por seis meses de viaje (y tal vez más!). En últimas, me miraban tan raro a mi como yo a ellos... porque supongo que sería blasfemia retar la selva en el estado que estaba yo: sandalias, pantalones sucios y una camiseta cualquiera, completamente empapada. Uno de ellos, el mismísimo Indiana Jones en calzoncillos tomó la delantera porque según comentaba repetidas veces, tenía experiencia en selvas y arrancamos entonces en una organizada fila india el camino resbaladizo, monte abajo. Y empieza cristo a padecer... Cada cinco pasos se detenían a mirar la brújula y su mapa (!!!????), momento apropiado para que alguna de las chicas se resbalara y fuera a limpiar el suelo con su trasero cubierto con Goretex. Los demás nerviosos miraban por todas partes y se echaban repelente de mosquitos. Luego seguimos hasta que uno de ellos se sintiera cansado, o se fuera a besar el piso, o el gran líder consultara con su gran sabiduría y le hiciera preguntas al espiritu de la selva.

Paso a paso, bajando, agarrándonos de lianas, troncos caídos, ramas, lo que fuera... a paso tortuosamente lento. Tenía que aguantarme el ritmo porque solo había un camino estrecho de bajada por el que solo cabía una persona. El grupo se iba estresando porque era la terrible selva, y estaban esperando a que llegara la terrible anaconda por ellos y se los llevara en sus terribles fauces. La verdad es que bueno, sí era selva, pero nada fuera de lo común, no había que sacar machete para abrir camino, ni tirarse en rappel sobre cuerdas para descender. Es la misma selva en la que jugaba de niño en el colegio, pero Lao-style. Pero claro, para ellos era LA selva, un sueño, acostumbrados ya a las sociedades esterilizadas y desinfectadas de occidente, donde las selvas y los bosques son sepultados por toneladas de concreto y acero inoxidable que se convierten a su vez en autopistas, multifamiliares y prisiones corporativas de decenas de pisos.

Para seguir con el tema y no desvariar más, el cuento va a que llegamos a un camino con matorrales y bastante empinado, un poco difícil de bajar. El tipo consultaba seriamente con su brújula (aunque la cascada se veía AHI, de frente!) hasta que hubo motín en el grupo de boy scouts improvisados: estaban cansados, el camino de adelante estaba imposible, y la verdad, según uno de ellos, no valía la pena por ver agua cayendo. Le dije a Indiana que si quería yo pasaba y miraba si era posible el camino, y en su inmensa sabiduría me lo permitió. Me dieron paso y el camino efectivamente seguía un poco más difícil, pero ahi estaba. Me devolví y le comenté al tipo que no había rollo, pero ya estaban súper paranoicos y decidieron volver. Yo preferí seguir adelante, porque ya estaba ahí, y bajando rapidito llegué eventualmente al mirador, donde se veía la furia de la naturaleza, el poder, la belleza, lo insignificante que es uno en comparación de la naturaleza, del planeta... Y si, ahí abajo con frío y casi perdido, sentí que todo, todo valió la pena, todo el viaje, todas las caídas, los altibajos, los percances, todo valió la pena por ver ésa, ésta agua cayendo.

De vuelta la subida estaba más difícil, porque estaba lloviendo más fuerte. Arriba, uno de los empleados me preguntó intresado en si había estado abajo, porque resulta que en temporada de lluvias solo se podía bajar con guía, por lo jodido del camino... A buena hora me contó!!!

Y bueno, nada... hora de volver a Pakse, a la civilización, luego de éstos días de contacto increíble con la naturaleza y su fuerza. Y para cerrar con broche de oro, al llegar me dí uno de esos lujos que no tenía desde hacía muchos meses... Pizza!!!!!!!!!!

domingo, 7 de septiembre de 2008

Bolaven Plateau, Laos (1)

La carretera hacia el plateau empieza bién, pronostica un buen tiempo. A unos 20kms de Pakse está Tad Paxuan, una cascada pintoresca, en forma de cuadro (o cubo), muy bién conservada. Curiosamente había una oficina móvil de la embajada de Tailandia dando visas el mismo día, pero como yo no tenía ni idea, no había sacado fotos ni nada para sacarla... Me hubiera ahorrado un par de días, pero bueno... Que se va a hacer!! En Tad Paxuan hay una aldea de esas animistas y la gente se puede quedar en un homestay ahí. Lo chistoso, es que hay letreros por todas partes que indican que tener sexo sin consentimiento de los ancianos que lideran la aldea, tiene como consecuencia una penalidad avaluada en un búfalo... porque la gente cree que los espíritus que habitan por ahí se molestan cuando extraños e invitados a la aldea se pasan de íntimos. Así que ojo, si van a Tad Paxuam, castidad porque o si no el búfalo se gana la lotería sin comprarla... En esa aldea cercana a la cascada y en el medio de la selva, los mosquitos del tamaño de una pelota de tennis te acribillan permanentemente, lo que hace que te tengás que cubrir de pies a cabeza con repelente de insectos... Que termina uno oliendo a planta química, pero al menos sirve de algo...

