Viajar en bus tiene algunas ventajas clarísimas en comparación a viajar en bici. La velocidad sería la primera y la más importante. Tal vez la comodidad de no tener que cargar el equipaje y también de las sillas, aunque eso es discutible en los buses de India. De resto, las ventajas son muy discutibles.
Se me había olvidado lo que es pasar horas y horas metido en una ruidosa y mareante jaula de hierro y vidrio que se sacude, vibra, gruñe mientras se come eficientemente kilómetro trás kilómetro dejando trás de si una densa y pesada estela de ACPM quemado que mata el aroma natural del bosque, de la naturaleza.
Se me había olvidado lo que es estar verdaderamente encerrado, aislado del mundo, mirándolo mientras pasa a altísima velocidad por una ventanita pequeña y sucia que te 'protege' de lo que pasa allá afuera, de la lluvia, del sol, de la vida.
Se me había olvidado lo que es sentir que en el bus el mundo no es más que una mancha borrosa que pasa continuamente, y no tienes control para vivir las pequeñas cosas que hacen un viaje: el estar sumergido en un paisaje increíble, el sonido de los pájaros y animales, el olor del campo, parar donde uno quiera, a la hora que uno quiere, a hablar con quien uno quiere, a hacer lo que uno quiere.
Si, viajar en bus es bastante práctico, pero le quita el gusto, el placer al camino, a esa experiencia que es la razón de ser del viaje.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
domingo, 27 de septiembre de 2009
Show must go on
«Once the shit hits the fan, the only rational choice is to sweep it up, package it, and sell it as fertilizer.»
Lástima que no crea en la mala suerte, porque si no iría donde el Indio Amazónico, el Chamán, el Gurú, el Sacerdote, el Oráculo, el Saddhu, el Monje Auspicioso, el Gran Ekeko, el azul Krishna, o quién fuera para que me diera un buen baño de buena fortuna.
Digamos entonces que Almita se quedó dándose una siesta en New Delhi mientras yo retornaba sin ella a las montañas del norte, al techo del mundo.
A decirle adios a India desde Ladakh, la joya de su corona.
Lástima que no crea en la mala suerte, porque si no iría donde el Indio Amazónico, el Chamán, el Gurú, el Sacerdote, el Oráculo, el Saddhu, el Monje Auspicioso, el Gran Ekeko, el azul Krishna, o quién fuera para que me diera un buen baño de buena fortuna.
Digamos entonces que Almita se quedó dándose una siesta en New Delhi mientras yo retornaba sin ella a las montañas del norte, al techo del mundo.
A decirle adios a India desde Ladakh, la joya de su corona.
viernes, 25 de septiembre de 2009
El Plan
El plan era sencillo. De los 2,300mts de Shimla, ascender a los casi 3,000mts de Narkanda y descender al valle del Sutlej, en camino por montañas hacia los valles del Sangla, y eventualmente escalando de nuevo y llegar al hermoso valle del Spiti. De ahí, si me sentía bién, posiblemente iría a Manalí en ruta hacia Leh en la remota región de Ladakh.
El plan era perfecto. Al menos en el papel. Subir, bajar, volver a subir. No importaba que tanto tiempo me gastara, podía dormir en cualquier aldea, o en el peor de los casos, en mi hamaca colgada entre un par cualquiera de pinos.
El plan era conveniente. Quería despedirme de India lento lento, respirando aire puro de montaña, sin ese caos y contaminación tan aburridor que reina en las planicies.
El plan era atrevido, pero no imposible. Subir al techo del mundo en bicicleta, cargando lo estrictamente necesario, iba a ser difícil pero estaba seguro de que era posible. Hace rato había pasado por el momento de dejar ir todas las preocupaciones y los imposibles, y simplemente, intentarlo.
El plan era... un plan. Y los planes, como tantas veces me lo ha enseñado la vida, no siempre resultan como uno espera. De Shimla salí con todos los ánimos del mundo, y escalé y bajé y volví a escalar los primeros días impulsado por la esperanza y la motivación de una nueva aventura.
Y pasó antes de llegar a Sangla. Empecemos por el idílico tema de dormir en mi hamaca. Las hamacas están muy biénen climas tropicales donde el clima de noche es propicio y abundan los árboles para escoger el lugar ideal donde colgarla. Pero en las altas montañas, los árboles adecuados comienzan a escasear, y los que encuentraba estaban al lado de la carretera o justo al lado de un abismo que no tiene una pinta muy, digamos, invitante... Eventualmente encontré en mi primera noche un lugar adecuado, pero ya entrada la oscuridad comenzó un viento helado que hizo que me pusiera absolutamente toda la escasa ropa que cargaba en las alforjas, y aún así, terminé cagado del físico frío. Sobra decir que fué una primera noche dificilísima, en la que hubiera pagado por un té caliente su peso en oro. En la que cada cuarto de hora esperaba que el sol se asomara por detrás de las montañas y me trajera un poco de calor, que me exorcizara de ese frío jodido que me calaba los huesos...
Pero digamos que los dioses no estaban esa semana de mi lado. En uno de esos descensos dementes por carreteras terribles, luego de haber conquistado otra dura montaña, empecé a sentir una vibración extraña en la parte de atrás de Alma. Muy ocupado esquivando rocas y baches y camiones Tata escupiendo ACPM, no le puse mucha atención. Pero luego empezó el sonido constante y segundos después, a unos 40kmph en bajada, sentí que la rueda trasera se bloqueó haciéndome patinar por el frenado en seco. No se como carajos logré controlar la bici, pero el caso es que no me fuí loma abajo por la montaña ni me quedé estampillado en la parte delantera de los camiones que subían. Pero al final, cuando tomé aire y miré los daños, el balance no fué el mejor. El marco trasero de Alma, donde cargo el equipaje, se había fracturado por completo debido seguramente al peso de las maletas, sumado a las condiciones menos que ideales del camino lleno de cráteres y piedras enormes con las que me daba a cada rato. Por ello, una de las maletas terminó por caerse y se enredarse con la rueda trasera dejando un caos de mapas y pedazos de tela tirados por la carretera.
