Y bueno, mirando por el retrovisor y con unos cuantos pesos en el bolsillo voy viendo como la ciudad que me acogió por un tiempo queda atrás del río, cada vez más lejana, más vacía, más extraña. Solo me separan siete horas de mi destino final, pero siento que la brecha que en realidad me distancia de Bogotá es infinitamente más grande. Gracias por permitirme estar en vos, con vos. Por darte a conocer una fracción, por haberme visto crecer, y maldecir, y destruir, y construir un poco. Gracias por grabarte en mi memoria, por ser partícipe de mi camino, mis alegrías, y mis tristezas. Gracias por permitirme conocer personas verdaderamente inolvidables, y por alejarlas de mi.
Gracias, Bogotá, por permitirme dejarte atrás, y no deja caer ni una sola lágrima.
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