De ahí el camino sigue hacia Tad Lo, un pueblito incrustado en las montañas de unas 10 casas. Alrededor está lleno de rios y cascadas, enmarcadas en un paisaje hermoso. Esas noches dormimos en una choza al lado del río, sin luz, sin electricidad, solo escuchando el agua del río pasar y los sonidos alejados de las cascadas, enmudecidos a veces por el viento que sacudía suavecito las hojas. Por la mañanas, no son los gallos los que despiertan a la gente, sino las vacas que muerden las paredes de hojas secas de la choza... no es un material muy duradero al parecer, pero barato si es. Pero la despertada temprano estuvo bién, porque el tema era buscar una cascada en la cima de la montaña. Lo difícil era que llovía a cantaros y la carretera destapada estaba hecha un desastre. La moto no estaba muy contenta que digamos, peleaba contra el pantano, perdía el equilibrio y trataba de seguir adelante... pero eventualmente el arma china de destrucción masiva logró pasar la prueba en una sola pieza.

Y en realidad valió la pena, porque nos esperaba una cascada altísima con una piscina de aguas clarisimas en la cima, perfectas para bañarse uno. El paisaje, incambiable. A lo lejos se veían las aldeas que invadían la planicie. Había un campamento ahí en la cima, que sirve como refugio de la lluvia y del frío, sobre la cascada, viendo como un sol lucha por aparecer aún detrás de las nubes...

Al otro día, le llegaba la hora a Thateng, a 30 kilómetros de carretera destapada y jodidamente peligrosa en moto, subiendo hacia la meseta. Barro por todas partes, con rocas puntiagudas que amenazaban la seguridad de las llantas de dudosa calidad de la moto rentada. Pero al parecer que el panteón de dioses de Laos tuvo compasión conmigo y no pasó absolutamente nada. En el camino habían regadas aquí y allá aldeas, y lo interesante es que muchas casas tenían ataúdes debajo de las casas, ataúdes vacíos, que luego nos explicaron para que servían. En todo caso, la que si necesito ataúd fue una gallina escuálida e inepta que salió de la nada directamente hacia la moto que venía imparable... y claro, aunque traté de esquivarla nada que hacer, le di con el carenaje (que sufrió estragos) y la convertí precipitadamente en la cena de la noche. Lo siento aldeano y gallina... pero fue sin querer queriendo.

Eventualmente el camino mejora y nos lleva a Sekong donde pasamos la noche en un guesthouse que en realidad era un centro de educación para la malaria y el dinero que uno pagaba por la noche se iba con ese fin. Lo cual está bien. De ahi nos metimos a la selva una vez mas para visitar las cascadas de Tad Feak y de Tad Huai Khon, y se empieza a despertar el sentimiento de que estoy entrando en una sobredosis de cascadas... Pero a eso fue que habia venido, asi que cero estrés como de costumbre. El camino estuvo francamente peor que los días anteriores porque estaba destapado como de costumbre, pero era de poquísimo uso por lo que la carretera se la comían por partes los ríos desbordados, alimentados por las lluvias del monsón. Además que por una de esas bifurcaciones imperceptibles me perdí, pero afortunadamente un cazador completamente equipado con su rifle artesanal y unas aves colgándole de la espalda me indicó la ruta correcta... Y estuve de buenas, porque o si no quién sabe donde estaría...

sábado, 30 de agosto de 2008

Pakse

Llamada la capital de facto del ecoturismo en Laos, Pakse es una de los cuarteles generales de mochileros y turistas de todo tipo en Laos. Las calles principales de la ciudad están bombardeadas de hoteles, hostales con dormitorios, comida falang (incluyendo pizza!). Tiene hasta un super mercado! Mejor dicho, la comodidad había llegado temporalmente a mi vida! En últimas me quedé en el hotel más barato que quedaba en el cuarto piso sobre un restaurante indio (de la India, no de los pielrojas). El cuarto resultó más bién miserable, pero estaba bién barato y lo mejor era la comida del restaurante... currys, chapattis, masala, raitas... practicamente lo que me ahorre en alojamiento me lo gasté en restaurante, pero es que en realidad la comida india, bién hecha, es gloriosa.


En la ciudad de Pakse propiamente dicho, no hay mucho que ver o hacer: un par de templos, un edificio de estilo chino, tal vez algo de compras para reabastecer. La razón de estar en Pakse es por su cercanía al Bolaven Plateau, o a la meseta de Bolaven, gamosa por ser casa de increíbles montañas en la selva, que albergan cascadas bellísimas, incontables aldeas de minorías étnicas, ríos, el mejor café de Laos (!) y las peores carreteras del sur del país.