Como pude arreglé de emergencia el marco con lo que tenía a la mano: pedazos de alambre, seda dental y tela. Apenas para llegar al siguiente pueblo y ver si había manera de reparar el daño. Pero estando en India, en la mitad del estado menos poblado, mis esperanzas no estaban muy altas. El arreglo improvisado no era el mejor, y a cada rato me tocaba volver a amarrar todo. Por fortuna, en una de esas, un camión de manzanas que subía vacío se detuvo y el conductor me invitó a montar la bici y llevarme de regreso a Shimla, donde tenía más oportunidades de arreglar a mi Alma. Y varias horas más tarde, luego de un loquísimo viaje en la cabina de un camión del que sobreviví sin saber muy bién como, me encontraba de nuevo en las afueras de Shimla.
En ésta ocasión estaba, tristemente, en lo cierto. En el único taller de reparación de autos no tenían el tipo de soldadura para reparar el marco. El tipo me dijo que la alternativa era volver a Nueva Delhi a probar suerte, o en el peor de los casos, a conseguir una pieza nueva.
Así que con el ánimo en el suelo, monté esa tarde a Alma en el techo de un bus local rumbo nuevamente a Delhi, donde con suerte podría arreglar el daño.
Ese era el plan.
El plan era perfecto. Al menos en el papel. Subir, bajar, volver a subir. No importaba que tanto tiempo me gastara, podía dormir en cualquier aldea, o en el peor de los casos, en mi hamaca colgada entre un par cualquiera de pinos.
El plan era conveniente. Quería despedirme de India lento lento, respirando aire puro de montaña, sin ese caos y contaminación tan aburridor que reina en las planicies.
El plan era atrevido, pero no imposible. Subir al techo del mundo en bicicleta, cargando lo estrictamente necesario, iba a ser difícil pero estaba seguro de que era posible. Hace rato había pasado por el momento de dejar ir todas las preocupaciones y los imposibles, y simplemente, intentarlo.
El plan era... un plan. Y los planes, como tantas veces me lo ha enseñado la vida, no siempre resultan como uno espera. De Shimla salí con todos los ánimos del mundo, y escalé y bajé y volví a escalar los primeros días impulsado por la esperanza y la motivación de una nueva aventura.
Y pasó antes de llegar a Sangla. Empecemos por el idílico tema de dormir en mi hamaca. Las hamacas están muy biénen climas tropicales donde el clima de noche es propicio y abundan los árboles para escoger el lugar ideal donde colgarla. Pero en las altas montañas, los árboles adecuados comienzan a escasear, y los que encuentraba estaban al lado de la carretera o justo al lado de un abismo que no tiene una pinta muy, digamos, invitante... Eventualmente encontré en mi primera noche un lugar adecuado, pero ya entrada la oscuridad comenzó un viento helado que hizo que me pusiera absolutamente toda la escasa ropa que cargaba en las alforjas, y aún así, terminé cagado del físico frío. Sobra decir que fué una primera noche dificilísima, en la que hubiera pagado por un té caliente su peso en oro. En la que cada cuarto de hora esperaba que el sol se asomara por detrás de las montañas y me trajera un poco de calor, que me exorcizara de ese frío jodido que me calaba los huesos...
Pero digamos que los dioses no estaban esa semana de mi lado. En uno de esos descensos dementes por carreteras terribles, luego de haber conquistado otra dura montaña, empecé a sentir una vibración extraña en la parte de atrás de Alma. Muy ocupado esquivando rocas y baches y camiones Tata escupiendo ACPM, no le puse mucha atención. Pero luego empezó el sonido constante y segundos después, a unos 40kmph en bajada, sentí que la rueda trasera se bloqueó haciéndome patinar por el frenado en seco. No se como carajos logré controlar la bici, pero el caso es que no me fuí loma abajo por la montaña ni me quedé estampillado en la parte delantera de los camiones que subían. Pero al final, cuando tomé aire y miré los daños, el balance no fué el mejor. El marco trasero de Alma, donde cargo el equipaje, se había fracturado por completo debido seguramente al peso de las maletas, sumado a las condiciones menos que ideales del camino lleno de cráteres y piedras enormes con las que me daba a cada rato. Por ello, una de las maletas terminó por caerse y se enredarse con la rueda trasera dejando un caos de mapas y pedazos de tela tirados por la carretera.
Como pude arreglé de emergencia el marco con lo que tenía a la mano: pedazos de alambre, seda dental y tela. Apenas para llegar al siguiente pueblo y ver si había manera de reparar el daño. Pero estando en India, en la mitad del estado menos poblado, mis esperanzas no estaban muy altas. El arreglo improvisado no era el mejor, y a cada rato me tocaba volver a amarrar todo. Por fortuna, en una de esas, un camión de manzanas que subía vacío se detuvo y el conductor me invitó a montar la bici y llevarme de regreso a Shimla, donde tenía más oportunidades de arreglar a mi Alma. Y varias horas más tarde, luego de un loquísimo viaje en la cabina de un camión del que sobreviví sin saber muy bién como, me encontraba de nuevo en las afueras de Shimla.
En ésta ocasión estaba, tristemente, en lo cierto. En el único taller de reparación de autos no tenían el tipo de soldadura para reparar el marco. El tipo me dijo que la alternativa era volver a Nueva Delhi a probar suerte, o en el peor de los casos, a conseguir una pieza nueva.
Así que con el ánimo en el suelo, monté esa tarde a Alma en el techo de un bus local rumbo nuevamente a Delhi, donde con suerte podría arreglar el daño.
