Muy temprano tenía que encontrarme con Juan, el argentino para tomar el bus que nos llevaría a conocer varios lugares del Valle Sagrado de los Incas. Como era de esperarse, la puntualidad no es que sea una cualidad común en Latinoamérica. A la hora de lo planeado, apareció el bus con destino el Valle Sagrado, o el Valle del Vilcanota. Y los argentinos parece que fueron perdidos en acción anoche, porque ni rastros. Pero bueno, muy seguramente tomarían otro de los tantos buses que pasan a cada rato.
El bus salió rápido a través de las curveadas carreteras de las afueras de Cusco. Era una carretera pavimentada de un carril, pero por el que por arte de magia (o habilidad de los conductores) podían caber un carro de ida y otro de venida. Casas de adobe cocido con llamas (el animal) y gallinas era el patrón arquitectónico de la vía. Niños corriendo y jugando, y una soledad en las vías me impresionaron bastante.
Finalmente, luego de llegar a la cima de las montañas, empezamos el descenso hacia el Valle Sagrado. La vista realmente era espectacular, se veía el río Vilcanota (más adelante se convertiría en el Urubamba) serpenteando, cercado imponentemente por dos cordilleras altas de montañas. Dicen que el imperio Inca tenía tan desarrollada la agricultura, que en las cordilleras buscaban la mejor altura y condiciones climáticas para producir el maíz perfecto, más grande y más alimenticio para su gente. Y las impresionantes terrazas con avanzados sistemas de riego que estaban por todas las montañas daban fé de ésto. Paramos en Pisac, donde subimos a las ruinas arqueológicas llena de construcciones semidestruídas que daban una noción de la vida de los Incas, y apenas me hacían imaginar como sería el Machu Picchu. La vista del valle sagrado, desde Pisac era verdaderamente hermosa. De vuelta a la ciudad como tal, una breve visita a los mercados tradicionales que en realidad no es que hubiera mucha variedad. La mayoría de piezas se pueden ver en mercados de otros lugares del Perú, o Ecuador, o hasta de mi natal Colombia. Pero eso sí los precios, después de regatear un poco, si son bastante más razonables.
Seguimos sin novedad conociendo las poblaciones de Calca y Urubamba. Todas ellas bastante bién conservadas, pudiéndose respirar aún la cultura y tradición de los antiguos Incas en las construcciones y en algunas personas. Pero faltaba aún Ollantaytambo (que sería donde finalmente tomaría el tren hacia Aguascalientes), que fue una muy grata sorpresa. Resulta que Ollantaytambo, es la única ciudad que conserva las construcciones, infraestructura y organización original del imperio Incaico. Es decir, la gente sigue viviendo en los mismos lugares donde hace ya varios siglos vivían sus antepasados. El sistema de acueducto y alcantarillado, también conserva el mismo trazado de antaño. Y también Ollantaytambo cuenta con unas ruinas espectaculares, donde se destaca la fortaleza, las fuentes de agua para los baños de las princesas Incas, y los gigantes monolitos del templo del Sol.
En el viaje conocí bastante gente, alguna que iría también al Machu Picchu. Estaba John, un peruano que también se había escapado del trabajo para aprovechar y conocer éste tesoro de su pais. Eduardo y Ofir, compatriotas que no estaban semi-embalados porque no tenían soles pero tenían pesos colombianos, así que se les apareció la virgen conmigo porque era el único Colombiano que les podía hacer un cambio justo. Rafael, un andalú conociendo las tierras de su novia, otra peruana. Y Carolina y Liliana, dos chicas chilenas que conocí mientras hacíamos poses medio payasas en uno de los recintos sagrados de Ollantaytambo.
Con todos ellos almorzamos y cenamos, y emprendimos el viaje hacia la estación de tren, que estaba llena a esa hora. Al llegar, había una fila increíblemente larga como de varias cuadras, y para acabar de ajustar, el ÚNICO tren tenía varias horas de retraso.
Eventualmente, logramos abordar el vagón correspondiente que nos llevaría a Aguascalientes, en eso de tres horas. Luego de una siesta interrumpida por las carcajadas de unos franceses que se tomaban fotos cada cien metros, el tren disminuyó su marcha y finalmente llegamos a Aguascalientes. El día había sido intenso y largo, y de Aguascalientes mi primera impresión fue un sonido bastante fuerte de un río en movimiento, y la avalancha humana de personas que querían que te hospedaras en su hostal o tuvieras su excursión. Como no tenía ninguna reserva ni idea donde quedarme, seguí a mis compatriotas al sitio donde ellos se quedaron, y tuve una habitación para mi solito con baño caliente por algo asi como S./25,oo, incluyendo el desayuno.
No me pareció nada, nada mal. Y bueno, a dormir porque mañana nos levantaríamos a las cinco de la mañana para tomar el primer bus a Machu Picchu.
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