Hay tantas cosas maravillosas que pasan cada día, pero que a fuerza de repetición fueron convirtiéndose en mi rutina del día a día. Pero que si las mirara desde otra perspectiva, en otras circunstancias (como el yo que era hace tantos años), me parecerían francamente increíbles.
Y, Cómo es un día en la vida de un viajero en bicicleta en la increíble India?
Cuando la madrugada clarea y los primeros rayos de sol comienzan a iluminar el mosquitero de mi hamaca, generalmente abro los ojos y comienza mi día. Y también comienza el de incontables animales de granjas o del bosque: gallos, pájaros y otros animales toman el relevo de las ranas e insectos que eran los músicos de la noche.
Rascándome los recuerdos de las moscas y zancudos asiduos visitantes de la noche, envuelvo nuevamente mi querida hamaca junto con la mosquitera que no ocupan mucho del preciado espacio en las alforjas. Acá es donde echo de menos mi buen café de la mañana, pero a falta de él, me considero contento si todavía me queda agua en las botellas plásticas que me toca recargar frecuentemente debido al inclemente verano del subcontinente.
Si no estoy cerca a un riachuelo o a un pozo de agua, como puedo me lavo la cara y las manos y demás operaciones de aseo personal. Le hago el test de limpieza a la ropa (olfativo!) y si no está muy terrible, sigo con ella. Y asegurándome que el sitio donde pasé la noche quede exactamente igual a como lo encontré, arranca la jornada sobre Alma. Trato de tomarme un tiempo para mi solo antes de montar mi caballo de hierro (bueno, de aluminio).
Éste es uno de los mejores momentos para montar, porque el clima y el alma están frescos. Las carreteras están para mi solo y se puede respirar tranquilamente sin ningún auto que te rompa los tímpanos o que colabore para el cáncer de pulmón. Solo estás vos, la carretera, el sonido del bosque despertándose y del ritmo de la pedaleada. Es en esos momentos que empieza el día en los que uno está seguro que más tarde podrá estará caliente, ruidoso, contaminado, o uno mismo fatigado. Pero son en las mañanas así que hace que todo, todo valga la pena.
En las ciudades, de vuelta en el continente que me vió crecer, no me consideraba muy propicio para las mañanas, era todo menos una morning person. Pero en el campo, acá afuera, son esos instantes en los que agradezco estar vivo y no puedo evitar reírme con esas sonrisas auténticas, reales.
Pero una vez llevo unos cuantos kilómetros encima, el cuerpo me recuerda que el también necesita combustible, y que un chai con galletitas no estaría del todo mal. El chai, es la bebida nacional de la India y consiste en un té negro preparado en leche, con muchas especias como cardamomo, canela o azafrán, y lleno de azucar. La perfecta manera de empezar la mañana, o la tarde, o la noche, o después de las comidas, o antes, o...
Por lo general en las carreteras, lo único que uno puede encontrar abierto a esas horas son los dhabas o paradas de camionero, en las que aparte de tomar el chai, los camioneros aprovechan para llenarse de paquetitos de una mezcla masticable de nuez de betel con tabaco y otras especias que es otro de sus pasatiempos, lo que hace que cada minuto estén escupiendo una baba roja y francamente asquerosa a la calle. Ésta mezcla es infame con los dientes también, destrozándo sin piedad los de las personas que habitualente consumen éste 'energizante'.
Si tengo suerte, cerca del dhaba hay un pozo en el cual puedo recargar mis botellitas de agua. Si no, me toca pedalear y pedalear hasta encontrar una estación de gasolina, o un pozo de aldea que viene siendo uno de los centros sociales donde la gente bebe agua, llena sus cántaros de barro, se baña o lava la ropa a golpes de rocas o de gruesos troncos de madera. Cuando la gente se baña, que es uno de los principales rituales diarios en India, una persona se encarga de sacar los cubos de agua del pozo o de bombear la palanca de la bomba mientras el otro toma su ducha. Luego, se cambian los turnos. Los hombres nos bañamos en prendas menores, mientras que las mujeres lo hacen totalmente vestidas con sus saris que las cubren pies hasta hombros. Y lo hacen con total pudor, pues aunque se bañan tan bién como los hombres, nunca dejan al descubierto un centímetro de piel que no se deba mostrar. Y al final, terminan ellas (y sus saris) totalmente limpios.
Refrescado, limpio, alentado por el agua y con agua para algunos kilómetros más, retomo la ruta. En verano prefiero comer kilómetros y kilómetros en la mañana, porque sé que a eso del mediodía y hasta entrada la tarde el calor se vuelve sofocante y cualquier esfuerzo físico se convierte en un acto casi que de autocastigo. Cuando me siento cansado, busco un lugar bonito para pasar un tiempo, si puedo cuelgo otra vez mi hamaca y me pongo a leer un rato, o a echar una siesta, o simplemente a empaparme del lugar.
4 comentarios:
COmentarios que refrescan el alma... acompañan el agua que te hidrata y nos enseñan que cada momento se debe vivir y adaptar para hacer de la vida algo más placentero. Un abrazo!
Algo me queda claro, no creo que podria bañarme bien a lo hindu..
Un graffiti es la voz de la ciudad, como este de vértigo para Sprite http://bit.ly/GraffitiSprite
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