Ese era el plan.
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martes, 22 de septiembre de 2009
Shimla
Shimla es para muchos Indios uno de los refugios más famosos de verano. Incontables turistas y en particular parejitas en su luna de miel viajan a ésta pequeña ciudad colonial escapando del tortuoso verano en las planicies de la India. Shimla, ubicada en el estado de Himachal Pradesh, se hizo popular debido a que durante la invasión inglesa varios Europeos construyeron sus casas de veraneo y poco a poco fue ganando popularidad hasta convertirse en la capital de verano de toda India. Varios visitantes ilustres del gobierno tomaron grandes decisiones acá, como Gandhi, Nehru e Indira.
Es una ciudad que parece descolgarse de la cima de las montañas, donde casas de arquitectura Europea coexisten con sus contrapartes Indias, más simples, más humildes. Muy a la vista están varias iglesias y colegios católicos testigos de siglos de dominación Europea. En el corazón de Shimla, casi todas las casas sirven como tiendas, restaurantes, puestos de souvenirs, café internet, o algo relacionado con el turismo. Es una ciudad donde es común ver a las parejas (incluyendo a los mismos Indios) caminar tomándose de las manos o sentados cariñosamente en una banca cualquiera sin que nadie los mire como si estuvieran cometiendo el peor pecado. Shimla tiene un ambiente tolerante para los Indios y por eso acuden en manada en verano. Y de hecho, viajando solo, es difícil encontrar una cama para una sola persona y que además no tenga la forma ultra cliché de corazón, o redonda y giratoria con masajeador...
Pero yo no estaba en Shimla para hacer una investigación sobre los colores de las sábanas de las camas luna de miel. Había llegado a Shimla después de unas subidas que me habían recordado todo el tiempo que ha pasado desde que me he enfrentado a una montaña que valga la pena. También me dí cuenta que estaba llevando demasiado peso en las maletas y lo que es peor, ahora debido al frío estaba obligado a llevar aún más, gracias a que debería cargar ropa para climas mucho más fríos que el verano abrasador de las planicies de India.
Así que me vi obligado a regalarle a unos colegas viajeros la mayor parte de mi colección de libros que ni había terminado de leer, y a unos Indios un montón de tonterías que estaba cargando pero que en realidad no necesitaba. Después de viajar tanto, por tan diversos lugares y climas, alcanzo a veces a darme cuenta que tan poco es en realidad lo que necesito...
Y aproveché también para darme gusto, porque ya estaba un poco hastiado de la comida India, del dhal, chapatis y baht repetidos hasta la infinidad. Así que me tomé no se cuantos cafés espressos dobles, que tanto me acuerdan de la tierra que me vió crecer, y también para festejar el haber coronado la primera montaña con un banquete de comida occidental como el que hace tanto tiempo no me daba.
Ahora, comienzan varias semanas en las que abundarán los paisajes increíbles, los retos casi que sobrehumanos, las montañas vigilantes, la gente sonriente y sencilla.
Que bueno se siente estar de vuelta al Tibet una vez más.
Es una ciudad que parece descolgarse de la cima de las montañas, donde casas de arquitectura Europea coexisten con sus contrapartes Indias, más simples, más humildes. Muy a la vista están varias iglesias y colegios católicos testigos de siglos de dominación Europea. En el corazón de Shimla, casi todas las casas sirven como tiendas, restaurantes, puestos de souvenirs, café internet, o algo relacionado con el turismo. Es una ciudad donde es común ver a las parejas (incluyendo a los mismos Indios) caminar tomándose de las manos o sentados cariñosamente en una banca cualquiera sin que nadie los mire como si estuvieran cometiendo el peor pecado. Shimla tiene un ambiente tolerante para los Indios y por eso acuden en manada en verano. Y de hecho, viajando solo, es difícil encontrar una cama para una sola persona y que además no tenga la forma ultra cliché de corazón, o redonda y giratoria con masajeador...
Pero yo no estaba en Shimla para hacer una investigación sobre los colores de las sábanas de las camas luna de miel. Había llegado a Shimla después de unas subidas que me habían recordado todo el tiempo que ha pasado desde que me he enfrentado a una montaña que valga la pena. También me dí cuenta que estaba llevando demasiado peso en las maletas y lo que es peor, ahora debido al frío estaba obligado a llevar aún más, gracias a que debería cargar ropa para climas mucho más fríos que el verano abrasador de las planicies de India.
Así que me vi obligado a regalarle a unos colegas viajeros la mayor parte de mi colección de libros que ni había terminado de leer, y a unos Indios un montón de tonterías que estaba cargando pero que en realidad no necesitaba. Después de viajar tanto, por tan diversos lugares y climas, alcanzo a veces a darme cuenta que tan poco es en realidad lo que necesito...
Y aproveché también para darme gusto, porque ya estaba un poco hastiado de la comida India, del dhal, chapatis y baht repetidos hasta la infinidad. Así que me tomé no se cuantos cafés espressos dobles, que tanto me acuerdan de la tierra que me vió crecer, y también para festejar el haber coronado la primera montaña con un banquete de comida occidental como el que hace tanto tiempo no me daba.
Ahora, comienzan varias semanas en las que abundarán los paisajes increíbles, los retos casi que sobrehumanos, las montañas vigilantes, la gente sonriente y sencilla.
Que bueno se siente estar de vuelta al Tibet una vez más.
