miércoles, 12 de marzo de 2008

Entierro Tibetano (Entierro de Cielo)

Tibet ha sido bendecida con una gran extensión de tierra, pero la mayoría tiene una altura de más de 4,000 metros. El suelo es seco, bastante rocoso y a menudo yace congelado por los fuertes inviernos que azotan la región la mayor parte del año.

Éstas son algunas de las razones por las cuales los tibetanos desde hace siglos no entierran a sus muertos (ni los incineran, ni los lanzan al rio -estilo Indio-) sino que desarrollaron una practica religiosa que va de acuerdo con sus tradiciones y creencias.

Ésta práctica funeraria es llamada "entierro en el cielo" (o sky burial). Lo siguiente es la descripción de éste según me contaba un Tibetano, sumado a lo que alcancé a presenciar en la mitad de las montañas.

Al morir una persona, de inmediato llaman al Lama del monasterio local, quién tiene como misión ayudar al difunto a pasar por las 49 niveles del Bardo, o las fases o estados que tiene que atravesar el alma luego de morir y reencarnar en otra. Para éste fin, casi ininterrumpidamente recitan los sutras del Bardo Thodol o Libro de los Muertos. Los familiares se reunen alrededor del cuerpo y rezan de igual manera, esperando una mejor transición hacia la muerte y una eventual reencarnación más próspera (tal vez en un monje, lama o hasta boddhisatva).

Una vez pasado el periodo de tres días, que es el período donde el alma está pasando de una vida a la otra, envuelven al cuerpo en una especie de sábana blanca y lo llevan hacia alguna de las montañas sagradas que tienen lugares particulares donde se realiza ésta ceremonia. El destino final del difunto es un campo repleto de banderas de oración, de pedazos de ropa hecha jirones, y de fragmentos de huesos en los suelos.

Algunos miembros de la familia cargan el cuerpo y lo deposita sobre una roca blanqueada con cal (o algo similar). Otros miembros se arman de palos largos y forman una especie de perímetro sobre la piedra ceremonial. La razón de ésto: espantar y alejar de momento a las docenas de buitres, cuervos y halcones que son animados por el olor de carne en la cercanía.




Mientras se hacen éstos preparativos, hacen entrada los verdaderos maestros de ceremonia. Son esas dos o tres figuras altas y fuertes que vienen armados de cuchillos, hachas y martillos ceremoniales. Vienen hablando entre ellos, caminando con toda naturalidad. La familia se retira un poco, a excepción de los que están alejando a las aves hambrientas. Uno de los maestros de ceremonia (no se si son monjes, lamas, carniceros... o que) comienza a entonar algún mantra y los demás afilan sus herramientas en una piedra de amolar.

De repente, sin tanta ceremonia, uno de ellos levanta su cuchillo y ayudado por el martillo, comienza a descuartizar el cuerpo del difunto. Primero extrae las visceras que deposita en un cuenco especial destinado a tal fin, para ser mezcladas con harina de cebada tostada, o Tsampa. Luego sigue cortando las demás extremidades del cuerpo, lenta pero conscienzudamente. Una vez su trabajo ha terminado, hacen una señal a los encargados de alejar las aves para que dejen de hacerlo.

Los seres queridos, guardando cierta distancia, siguen con la mirada las acciones que se presentan ante sus ojos. No hay señal de tristeza, ni de amargura, porque saben que el cuerpo es tan solo el envase del alma y en éstos momentos, el envase está vacío. El alma ya está haciendo su viaje místico hacia la siguiente vida.


Y lo que sigue, es que los grandes buitres se avalanchan sobre los restos sanguinolentos del cuerpo del difunto y se dedican a satisfacer su básica necesidad de alimentarse. Luego de unos minutos, cuando ya están totalmente saciados, algunos emprenden el vuelo, otros, se repliegan a descansar en las proximidades. Sobre el suelo solo quedan algunos pedazos de huesos ensangrentados. Y es allí donde entran los cuervos, halcones y otras aves que esperaban pacientemente, a terminar el trabajo.

Los parientes y seres queridos (grandes y chicos) que presenciaron la ceremonia, comienzan a alejarse del sitio, dejando solo a las aves y a los maestros que eventualmente pulverizarán los restos de huesos y mezclaran con tsampa, para que sea también consumidos por alguna otra ave hambrienta.

Al salir éstos, no quedará más rastro del ritual sino unas marcas de sangre y cientos de banderitas de oración de papel, que fueron lanzadas por sus familiares.

Las últimas aves emprenden vuelo, llevándose al cielo los fragmentos de esa persona que pisó la tierra, y fue feliz, y sufrió, y comió, y amó, y eventualmente murió.

Me contaban en la Universidad con teoremas y diagramas en el tablero, que "...la energía no muere, no nace, sino que simplemente se transforma". Y creo que nunca, nunca ésto había tenido tanto sentido para mí como en ese momento.

(Nota: haz click en las imágenes para agrandarlas)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

siempre son diferentes las costumbres,pero impactante este ritual. De verdad no alcanza uno a dimensionar el concepto de la transformacion

G. dijo...

anonimo: de verdad que es una manera de pensar, y de vivir totalmente diferente... el ritual es una de esas cosas que te marca de por vida y te hace pensar en lo impactante del cambio....!!!

Anónimo dijo...

Buen trabajo el tuyo, en verdad creo que a muchos nos impresiona, pero creo que este ritual permite ver la muerte de una manera diferente, más normal y menos dolorosa, habría que discutir bastante el tema, pero ya será algún momento. Gracias por compartir tu experiencia.
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beheadmartyr@hotmail.com