lunes, 24 de noviembre de 2008

De nuevo saltando el Mekong

Los meses en Tailandia pasaron rápidamente. Como me suele ocurrir en éste tipo de cosas, terminé pasando más tiempo del pensado en ese lugar. Como China, en el que me quería quedar uno o dos meses, y terminé pasando la mayor parte de un año.

Es que llega un momento en tu vida en el que aprendés a la fuerza a tomártela más lentamente. A dejar las prisas y los afanes, a que el mejor plan es no tener plan alguno. A aprender del presente y del momento en el que estás, no a escaparte en el futuro, en el pasado. A vivir lo que sea que te está pasando en el momento. Y eso está bien.

Pero desafortunadamente, las reglas de inmigración y las complicaciones burocráticas, hijos bobos de aquellos personajes que se inventaron fronteras y bordes y límites como conejos sacados del sombrero, a menudo lo obligan a uno a llenarse de papeles y trámites que son tan innecesarios como absurdos. En éste caso, estaba obligado a salir del país hacia Laos, unos 30 km al otro lado del Mekong y aplicar para otra visa y volver. Mi as bajo la manga era en una carta firmada del monasterio donde estaba quedándome, en el que me daban patrocinio para seguir estudiando meditación en Tailandia, para que así sacara la visa de estudiante, que me permitía quedarme más tiempo en Tailandia.

Y bueno, nuevamente el ritual de la empacada y las despedidas. Un poco de mantenimiento a Alma que estaba sumida en ese perezoso letargo que le dejó la inactividad en éstos últimos dos meses, y ya estábamos listos para el camino, en un día radiante, limpio, tranquilo. Y así empezamos a rodar ya bastante entrada la tarde, hacia Vientiane, Laos.

Los trámites en inmigración fueron un paseo por el parque. La visa para los Colombianos y muchísimos otros países, al igual que en Camboya, te la entregan al llegar pagando 30 dólares. Lo increíble es que el oficial de inmigración que atendía el puesto, cuando se dio cuenta que yo era de América del Sur me empezó a hablar con un español perfecto, con un leve acento caribeño, supongo porque siendo Laos un país comunista, tuvo profesores de español venidos de Cuba. Y bueno, también aprendió la actitud caribeña, porque se puso conversador a preguntarme sobre mi viaje, sobre la vida en el país, sobre como me parecía Laos, etc. Y no le importó mucho que hubiera una fila larga detrás de mi, me imagino que fue por el hecho de que no todos los días ve gente que habla español, y mucho menos de ese país olvidado que es del donde yo vengo. Al rato, me devolvió el pasaporte sellado y listo para el viaje, y me despachó deseándome la mejor de las suertes y una inolvidable estadía en su país. El tipo se ganó el puesto de ser el funcionario de inmigración más buena gente que me he topado en la vida.

Alma se empezó a devorar rápidamente los kilómetros que aún nos separaban de Vientiane, supongo porque estaba contenta de sentir el viento en la cara y de estirar los músculos con ganas. Conociéndola como es ella, estoy seguro que estaba alegre, animada, plena. Y en cuestión de una hora, cuando el sol estaba cayendo, estábamos llegando a las afueras de la capital. Pero algo estaba diferente. La somnolienta y tranquila Vientiane, estaba ésta noche llena de actividad. Tuk-tuks y sawngthaews (camiones de pasajeros) por todas partes cargados de gente y monjes, música y algarabía en las calles, La gente saludaba más que de costumbre, y esperando en un semáforo, un tipo en una moto al lado me explicó que era por el festival anual de That Luang, la festividad religiosa más importante de Vientiane y, junto con el nuevo año, la más celebrada de Laos.

Las calles estaban repletas, no había en realidad por donde pasar sin que no hubiera una masa de personas. Fuegos artificiales inundaban esporádicamente el cielo. La fiesta se sentía, se respiraba.

Y claro, no era sino darse una vuelta por el barrio donde se concentran la mayoría de hoteles baratos de la ciudad para darse cuenta de que había muchisima gente ahí también. Hotelito trás hotelito, todos tenían el cartel que uno no quiere ver cuando la noche está entrada y uno quiere una ducha y una cama: “Hotel Full”, “No Vacancy”, o “Come back tomorrow”. Todos, todos los hoteles y guesthouse de Vientiane al parecer estaban a reventar. Tanto, que las personas que estaban en habitaciones individuales, se les pedía que compartieran con otros viajeros sin lugar donde pasar la noche. Pero eso había sido durante el día, y ahora no había lugar ni donde poner un arroz parado.

Aunque dormir bajo las estrellas en las ciudades grandes no es una idea que me seduzca mucho que digamos, en ésta oportunidad me tocó, así que encontré un monasterio con arbolitos cómodos, colgué mi hamaca, amarré la bici, y me entregué a ese sueño tranquilo y pesado que llega después de un día de cruzar fronteras y comer kilómetros

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bueno que no todos esos trámites hayan sido en vano, aunque lo del descansito sí te lo quedaron debiendo... Un abrazo!