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domingo, 20 de septiembre de 2009
Subiendo a la montañosa Shimla
Dejando la santa Gurudwara (templo Sikh) de Paonta Sahib detrás, continuaba el camino en ascenso siempre hacia la altiplanicie de los Himalayas. Las empinadas pendientes, aparte de hacerme casi gritar de lo lento y dificultoso del ascenso, me hacían recordar que definitivamente estoy cargando más de la cuenta en las maletas de Alma. Cada metro recorrido era un metro luchado, sufrido, un metro ganado. Pero cuando el desespero entra de a poquitos en mí, basta detenerme y mirar alrededor: te viene el susurro de un viento fresco y tranquilo que viene de las montañas y que te recuerdan que no es importante llegar, que lo importante es vivir cada paso. Los paisajes son increíbles, montañas vírgenes cubiertas de bosques hasta donde el ojo pueda ver. Y siempre subiendo, unos caminitos zigzagueantes que tratan de llegar a su cima.
El kilometraje por día ha bajado a la mitad (y hasta menos) cuando miro la distancia recorrida, tengo que mirar dos veces porque es tan bajita que no me la creo. Pero no importa, el clima está absolutamente perfecto y por éstos caminos secundarios pasan esporádicamente camiones que no tienen necesidad de pitar demasiado. Hay campos llenos de bosques vírgenes, otros llenos de flores que solo salen por ésta temporada cuando las aguas del monsón fertilizan los campos. A ratos los días son increíblemente azules y en otros la bruma cae rápidamente como un fantasma y hace que el mantenerte en la carretera sea otro reto.
Pasando las noches en Nahan, Sarahan y Solan, me acerco más y más a Shimla que es la más famosa ciudad de veraneo en India. Y para mi, la puerta de entrada donde los Himalayas se ponen fuertes y muestran verdaderamente su tamaño y poder. Donde, si logro escalarlos, voy a mirar atrás y ver los ascensos de éstos días como un simple juego de niños.
El kilometraje por día ha bajado a la mitad (y hasta menos) cuando miro la distancia recorrida, tengo que mirar dos veces porque es tan bajita que no me la creo. Pero no importa, el clima está absolutamente perfecto y por éstos caminos secundarios pasan esporádicamente camiones que no tienen necesidad de pitar demasiado. Hay campos llenos de bosques vírgenes, otros llenos de flores que solo salen por ésta temporada cuando las aguas del monsón fertilizan los campos. A ratos los días son increíblemente azules y en otros la bruma cae rápidamente como un fantasma y hace que el mantenerte en la carretera sea otro reto.
Pasando las noches en Nahan, Sarahan y Solan, me acerco más y más a Shimla que es la más famosa ciudad de veraneo en India. Y para mi, la puerta de entrada donde los Himalayas se ponen fuertes y muestran verdaderamente su tamaño y poder. Donde, si logro escalarlos, voy a mirar atrás y ver los ascensos de éstos días como un simple juego de niños.
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jueves, 17 de septiembre de 2009
Sikh of it all
Y quienes son los Sikhs, y que es el Sikhismo?
Tal vez en películas había visto a esos barbados personajes con turbantes orgullosos sobre sus cabezas. Pero lo que no sabía es que ellos, además de creer una aparente (y centenaria) tendencia de moda, creen fervorosamente también en una religión relativamente jóven que nació hace unos pocos siglos de las ideas de Gurú Nanak, el gurú más importante de los 10 gurús que han tenido los Sikhs. El Gurú Nanak, habiendo nacido en tierras de India/Pakistán, desde muy jóven empezó a meditar sobre dios y a pregonar a todo el mundo sobre la igualdad de todos los seres, independiente de sexo, orígen social, creencia o casta. En el mundo, decía, todos somos hermanos iguales que deberíamos buscar el contacto directo con dios día a día y ganarnos la vida de una manera correcta.
Ésto, en tiempos en los que la dominación ideológica del Hinduismo era mayoritaria, cayó como una desagradable sorpresa para muchos, pero para otros tenía sentido pues no creían más en una creencia de un destino siempre predispuesto por el karma anterior, por la casta, por los designios de un sacerdote. Gurú Nanak pasó la mayor parte de su vida hablando con quien lo escuchara y viajando por toda Asia encontrándose con gente de todas las clases sociales y religiones. A su muerte, designaron a otro Gurú como la cabeza espiriual del Sikhismo, y luego, otro, y otro, hasta que luego del décimo no se volvieron a designar "Gurús oficiales". En adelante, todos eran hermanos y hermanas.
En suma, el credo de los Sikhs es bastante simple. Buscar diariamente a Dios, ganarse la vida de manera honesta, proteger y cuidar a los necesitados sin importar su raza, credo o casta. Tienen también algunas reglas o tabús, como por ejemplo cortarse el pelo, o la barba. No pueden fumar ni tomar alcohol, así como tampoco comer comida halal (estilo musulmán). Además, la tradición les indica que tienen que tener ciertas marcas que los distinguen como Sikhs: el cabello largo, la barba larga, una peineta especial para sostener el cabello, un aro de metal en sus brazos, y una espada o puñal colgando del cinto.
Históricamente los Sikhs han sido un grupo, aunque pequeño, muy activo, orgulloso, guerrero, y influenciante sobre la vida del norte de India. Justo hoy en día Manmohan Singh, el presidente de India, pertenece a ésta religión de los Sikhs. Pero no todo ha sido bueno para ellos, en los comienzos fueron perseguidos sin misericordia por Hindús y Musulmanes, y miles de Sikhs al igual que varios de sus Gurús murieron de maneras trágicas, torturados hasta la muerte de unas formas que desafían las más aberrantes y podridas imaginaciones. Pero por su creencia de defender a los necesitados, se han embarcado en muchas guerras y cruzadas santas en nombre de su religión. Guerras que han dejado bastante dolor y pérdidas. Por ejemplo, el país no olvida todavía los relativamente recientes disturbios de un grupo extremista Sikh, que dejaron como resultado a la casi destrucción del máximo templo del Sikhismo, y al asesinato de la máxima líder de estado Indio, Indira Gandhi a manos de sus guardespaldas Sikh.