El recorrido a través de la meseta suma algo más de 500 kilómetros, algo así como 5 días bién llevados en bici. Pero como el tiempo no sobraba en la visa de Laos, decidimos rentar una moto, ponerme el casco y de nuevo volver a la carretera sobre dos ruedas por unos días, ésta vez, motorizado.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Champasak

A unos 140 kilómetros al norte de Don Det está ubicada Champasak, capital del norte del reino de Angkor. El viaje se hace por un camino bonito, con subidas y bajadas suaves, templos budistas sumamente ornamentados. Como siempre, sin carros, Laos es definitivamente un paraiso para montar en bicicleta. Aparte, aquellos poquísimos que pasan, no te pitan dementemente (tipo Vietnam) sino que te dan la vía tranquilamente y hasta te saludan! Y como contaba antes, te llueven botellas de agua fría!

Eventualmente llegué al pueblo que queda al otro lado del Mekong. Nuevamente hay que cruzarl, y teniendo en cuenta que solo hay dos puentes en todo Laos que lo cruzan en su totalidad, cuando no hay (como es la mayoría de los casos) hay que hacer uso de los botes o ferrys. Y el ferry en éste caso, no era más que dos canoas de madera amarrados con una cuerda, y encima un planchón de madera. No parecía muy seguro, pero como los locales montaban sus motocicletas encima, seguro que no le pasaría nada a mi Almita. Y efectivamente, nada pasó!

Champasak es un pueblo pequeñísimo, basicamente es una carretera que bordea el Mekong y a los lados algunas casas y edificaciones viejas. Es increible que hasta hace poco, Champasak fue casa de la realeza Lao... una calle polvorienta y el río Mekong era la vista del rey. Bueeeh. Pero la verdad tiene mucho caracter. Encontramos un hotel barato, por un par de dólares un bungalow con baño privado y todo. Cruzando la calle, estaba el Mekong, y un puesto de comidas con una señora sonriente y amablísima, no picada por la enfermedad del capitalismo salvaje, que te cobra lo mismo que le cobra a la gente de Laos. Y es la comida más barata que he comido en el SE de Asia! De hecho, por un dólar te hartas de khao niaw (sticky rice o arroz glutinoso) con frutas, carne, comida... en fin! De hecho, con ella estuvimos tomando el famoso lao lao o whiskey de arroz destilado artesanalmente en casa. Lo embotellan en botellas usadas de lo que encuentren, pero tienen preferencia por las botellas de cristal de ginebra inglesa, que le dan su elegancia al lao lao... una botella de esas basta para noquearte y dejarte con un dolor de cabeza que te mata la noche. Pero vale la pena! Así es tomar trago estilo Lao!

Pero la verdadera razón de estar acá en Champasak no era emborracharse con chirrinchi artesanal, ni ver más atardeceres en el Mekong. Como contaba anteriormente, era de ir a Wat Phu, ruinas de la antigua capital del norte de Angkor que quedaba a unos 10 kilómetros del pueblo. En realidad el sitio no es tan impactante como Angkor Wat, que tiene templos y ruinas e historia donde mires. Pero éste sitio era mil veces más real. Un amigo tocayo me contaba que viajó a Angkor Wat hace unos 30 años, antes del genocidio del Khmer Rouge. Y encontró ese lugar auténtico, con la amabilidad de la gente si dañar, con las ruinas conviviendo con la selva, con los monjes aún practicando en los templos. Lo que el me cuenta, es una descripción cercana de lo que es Wat Phu hoy en día, pero seguro en algunos años se convertirá en otra mecca turística, como mil otros sitios en Asia. La atmósfera en las ruinas tiene un aire más tranquilo, más especial. Puedes respirar y dejarte llevar, y no estar mirando el reloj y el mapa para seguir el siguiente sitio, porque lo van a cerrar de acuerdo con un bizarro itinerario (léase: la industria turística de Angkor Wat).

El templo está en la cima de una montaña, con jungla vasta por todas partes que un grupo de mujeres trabaja incansablemente por domar. Hay un pequeño monasterio en la cima, con monjes en servicio activo. También hay esculturas caídas, escondidas por todas partes. Piedras grabadas, y una pequeña caida de agua sagrada que cae de la montaña santa, y que según dicen los locales, tiene propiedades curativas (acaso no dicen todos lo mismo de su propio manantial de agua?). Pero también tiene serpientes, un par de ellas salieron a saludar cuando pasamos por ahí. Otra particularidad que se ve acá son piedras ceremoniales hechas para sacrificios humanos, con lugares para recoger la sangre en forma de lagartos gigantes... Una buena tarde en Wat Phu.

