jueves, 16 de julio de 2009

Llegue

Casi un mes de recorrido. Mil ochocientos kilómetros. Clima de verano extremo, cincuenta grados centígrados a la sombra. Siete grandes estados atravesados. Decenas de galones de líquidos bebidos (y sudados). Kilos de polvo en la ropa, en el cuerpo, en la sangre. Dos inconvenientes grandes en la ruta. Incontables personas increíbles que conocés en la ruta. Monumentos famosos, monumentos menores, monumentos anónimos. Muchísimas más historias de las que podré recordar, pero las que espero, me habrán moldeado en una persona mejor. O al menos, más consciente.

Estoy en Delhi, luego de uno de los meses de pedaleo más difíciles e intensos de toda mi vida. Llegué a Paharganj (el ghetto de turistas con un presupuesto ultralimitado) en el centro de Delhi casi a medianoche. Cansado, con dolor en las piernas y espalda, tostado por el sol, empapado por la primera lluvia del monsón, hambriento, pero llegué.

LLEGUÉ! Atravesando carreteras francamente desastrosas, azotado por el viento de cara y por las diarreas de viajero, pedaleando algunos días más por la pura fuerza de voluntad que por el poder de mis piernas, pero llegué. LLEGUÉ!

Empantanado, sucio, con el pelo hecho un desastre. Pero recorrí cada uno de los casi dos mil kilómetros con el sudor de mi cuerpo. Yo, que me daba pereza levantarme a contestar el teléfono, o prefería ir en auto a la tienda de la esquina (bueno tampoco, pero casi!)

Cruzar en bicicleta la intensisima India de occidente a oriente, en un terrorífico verano era algo que ni se me hubiera ocurrido en mis sueños más locos. Y sin embargo eso fué lo que hice, y carajo, con tan solo eso mis nietos tienen algo de lo que pueden estar satisfechos de su viejo abuelo (nietos?! abuelo?!?!)

Hecho polvo llegué a mi hotel, sintiéndome entre jubiloso y un deprimente despojo humano. Nueva Delhi. Parqueo la bici contra una pared, me siento, y exhalo todo el aire cansado, esperando que se llevase un poco del cansancio de mis huesos.

Y de la nada empieza a sonar el rugido de decenas de tambores que encabezaban una extraña comitiva. Resulta que en un abrir y cerrar de ojos, la calle se llenó de gente que gritaba, celebraba, giraba y bailaba. La razón? Una celebración de matrimonio indio. Y tan rápido como inesperado, estaba yo en el medio de los indios que bailaban con frenesí, en medio de los estallidos de la pólvora, riéndome como niño y bailando con todos, sintiendo la misma sangre, el mismo calor, el mismo ritmo de los tambores que te jalan a la tierra y hacen mover automáticamente tus pies, y sentirte tan maravillosamente vivo.

India, nunca dejás de asombrarme.

India, llegué, llegué, pero tal vez nunca he partido.

1 comentario:

Unknown dijo...

Te admiro muchacho, eres un teso, de ahi anda al Nepal y me contas todo, alla quiero ir algun dia.
Un abrazo desde Miami Marina.