Y es que a veces no puedo sino preguntarme sobre los Sikhs: Por un lado, sus templos abren las puertas y le dan alojamiento, comida, tratamiento médico a todos las personas que lo necesiten, sin importar su orígen o quién sean. Pero por otra parte, están las famosas y sangrientas guerras que han luchado, su espíritu de combate que los lleva a lanzarse a las batallas sin dudar. Para mi resulta curioso cuando menos, el hecho que dentro de sus templos se exhiban orgullosamente escudos y armas de combate al lado de ofrendas florales y libros santos. Aun más, el emblema de la religión de los Sikhs es bastante diciente: dos espadas entrecruzadas con una lanza y un anillo de combate.
Todos los Sikh que he conocido han sido muy buenas personas, honestas, amables, trabajadoras y sumamente colaboradores. En los caminos, hay éstos tipos de restaurantes comunitarios que ofrecen comida a los viajeros o peregrinos que pasen por ahí, siempre sin costo alguno. Se preocupan por los pobres, ayudan a los necesitados. Pero en caso de un conflicto, definitivamente no quisiera encontrarme a uno de éstos temibles Sikhs de frente...
Tal vez en películas había visto a esos barbados personajes con turbantes orgullosos sobre sus cabezas. Pero lo que no sabía es que ellos, además de creer una aparente (y centenaria) tendencia de moda, creen fervorosamente también en una religión relativamente jóven que nació hace unos pocos siglos de las ideas de Gurú Nanak, el gurú más importante de los 10 gurús que han tenido los Sikhs. El Gurú Nanak, habiendo nacido en tierras de India/Pakistán, desde muy jóven empezó a meditar sobre dios y a pregonar a todo el mundo sobre la igualdad de todos los seres, independiente de sexo, orígen social, creencia o casta. En el mundo, decía, todos somos hermanos iguales que deberíamos buscar el contacto directo con dios día a día y ganarnos la vida de una manera correcta.
Ésto, en tiempos en los que la dominación ideológica del Hinduismo era mayoritaria, cayó como una desagradable sorpresa para muchos, pero para otros tenía sentido pues no creían más en una creencia de un destino siempre predispuesto por el karma anterior, por la casta, por los designios de un sacerdote. Gurú Nanak pasó la mayor parte de su vida hablando con quien lo escuchara y viajando por toda Asia encontrándose con gente de todas las clases sociales y religiones. A su muerte, designaron a otro Gurú como la cabeza espiriual del Sikhismo, y luego, otro, y otro, hasta que luego del décimo no se volvieron a designar "Gurús oficiales". En adelante, todos eran hermanos y hermanas.
En suma, el credo de los Sikhs es bastante simple. Buscar diariamente a Dios, ganarse la vida de manera honesta, proteger y cuidar a los necesitados sin importar su raza, credo o casta. Tienen también algunas reglas o tabús, como por ejemplo cortarse el pelo, o la barba. No pueden fumar ni tomar alcohol, así como tampoco comer comida halal (estilo musulmán). Además, la tradición les indica que tienen que tener ciertas marcas que los distinguen como Sikhs: el cabello largo, la barba larga, una peineta especial para sostener el cabello, un aro de metal en sus brazos, y una espada o puñal colgando del cinto.
Históricamente los Sikhs han sido un grupo, aunque pequeño, muy activo, orgulloso, guerrero, y influenciante sobre la vida del norte de India. Justo hoy en día Manmohan Singh, el presidente de India, pertenece a ésta religión de los Sikhs. Pero no todo ha sido bueno para ellos, en los comienzos fueron perseguidos sin misericordia por Hindús y Musulmanes, y miles de Sikhs al igual que varios de sus Gurús murieron de maneras trágicas, torturados hasta la muerte de unas formas que desafían las más aberrantes y podridas imaginaciones. Pero por su creencia de defender a los necesitados, se han embarcado en muchas guerras y cruzadas santas en nombre de su religión. Guerras que han dejado bastante dolor y pérdidas. Por ejemplo, el país no olvida todavía los relativamente recientes disturbios de un grupo extremista Sikh, que dejaron como resultado a la casi destrucción del máximo templo del Sikhismo, y al asesinato de la máxima líder de estado Indio, Indira Gandhi a manos de sus guardespaldas Sikh.
Y es que a veces no puedo sino preguntarme sobre los Sikhs: Por un lado, sus templos abren las puertas y le dan alojamiento, comida, tratamiento médico a todos las personas que lo necesiten, sin importar su orígen o quién sean. Pero por otra parte, están las famosas y sangrientas guerras que han luchado, su espíritu de combate que los lleva a lanzarse a las batallas sin dudar. Para mi resulta curioso cuando menos, el hecho que dentro de sus templos se exhiban orgullosamente escudos y armas de combate al lado de ofrendas florales y libros santos. Aun más, el emblema de la religión de los Sikhs es bastante diciente: dos espadas entrecruzadas con una lanza y un anillo de combate.
Todos los Sikh que he conocido han sido muy buenas personas, honestas, amables, trabajadoras y sumamente colaboradores. En los caminos, hay éstos tipos de restaurantes comunitarios que ofrecen comida a los viajeros o peregrinos que pasen por ahí, siempre sin costo alguno. Se preocupan por los pobres, ayudan a los necesitados. Pero en caso de un conflicto, definitivamente no quisiera encontrarme a uno de éstos temibles Sikhs de frente...
martes, 15 de septiembre de 2009
Un dia en el camino (2)
En el camino se sabe que es hora del almuerzo porque en los dhabas de la carretera se ven humeantes ollas de comida cocinada en hornos alimentados con una mezcla de caca de vaca con pasto seco. El elegir uno de éstos restaurantes depende basicamente de la cantidad de camiones que estén estacionados afuera. Mientras más lleno de ellos esté la carretera, mucho mejor. Una vez hecha la decisión, acuesto a Alma sobre algún árbol y paso a pedir los famosos Thalis indios con dhal bat. Un thali es basicamente el menú del día que consiste en poco más que arroz, rotis o tortillas de harina, lentejas, una salsa de verduras y una "ensalada" que puede ser desde un ají o una cebolla cruda hasta una elaborada preparación de mango, limón y una cantidad increíble de otras especias que ni conozco. Vale la pena aclarar que la comida en India no es para estómagos no acostumbrados porque está llena de sabor, y por sabor me refiero a un masala de especias y ajíes de todos los tipos en cantidad industriales. Se llama thali, porque en hindi las bandejas de aluminio con las que sirven ésta comida son llamadas Thalis.
