jueves, 28 de febrero de 2008

Finales y comienzos del camino

...Recordando a Suzhou...

Y entonces uno termina por apegarse a lo que ve todos los días. A ese estilo de vida que uno se apropia. Las cuatro paredes que uno llama casa, los trozos de tela que tenés colgados en el armario son más que ropa, las hojas muertas que son aquellos libros que tanto amás. Y con cada día que pasa te sentís más y más cómodo con esa ilusión, con ese espejismo a la que rotulás tu vida. La sola idea de perderlo todo, de cambiar ese algo por otro algo es inquietante.

Pero bueno, todo está pasando allá afuera, el mundo (já! el universo!) cambia, duerme, se despierta, se mueve, estornuda. Nada, por mucho que uno quiera, permanece igual.

Siempre llega el momento de una última mirada, una última despedida antes de dar media vuelta y salir. De dejar todo atrás y marcharte con la ropa que tenés puesta y algunas cuantas tonterías en la mochila que tenés colgada en los hombros.

Te mojás el dedo con saliva, pasás la página y lees las últimas dos o tres frases del capítulo. Tomás una pausa, estirás y respirás profundamente. Pensás en el almuerzo, o en que te rasca debajo de las medias, o en que estás absolutamente perdido en el tiempo. Pensás en esa o en cualquier otra tontería similar. Pero al rato dás vuelta nuevamente a otro capítulo en ese librajo, encantadoramente adictivo, que llamás vida.

Pero nada que hacer. Así sean muchos, muchísimos los lazos que creás, así te llenés de tantísimas cosas que crees que sos vos, por más caliente y cómoda que sea tu casa, en el fondo uno resulta siendo tan solo un viajero, sin otra ni más grande posesión que el presente, los recuerdos de un pasado que guardás en la mochila, y las ilusiones de un futuro en los ojos.

Y eso está bién. Otro comienzo, otro final.

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