Antes de salir de Savan, llené las alforjas de khao ji pa te, o sandwichs de pan francés rellenos de paté, especialidad de Laos, que me recuerdan de una manera vaga a los banh mi thit gloriosos del sur de Vietnam. A unos 30 o 40kms después vi el seno más grande de mi vida, una diminuta ciudad orgullosamente llamada así. Más adelante, el cielo se empezó a oscurecer y detrás de mí empezaron a caer ruidosamente rayos, pero también un fuertísimo viento de cola empezó a soplar y me empujaba fuertísimo, dándome unos 10 o 15 km/h adicionales, lo que me ponía competitivo con las moticos y tractores que iban en la misma dirección. Aparte, el sentir que una tormenta te está lamiendo los talones te da motivación para empujar adelante y pedalear muchísimo más fuerte.
Pero luego de una hora de ese ritmo increíblemente rápido, eventualmente me agarró el agua y me tocó escampar en un pueblito X, en el 'concesionario' de venta de motocicletas KoLao, el nombre que Hyundai o Daewoo o alguna compañía Koreana tiene en Laos. Se ven por todas partes y son muy, pero muy baratas.
Y la tormenta nada que bajaba. Seguía lloviendo fuertísimo, sin intenciones al parecer de detenerse, y como la verdad no tenía intenciones de quedarme acampando en la mitad de la nada bajo una lluvia persistente, decidí seguir empujando hacia Tha Kaek, la siguiente ciudad de tamaño decente. No había más remedio que quitarse la camiseta, cubrir las alforjas NO resistentes al agua con bolsas de basura que hacen un improvisado impermeable y seguir bajo las fuertes pero refrescantes lluvias del monsón.
Ya entrada bién la noche llegué a Tha Kaek, hecho una sopa, mojado, cansado, pero satisfecho. De entrada me quedé en el Travel Lodge, una guesthouse lo más de acogedora que me recibió con una fogata en el medio y gente tocando guitarra y cantandole a la luna. Necesito pedir algo más? Me acordó vagamente de todas las noches en fincas, en las que a la luz del fuego nos mirabamos las caras y las almas. Y como no, de las noches de Luna Bohemia en la U, tan lejanas. El tiempo pasa, pasa.
En fin. Había un dormitorio como de 10 camas totalmente vacío, pero al rato llegó un canadiense que recién llegó y decidimos compartir una habitación que salía lo mismo que el dormitorio, pero muchísimo más segura, porque el dorm no tenía manera de ponerle seguro. Yo estaba virtualmente destrozado por el viaje y el esfuerzo de estar peleando con la tormenta, pero igual decidimos salir a dar una vuelta al centro a comer algo, a ver el Mekong y a la iluminada Tailandia del otro lado. El hombre comió su comida super western y yo mi comida super local, recién pescada y a menos de un dólar. Me imagino que en el comienzo del viaje ni me atrevería a comer algo así, pero a estas alturas del partido lo que no me mata me vuelve más fuerte (literalmente).
Y estando en esas, nos encontramos con la chica que es duena del hotel en el que nos estabamos quedando y nos invito a rumbear, estilo Laos. La idea es que primero uno se entona con unas cervecillas y cantando karaoke thai (ugh!) y luego cuando ya los motores ya estan prendidos, se cruza la calle y se monta uno en un barco enorme llamado "Smile Bar" que está sobre el Mekong a un tiro de piedra de Tailandia. Y ahi la rumba si se pone pesada, empiezan a llover del cielo las cervezas con hielo (doble ugh!) y los ríos imparables de Lao Lao.
Al otro día con un dolor de cabeza cortesía obviamente de la obra y gracia del espiritu santo (no, el alcohol de dudosa procedencia no tiene NADA que ver ahí), rentamos una moto para conocer las tierras cercanas, famosas por sus cavernas, cascadas, e increíbles formaciones de karst. Pero lo mejor fué la caverna de los Budas, una caverna que fué descubierta por casualidad hace apenas un par de a~os por un tipo que buscaba murcielagos para poner en el plato del almuerzo (si, en Laos se comen todo lo que se mueva). No encontró murciélagos, pero lo que encontró fue una hermosa caverna escondida en lo alto de una montana inaccesible llena de esculturas y figuras de Buda con mas de 1,500 a~os de antigüedad! Lo más alucinante es que el lugar lo dejaron tal como estaba antes, así que se respira en el ambiente de la caverna una sensación rara, sobrecogedora, como si el tiempo se hubiera quedado congelado y no muchas cosas hubieran pasado en ese sitio en el último milenio y medio. Y claro, el tipo que la descubrió se volvió una especie de celebridad en el JetSet local, por traer los dólares turistas a esa región olvidada, que tantos los necesita...
En el recorrido también pasamos por el Tha Falang, un balneario que usaban los franceses en su época de colonia lo más de bonito, también la cueva del elefante (llamada así porque alguna persona con un poco de alucinógenos en la sangre se imaginó que tenía algún parecido con un elefante), y otras cavernas a las que no pudimos entrar por el hecho que estaban inundadas cortesía de la temporada de lluvias. Las mismas lluvias que como siempre volvían las carreteras nada, las dejaban tan destrozadas como yo por esos momentos.
Por eso cuando llegué de vuelta al guesthouse la ducha, y la cama, fueron una bendición. Ni ganas me dieron de salir a la fogata, a pasar la noche con el canadiense, unos japoneses y una inglesilla que llegó esa misma noche.
1 comentario:
Aw... la luna bohemia, y las fogatas, y escribir en el paruqeadero con los carbones de la mañana... Un abrazo
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