La comida acá, por lo general, se come a manos desnudas. Una de las costumbres más bonitas de la India tradicional es su renuencia por utilizar cubiertos que impidan el contacto directo entre las personas y su comida. Por una parte, dicen que el usar éstos utensilios hacen que tengamos una percepción equivocada sobre los alimentos como una cosa estéril e inerte por la que se pierde un poco el respeto. La comida, en realidad, es algo que está lleno de vida y que el acto de comer no es más que una ceremonia de transmutación de energía, de apropiar toda la vida de los alimentos en nutrientes para poder vivir un día más. Es algo que se le tiene que sentir y respetar, y tomándolo con las manos hace que nos recordemos eso. También por otra parte, está la razón meramente sensorial. La comida es para sentirla, para gustarla, para gozarla, y comiendo con cubiertos nos estamos perdiendo del contacto y del goce sensorial que junto con el gusto y el olfato es de vital importancia para la experiencia del comer. Para resumir el pensamiento Indio sobre ésto, hay un dicho que reza algo así como "comer con cubiertos es como hacer el amor mediante un intérprete".
Así que por lo general, se mezcla con la mano el arroz con las lentejas y los vegetales, y se hacen bolitas que se toman entre los dedos y luego, adentro! Con los rotis o los chapatis, se hacen pedacitos que funcionan como pequeñas cucharitas comestibles y sirven además para dejar el plato limpio, porque otra costumbre india es que el plato se entrega totalmente vacío: la comida es tan sagrada que es un pecado desperdiciarla. Y vale la pena mencionar que para comer se usa estrictamente la mano derecha, porque la izquierda es usada unicamente para las tareas de higiene personal. Nota mental: En india el papel higiénico es un producto restringido a los turistas y no es algo que se consigue facilmente en cualquier ciudad.
El precio de un thali en la carretera está por las 20 Rupias (unos 40 centavos de dólar), y én el te sirven todo lo que puedas comer. Al final, para refrescarte la boca te sirves anis o semillas de cardamomo o cualquier otra especia apropiada mezclada con azucar. Porque los chicles son otro de esos artículos occidentales que no han tenido mucha acogida por acá.
Un chai sirve para poner el punto final al almuerzo y a las conversaciones que por lo general se tienen en los restaurantes. Sirve además para darme el azúcar y la energía necesaria para de nuevo volver a la carretera. Haga sol, viento, o lluvia.
Las tardes son mucho más lentas y pausadas por el hecho de que el calor se empieza a sentir fuerte. Más pausas, me tomo más el tiempo de descansar bajo los árboles o al lado de cualquier riachuelo. Y cuando la luz del día se viste de oro, señal de que en un rato caerá el atardecer, es hora de ponerme a buscar donde pasar la noche. Si estoy cerca de una ciudad, busco posada en un hotelito barato, una guesthouse o una pensión modesta. Si estoy en los pueblitos que no tienen nada de lo anterior, busco refugio en un templo, escuela, dhaba o estación de gasolina. Y como pasa con más frecuencia, si estoy en el medio de la nada mágica, busco un par de árboles escondidos de la carretera en las que pueda colgar mi hamaca y reposar mi bici. Si la noche augura lluvia, como las más recientes, además tengo que poner mi impermeable que funciona como un improvisado toldo que me protege algo de la lluvia. Y obvio, la mosquitera, porque o si no estaría totalmente a la merced de esos sanguinarios e insolentes bichos de seis patas.
Una vez dentro de mi refugio de la noche, me estiro y cierro los ojos. Un maravilloso día ha pasado, y otro, desconocido e insondable, está por venir.
La comida acá, por lo general, se come a manos desnudas. Una de las costumbres más bonitas de la India tradicional es su renuencia por utilizar cubiertos que impidan el contacto directo entre las personas y su comida. Por una parte, dicen que el usar éstos utensilios hacen que tengamos una percepción equivocada sobre los alimentos como una cosa estéril e inerte por la que se pierde un poco el respeto. La comida, en realidad, es algo que está lleno de vida y que el acto de comer no es más que una ceremonia de transmutación de energía, de apropiar toda la vida de los alimentos en nutrientes para poder vivir un día más. Es algo que se le tiene que sentir y respetar, y tomándolo con las manos hace que nos recordemos eso. También por otra parte, está la razón meramente sensorial. La comida es para sentirla, para gustarla, para gozarla, y comiendo con cubiertos nos estamos perdiendo del contacto y del goce sensorial que junto con el gusto y el olfato es de vital importancia para la experiencia del comer. Para resumir el pensamiento Indio sobre ésto, hay un dicho que reza algo así como "comer con cubiertos es como hacer el amor mediante un intérprete".
Así que por lo general, se mezcla con la mano el arroz con las lentejas y los vegetales, y se hacen bolitas que se toman entre los dedos y luego, adentro! Con los rotis o los chapatis, se hacen pedacitos que funcionan como pequeñas cucharitas comestibles y sirven además para dejar el plato limpio, porque otra costumbre india es que el plato se entrega totalmente vacío: la comida es tan sagrada que es un pecado desperdiciarla. Y vale la pena mencionar que para comer se usa estrictamente la mano derecha, porque la izquierda es usada unicamente para las tareas de higiene personal. Nota mental: En india el papel higiénico es un producto restringido a los turistas y no es algo que se consigue facilmente en cualquier ciudad.