De hecho fue una buena idea detenerse en este lugar olvidado de los circuitos turísticos. Es un lugar especialmente tranquilo, en el que parece que el tiempo se detuvo y te dan ganas de quedarte un poco más. En la última noche, en el mismo hostal habían un grupo de mochileros franceses, y nos pusimos a hablar y a compartir frutas y café (ya sé, no es una muy buena combinacion!). Y ahí entre historia e historia, uno se da cuenta de todo lo que el tiempo lo cambia a uno, de como las prioridades cambian en la vida, de como los ritmos se desaceleran, cambios... Todo cambia.

sábado, 23 de agosto de 2008

Mil islas, mil kilometros

La llegada a la frontera fue gracias a una impecable carretera, un día perfecto, sin un solo carro. Solo el sonido de los pajaros y los insectos se escuchaba por ahi, en esa nueva carretera del norte de Camboya. Lo chistoso es que cuando iba por la carretera, escuché a lo lejos un sonido, tipo el megaconocido reggaeton. En la mitad de la nada. No puede ser, pensé, hasta acá no puede haber llegado el virus. Efectivamente, el ritmo era reggaeton... pum pumpum pum pum... Reggaeton cambodiano! Pero no. Cuando llegué a la casucha donde estaba la fiesta improvisada, me di cuenta que eran un grupo de gente tomando cerveza (eran como las 9am) y cantando un reggaeton desconocido. En español. Me dió pena ajena, pero se les da puntos por el esfuerzo. Creo que si yo cantara un reggaeton en khmer, sería mas desastroso. Pero bueno, Daddy Yankee, revuélcate en tu tumba!!! Digo... en tu Hummer, o en tu Penthouse, o donde estés!

A la llegada a la frontera, te espera un puesto fronterizo lo más de particular. Al principio pensé que era una casucha de esas que venden agua y bebidas, una choza al lado de la carretera. Pero luego me di cuenta que había un par de buses y una barrera improvisada. Efectivamente, era la frontera. Éste es un puesto fronterizo que no mucha gente usa, porque la carretera es nuevisima y aún la gente no la conoce. No sale en las guías de viaje. Por eso su aspecto exterior. Pero no es sino darle unos años para que se convierta en todo lo que un paso fronterizo tiene: supermercados, casinos, prostíbulos. Pero hoy en día va hacia allá, como pirañas hay tipos que conducen buses piratas pescando a turistas ingenuos para que desocupen los contenidos de sus billeteras pagando el viaje en el único bus que hay ahi. A precios 50 veces más caros que la realidad... ugh!

Hasta en la frontera te quieren coger. Los tipos de Camboya luego de estamparte la visa, te piden 5 dólares. Luego, si les regateas, le bajan a 1. Como ya había pasado tiempo en Camboya, el tema es no ponerse bravo sino ponerse a bromear como ellos, a decir, si si, para tomarte una cerveza ahora, no? Y así te van bajando. En últimas como vieron que no tenía nada en mi bolso (que nunca tiene nada!) me dejaron pasar y me pidieron que volviera alguna vez a Camboya. Por que no... por que no....

Del lado de Laos, la misma situación. Solo que el puesto fronterizo da mas risa que el de Camboya. Un par de tipos dormidos sobre el escritorio esperaban a que el día terminara... E igual, estos tipos esperando por dinero. Que cinco dolares. No. Que tres. No. Que uno!! Que no tengo! Se pusieron medio reacios y me dejaron esperando un tiempo, hasta que al final me dejaron pasar con un 'welcome to Laos!'. No es el hecho de un solo dolar que están pidiendo, es el hecho que ellos no deberían estar pidiendo ese dinero teniendo uno la visa ya sacada y pagada en el consulado de Laos. Esos dolares que la gente deja no pagan sino la corrupción en los puestos de frontera, y tarde o temprano, cuando ya tienen el poder, podrán cobrar lo que les de la gana...

Pero bueno, nuevamente a la bici, otro país nuevo (mi país número 30!), otra aventura que está aguardando en la carretera!

La primera apariencia de Laos es de total silencio. Como en esa carretera de Camboya, en Laos no pasan autos. Es increible, el paraiso del ciclista. Solo se escuchan los sonidos de la selva, al lado de la carretera. Eventualmente pasa un songthaew o camión de pasajeros, o un esporádico y elegante bus de turismo. Eso si, los niños son tan psicóticos como en Laos. Todos te gritan «sabaideeeeeee!» cuando pasas, que puede significar "hola" o "como estas" o "estoy bien" o "que estes bien". Ah, que lindo, alguien que se emociona por ver a un empolvado extranjero pedalear por el frente de sus casas! Si alguien pasara al frente de mi casa, creo que no saldría corriendo a gritarles "quihubo hermano!!", pero bueno, no soy ni niño ni Lao...

Una piedra en el camino, me dijo que mi destino, era rodar y rodar... rodar y rodar... rodar y rodar... Literalmente! Decía que hasta Vientiane (la capital), eran algo así como mil kilómetros. Basicamente es recorrer Camboya desde el sur hasta el centro-norte. La cosa se pone bién! Pero mil kilómetros en bici es mucho... la cabeza se me hizo por un momento un nudo, tantas cosas pueden pasar en mil kilómetros... Pero de momento, es llegar a mi próximo destino, Si Phan Don o Mil Islas. Un paraiso en el Mekong, a unas decenas de kilómetros más allá.

