Encerrada enre las monañas nevadas de Cangshan el lago Erhai, está ubicada la relajada ciudad de Dali, en la provincia de Yunnan. Dali en si es un pueblo que guarda su estilo y su arquitectura clásica. Faroles rojos en las calles, fachadas llenas de colores, callejones estrechos y empedrados... Dali te dá ese aire que tienen otros pueblos y ciudades históricas (tipo Pingyao, Fenghuang, Tongli, etc.), pero con una fracción de visitantes.
El encanto de Dali va más allá de los coloridos ropajes de las mujeres Bai, o de los incontables bares que invaden los rincones de la calles. Dali es una ciudad lenta, fácil (en todos los sentidos), en la que la gente camina despacito despacito, disfrutando del sol que alegra los días, que te pone calor en la sangre, en las venas.
Un cambio supremamente bién recibido luego de los caminos congelados de Sichuan y Tibet, un lugar tranquilo para mis últimos días en China, antes de dar el salto y pasar a Vietnam, de vuelta al frenesí de los buses y trenes, de vuelta al sendero del mochilero, a levantarme por las mañanas sin entender un carajo, mirar el mapa y lanzarse al vacío del camino, con los ojos y el alma siempre bién abiertos...
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