El precio de un thali en la carretera está por las 20 Rupias (unos 40 centavos de dólar), y én el te sirven todo lo que puedas comer. Al final, para refrescarte la boca te sirves anis o semillas de cardamomo o cualquier otra especia apropiada mezclada con azucar. Porque los chicles son otro de esos artículos occidentales que no han tenido mucha acogida por acá.
Un chai sirve para poner el punto final al almuerzo y a las conversaciones que por lo general se tienen en los restaurantes. Sirve además para darme el azúcar y la energía necesaria para de nuevo volver a la carretera. Haga sol, viento, o lluvia.
Las tardes son mucho más lentas y pausadas por el hecho de que el calor se empieza a sentir fuerte. Más pausas, me tomo más el tiempo de descansar bajo los árboles o al lado de cualquier riachuelo. Y cuando la luz del día se viste de oro, señal de que en un rato caerá el atardecer, es hora de ponerme a buscar donde pasar la noche. Si estoy cerca de una ciudad, busco posada en un hotelito barato, una guesthouse o una pensión modesta. Si estoy en los pueblitos que no tienen nada de lo anterior, busco refugio en un templo, escuela, dhaba o estación de gasolina. Y como pasa con más frecuencia, si estoy en el medio de la nada mágica, busco un par de árboles escondidos de la carretera en las que pueda colgar mi hamaca y reposar mi bici. Si la noche augura lluvia, como las más recientes, además tengo que poner mi impermeable que funciona como un improvisado toldo que me protege algo de la lluvia. Y obvio, la mosquitera, porque o si no estaría totalmente a la merced de esos sanguinarios e insolentes bichos de seis patas.
Una vez dentro de mi refugio de la noche, me estiro y cierro los ojos. Un maravilloso día ha pasado, y otro, desconocido e insondable, está por venir.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Un día en el camino (1)
Hay tantas cosas maravillosas que pasan cada día, pero que a fuerza de repetición fueron convirtiéndose en mi rutina del día a día. Pero que si las mirara desde otra perspectiva, en otras circunstancias (como el yo que era hace tantos años), me parecerían francamente increíbles.
Y, Cómo es un día en la vida de un viajero en bicicleta en la increíble India?
Cuando la madrugada clarea y los primeros rayos de sol comienzan a iluminar el mosquitero de mi hamaca, generalmente abro los ojos y comienza mi día. Y también comienza el de incontables animales de granjas o del bosque: gallos, pájaros y otros animales toman el relevo de las ranas e insectos que eran los músicos de la noche.
Rascándome los recuerdos de las moscas y zancudos asiduos visitantes de la noche, envuelvo nuevamente mi querida hamaca junto con la mosquitera que no ocupan mucho del preciado espacio en las alforjas. Acá es donde echo de menos mi buen café de la mañana, pero a falta de él, me considero contento si todavía me queda agua en las botellas plásticas que me toca recargar frecuentemente debido al inclemente verano del subcontinente.
Si no estoy cerca a un riachuelo o a un pozo de agua, como puedo me lavo la cara y las manos y demás operaciones de aseo personal. Le hago el test de limpieza a la ropa (olfativo!) y si no está muy terrible, sigo con ella. Y asegurándome que el sitio donde pasé la noche quede exactamente igual a como lo encontré, arranca la jornada sobre Alma. Trato de tomarme un tiempo para mi solo antes de montar mi caballo de hierro (bueno, de aluminio).
Éste es uno de los mejores momentos para montar, porque el clima y el alma están frescos. Las carreteras están para mi solo y se puede respirar tranquilamente sin ningún auto que te rompa los tímpanos o que colabore para el cáncer de pulmón. Solo estás vos, la carretera, el sonido del bosque despertándose y del ritmo de la pedaleada. Es en esos momentos que empieza el día en los que uno está seguro que más tarde podrá estará caliente, ruidoso, contaminado, o uno mismo fatigado. Pero son en las mañanas así que hace que todo, todo valga la pena.
En las ciudades, de vuelta en el continente que me vió crecer, no me consideraba muy propicio para las mañanas, era todo menos una morning person. Pero en el campo, acá afuera, son esos instantes en los que agradezco estar vivo y no puedo evitar reírme con esas sonrisas auténticas, reales.
Pero una vez llevo unos cuantos kilómetros encima, el cuerpo me recuerda que el también necesita combustible, y que un chai con galletitas no estaría del todo mal. El chai, es la bebida nacional de la India y consiste en un té negro preparado en leche, con muchas especias como cardamomo, canela o azafrán, y lleno de azucar. La perfecta manera de empezar la mañana, o la tarde, o la noche, o después de las comidas, o antes, o...
Por lo general en las carreteras, lo único que uno puede encontrar abierto a esas horas son los dhabas o paradas de camionero, en las que aparte de tomar el chai, los camioneros aprovechan para llenarse de paquetitos de una mezcla masticable de nuez de betel con tabaco y otras especias que es otro de sus pasatiempos, lo que hace que cada minuto estén escupiendo una baba roja y francamente asquerosa a la calle. Ésta mezcla es infame con los dientes también, destrozándo sin piedad los de las personas que habitualente consumen éste 'energizante'.