Luego de unos kilómetros de pasar la frontera una minivan me pasó y casi me mata cuando bajaron la velocidad, y unas chicas me lanzaron de su interior una granada de fragmentación que casi destroza mi rueda delantera. Bueno no era una granada de fragmentación en realidad. Era una inocua botella de agua, pero que a altas velocidades tiene poderes destructivos! De cualquier manera estaba fría, y a la distancia les agradecí, mientra el carro se internaba más y más en Laos.

Efectivamente, llegué al embarcadero de Don Det luego de una mini odisea a través de una escondida desviación la cual casi pierdo, unos kilómetros de carretera polvorienta y destapada, y una serie de negociaciones para que nos llevaran a la isla (a Alma y a mi) por un precio justo. Porque claro, habiendo llegado solo no tengo poder de negociación. Es pagar el precio que ellos tienen, o te jodes. Eventualmente, un aleman que vive con su esposa de Laos me dijo que solo pagara por una persona y no por toda la barca como ellos querían, y que el mismo me llevaría a la isla. Y así fue como paso a paso, montado de lancha en lancha (la del aleman era la última), Alma y yo nos mojamos los pies en el Mekong del lao de Lao. El Alemán tenía unos bungalows tambien en la parte sur de la isla, y tenían casi el mismo precio que los demás sitios. Pero me enganchó a su sitio cuando me invitó a una cerveza Lao extragrande y extrafría en la única panadería de la isla, cuando ya habíamos llegado.

Y así que estaba de nuevo sobre el Mekong. Literalmente sobre el Mekong, porque el bungalow, o choza de paja que rentaba el tipo, estaba en unos pilotes sobre el río. Don Det. Un pueblo sin electricidad, sin acueducto, sin carros, sin motos, sin teléfonos, sin comunicaciones... sin problemas! Oh yeah! Un lugar para echarte en tu hamaca, y desatrasarte de los libros que no te has podido leer. De descansar merecidamente de todo este tema de conocer templos históricos y maravillosos, de conocer gente increíble, de ver puestas de sol únicas... Es una vida dura! Pero Internet es carísimo, porque la única manera de tenerlo acá es con una antena satelital y un ruidoso generador diesel de energía. Pero ahi, en el medio de la isla, me di cuenta que en realidad Internet hace del mundo la aldea global. No hay agua potable, pero hay internet, y te puedes enterar de lo que pasa al otro lado del mundo... Ah la tecnología.

Si Phan Don es la parte del mundo donde el Mekong es más ancho, aún más que en el delta del Mekong en Vietnam (que por cierto fue absurdamente grande). Acá, de orilla a orilla en temporada de lluvias, son unos 20 kilómetros. Se me ocurrió comprobar la veracidad del tipo que me decía eso haciendo un breve recorrido a nado. Pero no, mejor decidí creerle... En Don Det el Mekong se come todos los días los caminos, por el hecho de estar en temporadas altas. Así que Alma le tocó probar lo que es nadar en el Mekong, de aguas turbulentas y calientitas. También, aparte de echarte todo el día en tu hamaca, puedes ver los rápidos del Mekong, en una isla famosa por tener la cascada y rápidos más grandes del Mekong. De hecho se llama la cascada de la muerte, en Laos, porque si caes ahí, nunca más volverás a ver una puesta de sol. Y efectivamente, bajando venía un desafortunado búfalo que seguramente dio un paso en falso y trataba de mover su enorme cuerpo en el río. Pero los búfalos no son conocidos globalmente por ser unos nadadores con estilo y gracia. Así que todo su masivo cuerpo cayó en los rápidos y no se volvió a ver más. Solo más allá, a un centenar de metros se volvió a ver el bufalo. Un bulto enorme, color café, pesado y tristemente inerte.

Don Det, también es famosa por tener una panadería. Pero no es una panadería cualquiera. Construida y atendida por un tipo de Nueva Zelanda, tiene los brownies, pasteles de banano y coco y chocolata, doughnuts más deliciosas que he probado en el viaje. Caras, pero valen la pena. Me hicieron todo un adicto... O tal vez es que a punta de pho y de especialidades callejeras khmer (como arañas y sopa de sangre) han hecho que mis estándares de degustación de comida hayan bajado al punto de ser casi inexistentes. Pero el tema es que uno de los mejores puntos de Don Det es su panadería malditamente adictiva.

