El festival de That Luang como contaba antes es uno de los más importantes de Laos. Ocurre en el día de luna llena de Octubre y tiene duración de tres días, aunque la ciudad está de fiesta durante toda la semana. That Luang, es la stupa más grande e importante de Laos y es verdaderamente increíble porque está cubierta en su totalidad con una capa de oro. Es importante además porque dicen que en su interior está protegida una de las preciosas reliquias de Buda, lo que la convierte en un objeto de devoción particularmente único. Tanto, que está en el sello del país, en los billetes y monedas de todas las denominaciones, en el escudo de armas.
Numerosas personas acuden a Vientiane de todas partes de Laos, incluyendo monjes que incluso llegan desde otros países a unirse a la celebración. En la mañana, cientos, miles de monjes se congregan alrededor de That Luang y una cantidad más grande de devotos acude, vestidos con las prendas tradicionales del país, a hacer ofrendas a los monjes. Se hacen filas por todas partes, en las que la gente ofrece comida, vestidos, medicamentos, y hasta dinero a los monjes. Todos aguantan el sol caliente, y las eternas filas y muchedumbres porque creen fielmente en que ofrecer y dar en éste día tan auspicioso les generaría un karma positivo, ya sea en ésta o en otras vidas siguientes. El 95% de la población de Laos es fiel creyente en el Budismo, y una de las enseñanzas principales de ésta religión, es el desprendimiento de los bienes terrenales, la compasión, y la ley del karma, la versión oriental de la archireconocida ley física de la causa y efecto, de la acción y reacción.
En el festival, también se ven los contradictorios rituales de liberación de aves y peces, en los que los fieles compran aves y peces que están en cautiverio, solamente para liberarlos después como un acto de compasión hacia los animales. Y compasión también hacia los comerciantes que aprovechan esa oportunidad y se hacen su Agosto, porque una jaula llena de aves cuesta alrededor de 10 dólares, un precio bastante alto para una economía en crecimiento como es la de Laos.
Luego que la mañana pasa, y los monjes arrastran con dificultad los sacos enormes llenos de comida y otras ofrendas, los alrededores de That Luang son limpiados y arreglados para un evento deportivo, una particular variación de hockey sobre hierba, en la que dos equipos juegan dotados únicamente de unas varas largas de bambú. Un equipo representa la administración pública, y el otro representa la gente. Y obvio, se espera que siempre gane el pueblo, pero hoy en día la competencia es más por el espectáculo y cualquiera de los dos puede ganar si hace un jogo bonito.
Y como toda buena feria, una cantidad de puestos de comidas, de juegos de feria y de baratijas rodea también a That Luang, para la alegría de muchas personas a las que ésta festividad es el único evento que rompe la monotonía de sus trabajos de siete días por semana (si, muchos Laosianos trabajan continuamente TODA la semana). Grupos de amigos hablan ruidosamente, niños siguen a sus padres con las manos llenas de dulces y globos, las parejas de enamorados se esconden de las luces y de los curiosos en los rincones más alejados del parque. Son festividades, y la gente lleva una sonrisa contagiosa en los labios.
Cuando cae la noche, los puestos de comidas rápidas comienzan a trabajar de verdad, y detrás de los woks en los que saltean carnes y vegetales de todos los colores, los cocineros también andan risueños, atentos a preparar lo que los clientes quieran. El ambiente huele a dulce, a incienso, a gente y a pólvora. Los altoparlantes comienzan a disparar música pop y competir los unos con los otros. Y lo más curioso, es que una de esas canciones en Lao que se escuchaba, tenía todo el son y el sabor de salsa, de la misma que se escucha al otro lado del planeta, en mis tierras caribeñas.
Pero el festival religioso no termina acá. Cientos de monjes y laicos empiezan a poner y a encender miles de velas alrededor de la stupa de That Luang, dándole una luz y un aire místico, espectacular. Fieles con velas hacen filas para también ellos hacer su ofrenda y encender otra luz más, cerca del monumento.
Con la luz de las miles de velas encendidas, el resplandor de la superficie de oro de la stupa, y la luz plateada de la luna, se puede perder uno en esa imágen, ese momento. Quedarse boquiabierto y sin palabras, en esa postal de Laos que tan pocas veces es vista.
...y olvidarse también que tampoco para ésta noche tiene uno donde quedarse porque los hoteles siguieron llenos. Pero nuevamente tuve suerte, y en un restaurante del centro el dueño tuvo piedad de mí y me invitó a pasar la noche dentro, durmiendo sobre unas sillas que eran algo más cómodas que mi hamaca, que por ésta noche pasaría la noche también, dentro de mis alforjas.
Que bién se siente estar vivo, vivo y bajo un techo, en Laos, en la adormecida ciudad de Vientiane.
1 comentario:
Cualquier parecido con los alumbrados decembrinos del río es pura coincidencia!!! Un abrazo!
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