Si tengo suerte, cerca del dhaba hay un pozo en el cual puedo recargar mis botellitas de agua. Si no, me toca pedalear y pedalear hasta encontrar una estación de gasolina, o un pozo de aldea que viene siendo uno de los centros sociales donde la gente bebe agua, llena sus cántaros de barro, se baña o lava la ropa a golpes de rocas o de gruesos troncos de madera. Cuando la gente se baña, que es uno de los principales rituales diarios en India, una persona se encarga de sacar los cubos de agua del pozo o de bombear la palanca de la bomba mientras el otro toma su ducha. Luego, se cambian los turnos. Los hombres nos bañamos en prendas menores, mientras que las mujeres lo hacen totalmente vestidas con sus saris que las cubren pies hasta hombros. Y lo hacen con total pudor, pues aunque se bañan tan bién como los hombres, nunca dejan al descubierto un centímetro de piel que no se deba mostrar. Y al final, terminan ellas (y sus saris) totalmente limpios.
Refrescado, limpio, alentado por el agua y con agua para algunos kilómetros más, retomo la ruta. En verano prefiero comer kilómetros y kilómetros en la mañana, porque sé que a eso del mediodía y hasta entrada la tarde el calor se vuelve sofocante y cualquier esfuerzo físico se convierte en un acto casi que de autocastigo. Cuando me siento cansado, busco un lugar bonito para pasar un tiempo, si puedo cuelgo otra vez mi hamaca y me pongo a leer un rato, o a echar una siesta, o simplemente a empaparme del lugar.
Y, Cómo es un día en la vida de un viajero en bicicleta en la increíble India?
Cuando la madrugada clarea y los primeros rayos de sol comienzan a iluminar el mosquitero de mi hamaca, generalmente abro los ojos y comienza mi día. Y también comienza el de incontables animales de granjas o del bosque: gallos, pájaros y otros animales toman el relevo de las ranas e insectos que eran los músicos de la noche.
Rascándome los recuerdos de las moscas y zancudos asiduos visitantes de la noche, envuelvo nuevamente mi querida hamaca junto con la mosquitera que no ocupan mucho del preciado espacio en las alforjas. Acá es donde echo de menos mi buen café de la mañana, pero a falta de él, me considero contento si todavía me queda agua en las botellas plásticas que me toca recargar frecuentemente debido al inclemente verano del subcontinente.
Si no estoy cerca a un riachuelo o a un pozo de agua, como puedo me lavo la cara y las manos y demás operaciones de aseo personal. Le hago el test de limpieza a la ropa (olfativo!) y si no está muy terrible, sigo con ella. Y asegurándome que el sitio donde pasé la noche quede exactamente igual a como lo encontré, arranca la jornada sobre Alma. Trato de tomarme un tiempo para mi solo antes de montar mi caballo de hierro (bueno, de aluminio).
Éste es uno de los mejores momentos para montar, porque el clima y el alma están frescos. Las carreteras están para mi solo y se puede respirar tranquilamente sin ningún auto que te rompa los tímpanos o que colabore para el cáncer de pulmón. Solo estás vos, la carretera, el sonido del bosque despertándose y del ritmo de la pedaleada. Es en esos momentos que empieza el día en los que uno está seguro que más tarde podrá estará caliente, ruidoso, contaminado, o uno mismo fatigado. Pero son en las mañanas así que hace que todo, todo valga la pena.
En las ciudades, de vuelta en el continente que me vió crecer, no me consideraba muy propicio para las mañanas, era todo menos una morning person. Pero en el campo, acá afuera, son esos instantes en los que agradezco estar vivo y no puedo evitar reírme con esas sonrisas auténticas, reales.
Pero una vez llevo unos cuantos kilómetros encima, el cuerpo me recuerda que el también necesita combustible, y que un chai con galletitas no estaría del todo mal. El chai, es la bebida nacional de la India y consiste en un té negro preparado en leche, con muchas especias como cardamomo, canela o azafrán, y lleno de azucar. La perfecta manera de empezar la mañana, o la tarde, o la noche, o después de las comidas, o antes, o...
Por lo general en las carreteras, lo único que uno puede encontrar abierto a esas horas son los dhabas o paradas de camionero, en las que aparte de tomar el chai, los camioneros aprovechan para llenarse de paquetitos de una mezcla masticable de nuez de betel con tabaco y otras especias que es otro de sus pasatiempos, lo que hace que cada minuto estén escupiendo una baba roja y francamente asquerosa a la calle. Ésta mezcla es infame con los dientes también, destrozándo sin piedad los de las personas que habitualente consumen éste 'energizante'.
Si tengo suerte, cerca del dhaba hay un pozo en el cual puedo recargar mis botellitas de agua. Si no, me toca pedalear y pedalear hasta encontrar una estación de gasolina, o un pozo de aldea que viene siendo uno de los centros sociales donde la gente bebe agua, llena sus cántaros de barro, se baña o lava la ropa a golpes de rocas o de gruesos troncos de madera. Cuando la gente se baña, que es uno de los principales rituales diarios en India, una persona se encarga de sacar los cubos de agua del pozo o de bombear la palanca de la bomba mientras el otro toma su ducha. Luego, se cambian los turnos. Los hombres nos bañamos en prendas menores, mientras que las mujeres lo hacen totalmente vestidas con sus saris que las cubren pies hasta hombros. Y lo hacen con total pudor, pues aunque se bañan tan bién como los hombres, nunca dejan al descubierto un centímetro de piel que no se deba mostrar. Y al final, terminan ellas (y sus saris) totalmente limpios.
Refrescado, limpio, alentado por el agua y con agua para algunos kilómetros más, retomo la ruta. En verano prefiero comer kilómetros y kilómetros en la mañana, porque sé que a eso del mediodía y hasta entrada la tarde el calor se vuelve sofocante y cualquier esfuerzo físico se convierte en un acto casi que de autocastigo. Cuando me siento cansado, busco un lugar bonito para pasar un tiempo, si puedo cuelgo otra vez mi hamaca y me pongo a leer un rato, o a echar una siesta, o simplemente a empaparme del lugar.
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