Luego de un par de días de completo relax, era hora de volver a la civilización. Una última visita a la panadería, y allí un par de chicas alemanas y totalmente desconocidas me hacen una pregunta insólita. Me preguntan si tengo de casualidad un sombrero. Eh... si. Y me preguntan si lo tengo grande. El sombrero. Si, claro. Y luego me explican y todo se hace claro cuando me dicen que ellas fueron las que me tiraron la botella de agua helada desde la minivan en la carretera. Y bueno, la parada técnica meramente de tipo desayuno se convirtió en una charla sobre viaje, común denominador por éstos lugares. Pero quedé con dos cosas muy importantes. Una, es que me contaron ella que querían ir a Vientiane también, pero que por la catástrofe de lluvias (catástrofe de lluvias?!?!?!??! no otra vez!!!) la carretera estaba impasables. Así que no habían ni buses ni nada. Y el servicio de aviones, claro, había duplicado el precio. O sea, no tan buenas noticias. Nuevamente los desastres naturales que han azotado de vez en cuando el viaje vienen a la mente: la helada de China, la explosion de protestas en Tibet, el ciclón en Myanmar... Pues bién, no me queda mas tiempo que tomármela bién suave, con la esperanza tal vez que cuando llegue al área devastada ya haya mejorado la condición. Bueno y la otra es que vieron mi adicción y tuvieron compasión al invitarme a mi dosis personal de pasteles de chocolate... Oh dios, bendícelas!

La próxima parada será Champasak, hogar de la antigua capital del norte del reino de Angkor, donde aún quedan las ruinas de Wat Pho Champasak, uno de los templos más sagrados de los Khmer en su época dorada.

Nuevamente a saludar a mis viejos amigos, las increíbles ruinas khmer de la época de Angkor! Oh yeah!

viernes, 22 de agosto de 2008

Adios Camboya

Stung Treng quedó siendo sinónimo para mi de ver puestas de sol en hamacas, desatrasarse de libros viejos, almorzar y cenar decenas de postres diferentes, y como postre: sopa de sangre. Pero vamos poco a poco.

Anochecía cuando llegué a Stung Treng. Los hoteles o estaban llenos, o eran muy caros. Eventualmente llegué a una guesthouse de mochileros, que había inicialmente decidido ni mirar porque estaba en el Lonely Planet, siendo equivalente a precios altos y mal servicio. Pero fue una grata sorpresa el ver que la guesthouse estaba limpia, la familia que la atendía era increiblemente amable, y los precios eran baratos: dos dólares por mi, ejem, penthouse privado, con salida a una terraza que practicamente me pedía poner mi hamaca en ella. Cosa que hice, claramente, desde bién tempranito. Lo bueno, además, es que en esa guesthouse tenían una biblioteca muy buena, con libros que podías cambiar. Renové así toda mi pequeña colección, y con horror voy notando que cada vez voy teniendo más y más libros, que me toca acomodar como puedo en las alforjas de la bici. Conté ésta vez 12 libros, entre guías y literatura de todo tipo. Pero lo bueno es que conseguí la guía de Laos, que me estaba haciendo falta... Aunque no era la última edición, al menos me servía para todo el tema de mapas y tener una idea de distancias y poblaciones.

Desayuno de campeones: pan francés con leche condensada. Luego, lectura. Almuerzo: postres!!! ya mencioné lo tanto que me gustan los postres de Camboya? unas mezclas extravagantes de vegetales, frutas, granos, azucar, leche condensada y leche de coco. Fríjoles con leche condensada y piña. Soya con manzana y espolvoreados con azucar. Bolas de tapioca rebosadas en leche de coco. Maiz cocido con azucar... hmmm..... se me hace agua la boca. Y no es por molestar, de verdad que son un gusto adquirido, y la falta de chocolate y otro tipo de dulces 'occidentales' te abren el apetito a otros sabores y texturas! Nunca me aburrí de todas las diferentes combinaciones que existían. De lo que si no me he podido acostumbrar son de los vasos de agua 'públicos'. A ver, en los mercados, y en la mayoría de restaurantes informales de Camboya (y Vietnam, hasta un punto) te ofrecen toda el agua (generalmente hervida) que te puedas tomar. El unico punto es que te la tomas en un vaso comunal o sea en el que cien, doscientas personas han tomado antes. Pero algo ha de tener esa agua, porque en los meses que llevo en esas no me he enfermado del estómago ni una sola vez! Habrá que ver a que santo le debo el milagrito! Y como ya me había saturado de dulce, busque una alternativa ligera salada, una sopa. Y encontré una sopa de noodles muy barata, a 2000 riel el plato (un cuarto de dolar). De esas me comi varias, y repetí en la cena. Solo después, la dueña de la guesthouse me dijo que esa sopa era hecha en realidad de sangre... esa era la proteína. Ugh... pero bueno... a lo hecho pecho!

La dueña del guesthouse, una menudita Camboyana, cuando le contaron que yo viajaba en bici, me mostró muy orgullosa una enorme bicicleta de touring completa con alforjas y todo, una que ni yo podría manejar comodamente. Pero ella estaba muy contenta, me decía que la manejaba a todas partes y que se la había vendido un viajero de israel que había pasado por ahí y se había quedado sin plata. Me dijo que había pagado 500 dólares, un gangazo, porque el tipo le mostró los recibos originales y costaba tres veces eso. Su sueño era también viajar por ahí, claro que quería empezar visitando ciudades cercanas y luego, quién sabe, hasta llegar a Phnom Penh! La animé diciéndole que yo llegaba de allá y que no era tan difícil. Aunque pensaba yo que con esa bicicleta enorme tal vez viajar larga distancia iba a ser un poco difícil, pero también recordaba como niños que apenas saben caminar, ya van montando en una bicicleta para personas dos o tres veces su tamaño....

En las visperas de la partida, conoci a los franceses que habia visto bajarse en el bus antes de Kratie, en la mitad de la nada. Hablando y hablando, me contaban que uno de ellos era estudiante de arqueologia Khmer (como carrera!) y hablaba Khmer perfectamente. Estaba trabajando restaurando varios templos de Angkor Wat, y ellos lo estaban visitando. La vez que los vi en la mitad de la nada era porque ellos querían conocer unas ruinas (que son tan oscuras que ni salen en los libros). Pero que fue un lugar increible, porque el arqueologo les explicaba cada roca, cada detalle, cada historia. Lo que para mi es una imágen bonita, para el arqueologo éste era un libro de historias y anécdotas... Y tiene mi misma edad! No me imagino del buen tiempo que van a pasar en Angkor Wat... donde cada roca tiene detrás una historia!

Y bueno, salida hacia el puesto de aduana de Camboya, mañana será otro día, y con suerte, ese día lo pasaré en Laos.

martes, 19 de agosto de 2008

Será que si?

Nuevamente, cuando los gallos estaban cantando (literalmente) y el sol apenas salía, yo ya había hecho check-out de la guesthouse y estaba pedaleando por la polvorienta carretera a orillas del Mekong. Pedaleando inseguramente, hay que decirlo, porque uno, la distancia a recorrer eran casi 170kms, y dos, el rumo en las páginas web de ciclistas y guías de turismo era que esa carretera era una de las peores del sureste de Asia. Aparte, estando en la temporada de lluvias, muy seguramente estaría aún en estado más deplorable... El punto positivo era que no llovía y que el día parecía mejorar cada minuto que pasaba. Además, si algo pasaba, tenía la esperanza de encontrar una lancha en el peor de los casos y que me llevara río arriba donde la carretera mejorara... El taxi-lancha! Estaba en ese tren de pensamientos inquietos, hasta que al fin me dije a mi mismo "mi mismo, relajate y disfruta... lo peor que pase es que no haya carretera, en ese caso solo hay que devolverse por la misma carretera... o que anochezca en el camino, y en ese caso es buscar un monasterio, un colegio, o un par de árboles convenientes para mi hamaca con su super mosquitero... y ya!!! cero estrés mi mismo!".

En esas andaba cuando en la ribera, a la distancia veo un bote que se aproxima lleno de turistas. La mañana ya había hecho su gloriosa aparición. Y curioso por la razón de los turistas que pasaban, seguí pendiente del bote, río arriba, cuando se detuvo al rato. Y la razón fue evidente. Eran uno de esos tours oficiales de los delfines, esos que habían pagado el ticket de entrada para ver con suerte los delfines. Y tuvieron suerte, porque más río arriba había una familia o grupo de delfines, apenas visibles, que salían de vez en cuando. Pero más suerte tuve yo porque los vi también, como un regalo de la mañana y tal vez un signo de buena fortuna? Tal vez.

El día se puso caliente y caliente, pero eso suponía yo que era mejor. Habían esporádicamente aldeas compuestas de unas cinco o seis casas, y un grupo de niños locos persiguiendote gritandote 'hellooo!!!'. Pero la carretera seguía, ahi estaba, yo estaba sobre ella. Y no empeoraba. Eventualmente, de hecho, me sorprendí cuando se fusionó con otra carretera nuevísima, que de hecho aún estaban reparando. Medio sin saber donde estaba, le pregunté a un aldeano que estaba por ahí pasando en bicicleta que si era la carretera de Stung Treng. Le repetí varias veces Stung Treng para estar seguro, y no terminar quién sabe en que remota parte en la frontera con Vietnam. Pero el tipo me dijo si si, esa es, siga mijo que va bien. O bueno, algo así supongo en Khmer, que obviamente no entendí.

Luego me contaron que los chinos estaban interesados en los recursos naturales de Camboya, particularmente los árboles y la madera. Y por eso, construyeron esa carretera tan amablemente, pero con el interés de que 1) la carretera se pagaba con madera, y 2) la misma carretera serviría como punto de contacto para el comercio entre China y Camboya, a través de Laos, en otra carretera que también fue construída con el mismo interés y finalidad. Pero por lo pronto estaba yo contentísimo de que mi principal miedo se desvanecía. Ahora solo quedaba el reto mental (y físico!) de llegar vivo a Stung Treng luego de todo ese kilometraje...

Pero increiblemente las horas fueron pasando rapido, una tras otra. No pensaba mucho en nada, solo en pedalear, en el camino, en el río. Lo curioso es que cuando pensaba o recordaba algo, o me quedaba sumido en cualquier reflexión de ese estilo, el tiempo parecía demorarse más... La mente funciona bien extraño!

En el camino, además, me encontré con gente bastante particular con historias interesantes que se acercaron por curiosidad, a practicar su inglés. En la mitad del camino, me encontré con un tipo que me contó su historia cuando fue tomado prisionero por el Khmer Rouge, por allá hace unas pocas décadas, cuando era apenas un niño. Toda su familia murió de hambre o fue asesinada por el régimen, menos su hermana mayor. Pero con el paso de los años, a su hermana no le fue tan bién como al resto de los sobrevivientes de camboya... Ella enloqueció, perdió la razón. Y como en Camboya de postguerra no había un hospital psiquiatrico en cada aldea o ciudad intermedia, le tocó hacer lo que hacían con éstas personas y era amarrarla en los confines de la casa, para que no se hiciera daño ni a ella ni a los demás. Y tampoco que la vieran los aldeanos, porque eso sería perder cara incurablemente en Camboya. Hace un mes, su hermana se quitó la vida. Y por eso el tipo empacó lo que tenía, vendió lo que le sobraba, y compró una moto y se fué al otro lado del país, a buscar mejor suerte. El tipo me contó la historia como quién cuenta algo que ya pasó, con apenas un poco de tristeza en la cara. Nada de dramatismos, nada de novelas venezolanas. Solamente el deseo de dejar las cosas atrás y comenzar una nueva vida. Lejos de todo el sufrimiento y recuerdos malos. Empezar de cero. El tipo luego de hablar un par de banalidades más, me deseó la mejor de las suertes y me despidió con una gran sonrisa, dejándome sumido en todos esos pensamientos de muerte, guerra, vida y nuevos comienzos, sumido de pies a cabeza mientras veía el tipo alejándose en una barata moto china, con una maletita amarrada precariamente atrás.

Más adelante, en el camino, había al lado una bomba enorme, gigante, de esas soltadas por los gringos estadounidenses en la guerra de vietnam. En esa guerra en la que juraban que nunca atacaron el suelo de Camboya. Y había una tienda al lado. Pues bién que aprovechando para descansar un poco y ver la bomba de cerca, me detuve en la tienda esa. Había una pareja de campesinos atendiendo el rancho, con dientes amarillos y algunos faltantes. El tipo me pregunto que si yo era "America", "no señor, un paisito olvidado de dios por allá en Suramerica, Co-lom-bi-a, Colombia a mucho honor". El tipo se rió y me señaló la bomba, y luego el cielo azul. "America" me dijo. Y luego, haciendo el gesto universal de muerte que es pasar la mano como cuchillo invisible en el cuello, dice "America". Esa sola palabra, acompañada de los gestos, dijo infinitamente más acerca de lo que sienten los campesinos inocentes que cualquier discurso político. Había una inscripción en la bomba, que decía que tipo de bomba era y que un aldeano la había encontrado unos años antes, en su terreno. Y la había encontrado viva, es decir, con carga explosiva lista para detonar. Souvenirs macabros que todavía están regados por una estúpida guerra, de esas guerras que aún hoy mismo estamos financiando día a día...

Tantas historias difíciles e increíbles, pero lo más increíble es que la gente todavía está alegre... tienen una sonrisa en sus labios, viven el día y esperan un buen futuro. Una lección de vida para mi, occidental, que en teoría tenemos de todo, pero vivimos insatisfechos... En fin.

Eventualmente habían señales de que me acercaba a Stung Treng. Más letreros, más autos, más de eso que llamamos civilización. Y en esas, me pasaron despacio tres motos llenas de chicas (ja!) que miraban atrás cuando me pasaron. Al rato, hicieron una U y se devolvieron y una de ellas, en casi perfecto inglés empezó conversa tranquila. Lo de siempre, que de donde eres, que donde vas, que como te parece Camboya... Los rigores de conocerse. Resulta que eran ellas compañeras de colegio, que iban a visitar a los padres de una que les había invitado a cenar. Todas sabían hablar inglés, muy pero muy bién. Cortesía de una buena educación, aún en la mitad de la nada. Pero me decían, que su sueño era estudiar medicina, otra que ingeniería, otra que política. Pero el común era que sabían que no lo lograrían porque universidades eran unicamente para la élite de las grandes ciudades, personas que tenían dinero suficiente para gastar... Cuando me empecé a poner medio triste, ellas igual dijeron, pero no hay problema, esa es nuestra realidad, igual estamos buscando becas y todo lo que sea para lograr estudiar en la universidad. Las estudiantes iban a la misma velocidad que yo iba, menos de unos 20kmh, y estuvimos conversando por una media hora. Hasta que una me dijo que una chocita al lado de la carretera era la casa de sus padres y que me deseaba lo mejor. Me sugirió un par de hoteles (baratos por favor!!) en Stung Treng, y me dijo que tal vez nos veríamos al otro día. No las ví más.

Y pasadas un par de horas finalmente llegué a Stung Treng, mi último paso en Camboya.